Colapso, exceso, masificación… esas han sido las palabras destacadas de la mayoría de crónicas del Mad Cool Festival 2023 a raíz de lo que sucedió en la última jornada. ¿Hubo demasiados asistentes? Sin duda. Solo el sábado más de 70.000 personas atraídas por el que paradójicamente resultó ser uno de los peores conciertos del festival: el de los Red Hot Chili Peppers. Pero bueno, ya se sabe que cuando acaba la batalla todos somos generales. La cuestión es… ¿fueron los accesos, las colas y las masas los protagonistas del festival más importante del año? No en nuestra opinión. Volvió a ganar la música. Hubo tantos conciertos destacados que, viéndolo en retrospectiva, no me queda otro remedio que quedarnos con ellos por encima de las deficiencias.
Villaverde Alto fue el nuevo lugar escogido por la organización tras la imposibilidad de repetir en la Caja Mágica (donde celebró dos ediciones) y Valdebebas (donde tuvieron lugar las tres anteriores). Lo han llamado Iberdrola Music (o Espacio Mad Cool, según el medio) y la idea es que sea un espacio fijo de conciertos como el que se celebró el otro día de Harry Styles. Quién le iba a decir a este polígono industrial de Villaverde que de un día para otro se iba a convertir en un lugar de paso y botellón de melómanos. Muy perdidos en la primera jornada del festival y es que sin duda movilidad, accesos y señalización es algo a subsanar de cara a próximas ediciones.
Uno de los aspectos más criticados del recinto fue el espacio dedicado a los baños. Puede parecer una buena idea hacer una gran área central a la que se pueda acceder rápidamente desde casi cualquier punto pero, cuando al acabar los conciertos de los escenarios principales, se forma un tapón de miles de personas tratando de entrar te das cuenta de que quizás no es la mejor solución. Ese fue el principal problema del recinto: los cuellos de botella que se formaban entre las diferentes zonas de paso saturadas de foodtrucks y stands comerciales. Nada que objetar a las tómbolas, columpios y discotecas de marcas como Mahou, Seat o Tezenis (hay tantas distracciones que, aunque asistiera alguien que detesta la música en vivo, se lo pasaría bien), pero faltan metros cuadrados de recinto para descomprimirlo todo. Por lo pronto el resultado es gente meando en las vallas y grupos sentados en zonas de tránsito.
Por último, antes de entrar en harina, nos gustaría destacar el efecto manada del público. Lo vemos en todos los eventos y aún así sigue siendo fascinante. Las masas tienden a seguir a las masas que les preceden a lo largo del camino obvio y nunca se cuestionan una alternativa más eficaz. Por ejemplo, incluso en el concierto más desbordado de todo el festival, el citado desastre de los RHCP, resultaba muy sencillo acceder a la parte frontal simplemente caminando un poco más hasta el lado izquierdo del escenario. Sin embargo, la masa optaba por enlatarse en el lado derecho. De igual modo, era muy sencillo llegar desde ahí al escenario 3 usando el corredor menos descongestionado, pero la masa optaba por colapsar el otro lado. Una vez allí, en vez de rodear la torre de sonido para ver el concierto desde cerca y sin agobios, la masa se agolpaba en la parte izquierda. Así todo el rato. Pero claro, a la hora de diseñar un recinto hay que pensar precisamente en esto: la experiencia del usuario como parte de la masa.
Jueves 6 de julio
Qué mejor que presenciar el debut de City And Colour en nuestro país para iniciar nuestra inmersión en el Mad Cool 2023. La banda de folk de Dallas Green, particularmente conocido por Alexisonfire, nos regaló unas canciones llenas de sutileza y armonía que maridaron increíbles con la primera cerveza de la jornada. Las seis de la tarde era una hora extrema para exponerse al sol de los escenarios principales, pero al menos había numerosas fuentes de agua potable y un stand de protector solar que ayudaron a sobrellevarlo. Muy interesantes igualmente Selah Sue en el escenario Ouigo -con una puesta en escena súper fresca en el horno que era la carpa a esa hora- y King Princess, la cantante estadounidense que saltó a la fama con su intimista canción “1950“, demasiado desnudada de arreglos en directo e interrumpida por la evacuación de una chica a la que le dio un vahído.
The Offspring fue el primer grupo que abarrotó uno de los escenarios principales. Convirtieron su concierto en lo de siempre: una fiesta punk rock. Sin embargo, fue la primera vez que me embargó una incómoda melancolía al verlos. No es que estén mayores (a pesar de que les falte fuelle y hablen demasiado entre tema y tema para recobrarlo) porque, de la decena de veces que les hemos visto, una de las mejores tuvo lugar hace solo cuatro años en Gijón. El setlist fue correcto pero quizás la combinación de calor asfixiante y un ambiente en el que el pogo habitual fue sustituido por un muro de móviles jugó demasiado en su contra.
