“Madrid necesitaba un festival así” fue la frase más repetida después de “Quedamos en la mano”. Aclaro que “la mano” es el elemento de atrezo más reconocible del Mad Cool y por consiguiente el punto de encuentro predilecto de las más de 30.000 personas que acudimos cada uno de los tres días que duró este increíble festival. Y digo increíble porque hacía ya un tiempo que habíamos perdido de la esperanza de tener un evento de estas características en la capital. Como no podía ser de otra forma en esta ciudad, irrumpió con cierta polémica ya que un diario de desinformación se atrevió a sugerir que el suelo del recinto podría hundirse. No solo no se hundió sino que nos elevó de placer a todos los que allí estuvimos gracias a decenas de conciertos de rock, pop y electrónica durante un fin de semana frenético.
Nada más atravesar la puerta de la Caja Mágica ya nos dimos cuenta de que era un festival hecho con mucho mimo (y dinero) detrás. A la derecha del corredor principal quedaban los pabellones en los que fueron instalados los escenarios pequeños. Todo un laberinto en el que se evidenciaron las mayores deficiencias del festival, tanto a nivel de señalización como de control de los aforos. La sombra de la tragedia del Madrid Arena es alargada y la organización decidió cerrar el paso a la mayoría de conciertos una vez hubieron comenzado, a pesar de que en muchas ocasiones los pabellones se encontraban medio vacíos. Aunque solo nos pilló el toro el primer día ya que a partir de entonces simplemente tuvimos que ser más previsores y llegar a cada actuación con anterioridad. El segundo motivo de las quejas iniciales fue el fallo generalizado del sistema de cashless adherido a las pulseras y que se utilizó para pagar en las barras. Según nuestra experiencia hemos de decir que funcionó correctamente pero las protestas del público motivaron que la organización permitiera pagar también con efectivo a partir de la segunda jornada. Una reacción rápida y eficaz que no se merece otra cosa que un aplauso.
Llegados a la explanada en la que estaban situados los dos escenarios principales nos encontramos todo un despliegue de stands promocionales, puestos de comida, espacios de descanso, una noria e incluso, a dónde vamos a llegar, una terraza de selfies. Todo ello instalado bajo una gran alfombra de hierba artificial que fue maravillosa para evitar el molesto polvo tan habitual en la mayoría de festivales. Al cruzar el arco de la mano pudimos ver que Lori Meyers estaba actuando en ese momento. Es fascinante observar a cierta parte del público de este tipo de fenómenos del mal llamado Indie español; no a los fans que entregan hasta su alma en las primeras filas, sino a la gente que contempla el concierto desde lejos a la vez que canta mecánicamente las canciones con cierta desidia.
A esa hora el escenario principal ya estaba completamente abarrotado aunque permaneciera vacío. Allí es donde iba a actuar uno de los principales cabezas de cartel del festival: The Who. Al rato, sus dos únicos miembros originales, Roger Daltrey y Pete Townshend, más que nada porque los otros dos están muertos, salieron flanqueados por un gran equipo entre los que se encuentran Pino Palladino o Zak Starkey (hijo del Beatle Ringo Starr). Nos dieron exactamente lo que esperábamos de ellos: un concierto a la altura de uno de los mayores iconos del Rock del s.XX. Ajenos a florituras estéticas (Daltrey se parece a Miguel Ríos y Townshend al guitarrista de Amaral en versión vagabundo) repasaron todos sus grandes éxitos: “Who Are You“, “My Generation“, “Pinball Wizard“, “Behind Blue Eyes” o la que es sin lugar a dudas una de las mejores canciones de la historia de la música, “Baba O’Riley“, con la que alcanzamos el éxtasis absoluto. Aunque solo fuera por esos cinco minutos habría merecido la pena comprarse el abono. Por la gloria de Grisom y Horatio. No necesitábamos más, pero aún así nos regalaron “Won’t Get Fooled Again” como guinda del pastel. Todo un derroche de nostalgia. Un concierto para el recuerdo.