Raye dio una exhibición vocal llena de clase R&B. Fantástica. No pudimos disfrutar de todo su repertorio porque rápidamente llegó el turno del solape más polémico del festival: The 1975 y Machine Gun Kelly. Obviamente escogimos a los primeros, pero llegamos a tiempo a la recta final del segundo. Los ingleses tiraron de hits y paréntesis: “It’s not living (if it’s not with you)”, “Looking for somebody (to love)”, “I always wanna die (sometimes)” y demás. Frente a un público mucho más numeroso, motivado y diverso que en su anterior visita, ellos también se mostraron aún más sólidos y profundos en matices. De igual modo, a Matty Healy se le vio más relajado (quizás demasiado), aunque su actitud trasnochada de petaca y cigarro es bastante encantadora, para qué negarlo. Por su parte, MGK es probable que represente todo lo peor de la cultura popular estadounidense. El show de la punta de lanza del revival chiclepunk es excesivo, hortera, encorsetado, artificial, vanidoso, superficial y totalmente plastificado. Quizás por eso es algo digno de ver, e incluso bastante disfrutable. Y de regalo, una cover de “Danza Kuduro” que no tuvo ningún sentido.
La tarde prosiguió con Mimi Webb, una de estas cantantes británicas que la organización programa para satisfacer al muy numeroso público inglés y una de las cabezas de cartel del día: Lizzo. Extravagante, descarada, dinámica y con una voz portentosa que ya le ha hecho ganar cuatro Grammys, aunque eso no signifique gran cosa. Lo que está claro es que la calidad de su espectáculo está fuera de toda duda. También está fuera de discusión cuál fue el mejor concierto del Mad Cool 2023: Sigur Rós. Y es que, más allá de la increíble belleza de su música y puesta en escena, esto fue así por dos motivos conectados entre sí: eran una rara avis del line-up. Son cero festivaleros y su desbordante intimismo choca frontalmente con toda la fanfarria que rodeaba al escenario 3. Recordemos sin ir más lejos lo que ocurrió con Massive Attack y su cancelación en la edición de 2018. Afortunadamente los islandeses son muy diferentes en todos los aspectos. El otro motivo es que costaba creer que el público fuera a entender y respetar lo que este concierto exigía de él. Pues bien, sucedió la magia. Prácticamente todos los presentes, a pesar de estar plena subida química o puntillo cervecero, se rindió a la majestuosidad de levitaciones trascendentales como “Svefn-g-englar“.
Como fue imposible escaparse de semejante trance para bailar con Nova Twins, que al parecer dieron un concierto soberbio, optamos por un poco de Purple Disco Machine. Nada, intrascendentes. Los que sí lograron sacudirnos fueron Maximo Park. Una inyección de positivismo y buen rollo que mató muy pronto la súbita cancelación de la esperadísima Rina Sawayama. La excusa, tanto de la artista como de la organización, fue “problemas de producción”, pero no se ha llegado a esclarecer qué es lo que pasó. Así que nada, optamos por despedir la jornada de la mano de los dos principales cabezas de cartel del jueves. El primero, Robbie Williams. Un nombre que siempre va asociado al sustantivo carisma. Y es que no es para menos, porque si el carisma es que te hipnoticen los movimientos, chascarrillos, gestos y, en definitiva, gilipolleces de alguien, el que fuera miembro de Take That lo tiene. Usa todos los recursos posibles para ganarse al público, desde interactuar con él a hacerle corear nananas, versionar himnos como “Don’t Look Back In Anger” o desplegar sus propios clásicos: incontestables “Angels“, “Rock DJ“, “Feel” o “Kids“. Y por supuesto interpretar su papel de inglés macarra y gracioso. Lo es, para que engañarnos. En cuanto a Lil Nas X, quedó claro que es más icono fashion que músico, pero tiene uno de esos shows que merece la pena ver. Da lo mismo si tiene más importancia la escenografía, el vestuario y el baile que la música, que en gran parte es puro playback, porque lo que ves es vibrante y el broche perfecto a un día desbordado de estímulos.
Viernes 7 de julio
Abrir un festival no es tarea fácil: aún hay poca gente, está dispersa y hace mucho calor, pero el line up del Mad Cool es tan potente que lo hacen bandas como Spoon, con treinta años de carrera a sus espaldas, pero es que a la vez estaba tocando Kevin Morby y en seguida cogió las riendas Puscifer. Tras Tool y A Perfect Circle este era el proyecto de Maynard James Keenan que nos faltaba ver en directo: el más personal y desenfadado de todos ellos. Además de sonar incluso más contundentes de lo que esperábamos, tienen una irresistible puesta en escena teatralizada en la que tocan y combaten alienígenas a partes iguales. Fantásticos.
Angel Olsen no nos dijo gran cosa, pero tiene un puñado de buenas canciones que le han llevado a colaborar con gente de Cap’n Jazz, Wilco o Cass McCombs. Los que sí nos dijeron de todo fueron dEUS. Menudo despliegue enérgico de art rock. Sin lugar a dudas, uno de los directos más compactos y sudorosos que tuvieron lugar en la carpa. Por su parte, Sam Smith presentó en el escenario principal su nuevo show por primera vez. Icono del orgullo LGTBIQ+ y, sobre todo, una de las voces más destacadas del pop actual, empezó romántico y acabó transgresor, con los asistentes más conservadores clamando al cielo en Twitter por su despliegue de satanismo y erotización. Bien hecho Sammy.
Tash Sultana fue la primera en abarrotar realmente el escenario Región de Madrid que, por cierto, igual que sucedió en anteriores recintos y ediciones, nos pareció el mejor de todos por sonido y disposición. Es curioso porque da la sensación de que al público le fascina su talento a la hora de tocar multitud de instrumentos y ensamblar los acordes a fuerza de loops, pero no llega a conectar con sus canciones. Desde luego a nosotros nos pasa: el show no fluye orgánico y a su música le hace falta un alma que logre emocionar. Ocurrió justo lo contrario con Men I Trust: desplegaron una emotividad muy sensual pero les faltó el vigor del que sí puede presumir la australiana. Que ya que volvemos a la Sultana, en su línea multi instrumentista y de mezcla de géneros, nos pareció más interesante la propuesta del que le sucedió en el escenario: Jacob Collier. Los vídeos que le hicieron famoso son tremendos, y en vivo es aún más sorprendente, porque logra construir una música bastante elaborada capa por capa corriendo de la batería al teclado, del teclado al contrabajo y de un salto al piano. Cada sonido se añade al siguiente y la música nunca se detiene. De hecho, hay momentos en los que toca dos instrumentos a la vez, uno con cada mano. Magnífico.
Otros que nos ganaron completamente fueron Bombay Bicycle Club a pesar de los problemas técnicos que ya habían hecho acto de presencia en dEUS: el concierto empezó diez minutos tarde y a mitad se fue la corriente pausándolo durante otros cinco. Aunque ese irresistible comienzo con “Eat, sleep, wake (nothing but you)” seguido de “Shuffle” nos hizo muy felices. El concierto que sí que fue como un tiro de principio a fin fue el de esos monstruos llamados Queens Of The Stone Age. Qué barbaridad. Tras desquitarse con “No One Knows” nada más empezar el set basaron el resto en sus tres últimos discos, pero es que todas las canciones suenan como una electrocución masiva. Solo hubiera hecho falta presenciar su cierre formado por “Go with the Flow” y “A song for the dead” para constatar que ahora mismo es una de las bandas de rock más imponentes del mundo.
Tras chequear que Polo & Pan no estaban haciendo nada reseñable en el Loop, a pesar de su poder de convocatoria, repartimos nuestro tiempo entre Mumford & Sons y Kaleo y lo cierto es que ambos resultaron algo descafeinados después de la explosividad de QOTSA. Cuando M&S abordan los temas más folkies de sus primeros trabajos siguen teniendo gancho, pero los temas más convencionales de su última etapa no podrían causarnos más indiferencia. Mucho más interesante fue el concierto de Kaleo gracias a su blues rock aderezado con ese toque islandés que de algún modo está presente en cualquier banda que sale de esa isla mágica. Aunque si hablamos de magia, la de Rüfüs du Sol fue algo realmente especial. Sin lugar a dudas el show electrónico más conmovedor del Mad Cool 2023 corrió a cargo de los australianos. Es sonar “Innerbloom” y elevarnos sin remedio. E incluso nos dio tiempo a un último baile con el “Lonely Boy” de los Black Keys. Imposible un cierre mejor.