Con esa misma premisa de evocar tiempos mejores salieron Garbage al escenario, a pesar de que también aprovecharon para presentar su último trabajo ‘Strange Little Birds‘. Aunque desde luego las canciones más celebradas fueron “Push It“, “I think I’m paranoid“, “Why do you love me” e incluso una versión con ramalazos electrónicos de “Stupid Girl“. Shirley Manson sigue siendo nuestro amor (ahora MILF) platónico y una vez más nos recordó cuanto molaban los años noventa. Dimos una oportunidad a Hercules & Love Affair, pero nos arrepentimos tres temas después, demasiado repelentes para nuestra frágil tolerancia. Los que sí nos regalaron un concierto electrónico a la altura fueron Digitalism. En nuestra época universitaria nos hacían bailar hasta la extenuación y han conseguido mantenerse para seguir teniendo esa capacidad. Para muestra su nuevo álbum, ‘Mirage‘, que se encargaron de presentar a la audiencia y fue acogido con paladas de meneos y sonrisas.
Tras la toma de contacto del jueves, el viernes lo comenzamos con la frescura de Stereophonics, aunque eso supusiera sacrificar el concierto de Kings Of Convenience. En realidad fue más por el momento que por convicción artística. El sol del atardecer y las melodías facilonas de los británicos parecían un mejor acompañamiento a la birra de la tarde. En los festivales se hacen esas concesiones, qué le vamos a hacer. A quién no se nos pasó por la cabeza perdernos fue a Michael Kiwanuka, una de las mejores voces del momento por la que muchos le comparan con Otis Redding. Una mezcla irresistible de folk y rock que sedujo incluso a Adele como para que ésta le invitara a acompañarla de gira. No es para menos, verle es una auténtica delicia. Mientras Jane’s Addiction se preparaban para subirse al escenario principal, una figura articulada gigantesca, obra de La Fura dels Baus, se paseaba entre el público con la ayuda de una grúa. Detalles que marcan la diferencia. En cuanto a los californianos, solo convencieron plenamente a sus seguidores más acérrimos, a los que desde luego complacieron al rememorar por completo su emblemático disco ‘Ritual of the habitual‘. No sonaron tan bien como en el Rock In Río de Arganda del Rey y el perreo de las gogós que traían con ellos daba más vergüenza ajena que color al espectáculo. Eso sí, el detalle de tocar “Rebel, Rebel” en memoria de David Bowie fue un puntazo.
Ya íbamos teniendo ganas de mover un poco las caderas así que nos acercamos a ver cómo se lo montaban Caribou pero desgraciadamente nos resultaron más descafeinados de lo deseado así que finalmente optamos por Band Of Horses y fue todo un acierto. La entrega fue absoluta y desgranaron cada tema con la pasión de quien lo hace por primera vez. De hecho, se puede decir que Ben Bridwell estaba incluso demasiado motivado. Para que os hagáis una idea, antes de tocar los acordes de un tema tan emotivo e intimista como “The Funeral” gritó rock and roll bitches!. No obstante, la sensibilidad que les caracteriza estuvo latente en cada tema y menos mal, porque a partir de ese momento ya solo quedaba tralla en el cartel. En primer lugar la de Prodigy. Incombustibles y ofreciendo lo mismo de siempre, pero es que es imposible resistirse a su desenfreno. Fue el único grupo que logró que el público, bastante comedido y aplatanado a lo largo de todo el festival, hiciera un pogo como Dios manda. De hecho, fue en la confusión de este pit desbocado cuando los rateros hicieron su agosto, rajando unas cuantas mochilas y bolsos a golpe de cutter. La escoria que siempre tiene que amargar el día a quien lo único que busca es pasárselo bien. Despropósitos al margen, los ingleses desplegaron toda su ristra de hits: “Invaders must die“, “Smack My Bitch Up“, “Firestarter“, “Voodoo People” o “Take me to the hospital“. Nunca fallan. Eso sí, en esta ocasión les tocó un duro rival con el que verse las caras: Die Antwoord. Antes de asistir a la locura de los sudafricanos nos acercamos a ver cómo se las gastaban Bastille, pero nos podíamos haber ahorrado el paseo. Flojos en directo y ni siquiera tocan sus mejores temas, como por ejemplo “What Would You Do”. Volviendo a la actuación de esos tres pirados llamados Yolandi Visser, Ninja y Dj Hi Tek, así como su legión de bailarinas alienígenas, hay que decir que queda confirmado que son un chiste. Sin embargo, a esas horas resultó ser un chiste de lo más gracioso. Objetivamente hablando son absurdos, crispantes, excesivos e incluso ridículos, pero también profundamente hipnóticos. A medio camino entre el hip hop y la matraca de rave pastillera, fueron idóneos para terminar la jornada a ritmo de “Enter the Ninja“.
La última jornada fue, de largo, la mejor del Mad Cool. El sábado fue tan bueno que cuando llegó la hora de irse éramos incapaces de creerlo. Todo empezó con DIIV, un grupo de dreampop en el que cada uno de sus componentes tiene pinta de marginado e hipersensible. Y seguramente lo sean, porque para hacer esas canciones tan buenas algo te tiene que pasar en la cabeza. Escondidos tras sus melenas sucias y visiblemente complacidos por estar allí, nos enamoraron con sus magnéticas melodías. Tras ellos, Walk Of The Earth, una mezcla del musical del Rey León con el producto de un talent show yanki. Demasiado edulcorados, pero hay que admitir que tienen un buen espectáculo tremendamente festivalero y son divertidos.
Sin darnos cuenta llegó Neil Young. Y todo lo demás de pronto dio igual. El maestro regresaba a Madrid tras su paso por el Rock In Río de hace unos años. Ya entonces salimos absolutamente anonadados de su recital pero lo de esta ocasión fueron palabras mayores. Básicamente, el genio nos obsequió con uno de los conciertos de nuestra vida, pero empecemos por el principio. Haciendo gala de su noble y perpetua cruzada ecologista unas granjeras esparcieron semillas por el escenario. No estamos muy seguros de qué quiso decirnos con eso. De hecho, no habló hasta el final del concierto cuando se le ocurrió preguntarnos: ey, ¿qué tal?. El caso es que ya desde el principio se propuso rompernos el corazón. La cámara incluso enfocó a una joven con la cara bañada en lágrimas. No era para menos, un clásico como “Heart of gold” tocado solo con el órgano y la acústica resquebraja el corazón más metálico. No tardó en salir su joven banda Promise Of The Real para que el concierto cada vez subiera más y más hasta tocar el cielo. Hubo dos momentos especialmente épicos: los veinte minutos que duró “Down By The River” y la inesperada “Rockin’ in the Free World” que parecía no acabar nunca para nuestra gloria eterna. Y ya fuera de tiempo, “Love and Only Love“. Eso es lo que sentimos por semejante leyenda del rock. Fue histórico, único e inigualable. Algo que recordaremos el resto de nuestras vidas.
Después de algo así ya da igual lo que venga después, pero la verdad es que vinieron grandes directos. El primero el del productor electrónico australiano Flume. Su particular fusión de house, trip-hop y downtempo estuvo acompañada de unos efectos visuales increíbles que nos dejaron fascinados. Por su parte, Ben Miller y su banda, aunque están muy bien no nos dijeron absolutamente nada, pero supongo que tuvo más culpa Neil Young que ellos mismos, aún seguíamos demasiado atontados como para ser capaces de apreciar una propuesta bastante similar en términos de estilo. Los que sí lograron maravillarnos fueron Public Service Broadcasting. Este trío de frikis dio uno de los conciertos más desconocidos e impresionantes de todo el festival. Su irresistible combinación de rock electrónico, samplers de retransmisiones de misiones espaciales y visuales hipnóticos es imposible que te resulte indiferente. En verdad lograron abstraernos y llevarnos a un mundo que solo ellos son capaces de ofrecer. Tan especiales que resulta bastante difícil tanto clasificarlos como describir su propuesta. Cuando pulan un poco más su puesta en escena ya sí que será algo mágico.
La traca final fue responsabilidad de los estadounidenses Capital Cities. Más moñas de lo que nos hubiera gustado dado que era el último concierto del festival (llegamos a escoger la otra opción, Corizonas, y ya sí que directamente nos hubiéramos echado a dormir sobre la pista) pero aún así fue toda una inyección de buen rollo. Sobre todo el tema que les dio a conocer mundialmente, el brillante “Safe and sound“, que nos terminó de pintar la sonrisa tras tres días tan locos como guays, haciendo honor al nombre de este festival, que solo esperamos que haya venido para quedarse. Porque lo necesitamos, de verdad.
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