Sábado 8 de julio
Mientras que en la edición de 2019 Years & Years se encargó de poner una guinda final muy festiva y bailonga, en esta ocasión su actuación fue ubicada a primera hora. Además, ha pasado de banda a proyecto en solitario de Olly Alexander y desde luego le va mejor la noche que el día. Totalmente prescindible. Todo lo contrario que Touché Amoré, único grupo de post-hardcore (y cualquier género que implique core al final) programado en todo el fin de semana. Más allá del inevitable foso, se les vio algo distanciados de la audiencia y sonaron menos crudos que en otras ocasiones, pero les adoramos y fueron un bálsamo de ruido, aunque no el suficiente. A los que se escuchó a la perfección fue a Kurt Vile & The Violators y su indie rock de ecos folk y psicodélicos. Tras él llegó el turno de la mejor banda tributo de Oasis del mundo, con permiso de Noel: Liam Gallagher. Todo es siempre tal y como lo recordamos: su look, sus poses, su voz (mejor o peor según la época) y las canciones (tocadas a la perfección por una banda tan en segundo plano que es ignorada hasta por los cámaras). Los hermanos tienen todo lo que hay que tener para resultar detestables, pero también algunas de las mejores canciones escritas en el mundo a mediados de los noventa. Es sonar ‘Rock & Roll Star’, ‘Cigarettes & Alcohol’, ‘Wonderwall’ o ‘Champagne Supernova’ y se te olvida todo lo demás. Te limitas a corearlas a grito pelado embargado por la nostalgia.
A Morgan nos los perdimos pero llenaron la carpa más que ningún otro grupo y estamos seguros de que lo hicieron tan bien como siempre, que por algo tienen a una de las mejores cantantes de este país. El caso es que fuimos corriendo a ver M.I.A., que entró en sustitución de Janelle Monae, y con ella una de las mejores actuaciones del festival. Desprovista de más banda que sus bailarines, pero arropada por unos visuales tan llenos de calidad como lo suelen estar sus vídeos, desplegó una tormenta de ritmos urban, reggae, arab y hip hop que hizo bailar hasta a los más escépticos. Sus coreos tienen presencia, ella desborda vitalidad en cada cambio de outfit o zambullida al público y canciones como ‘Bad Girls‘, ‘Borders‘ o ‘Paper Planes‘ siguen sonando tan innovadoras como cuando las lanzó. Al mismo tiempo Primal Scream dieron un concierto delicioso de puro rock and roll. Dejando a un lado su vertiente más dance-rock y neopsicodelia se entregaron al sonido de los Stones del “Exile On Main Street”, gracias en gran parte al coro de góspel que llevan en directo. Tremendos.
Al acabar pudimos pasarnos por el Loop para disfrutar un rato del set de uno de los mejores productores de electrónica emocional del mundo: Christian Löffler. Fue mágico, como siempre. Realmente, el único digno de mención de todo el festival. Conscientes de que no presenciamos una muestra relevante para poder descartar al resto (sobre todo porque el festival este año finalizaba a las 2 de la mañana en detrimento de la electrónica) da la sensación de que, a diferencia de otras ediciones, se ha dejado un poco de lado el Loop, tanto en la carpa en si misma (más pequeña y con peor sonido), como en su ubicación arrinconada y la programación en general.
Llegado el momento de los headliners absolutos del Mad Cool 2023 tardamos poco en concluir que no podría ser más injusta su posición. El hecho de que The Red Hot Chili Peppers lleven 25 años sin sacar un buen disco podría ser razón suficiente para que no estuvieran tan sobre aclamados, pero viendo cómo se las gastan actualmente en directo creo que va siendo hora de bajarles del pedestal. Pocas veces ha sido tan unánime la crítica de prensa y público como en esta ocasión. Las 3/4 partes de los 70.000 asistentes del día presenciaron un concierto completamente tedioso, desganado e insustancial. Se les perdonaría un setlist tan desastroso (no sonaron ni ‘Otherside‘, ni ‘Scar Tissue‘, ni ‘Dani California‘, ni ‘Can’t Stop‘, ni ‘Under The Bridge‘) si el resto de lo que tocaron no estuviera tan poco inspirado. Y lo que está claro es que el problema no es que estén viejos porque se les ve en plena forma física. El mayor problema es Athony Kiedis. No solo estropea el trabajo de Flea, Frusciante y Smith al enfangar muchas veces la instrumentación con sus gorgoritos edulcorados, sino que su actitud reveló durante todo el concierto que estaba ahí únicamente por la millonada que le estaban pagando.
Desde luego fue buena idea ausentarse un rato para disfrutar de dos conciertos que sí fueron brillantes: The Hu y Ava Max. Los primeros, una banda de folk metal mongol que adquirió fama mundial gracias a sus vídeos tocando instrumentos tradicionales (incluido su peculiar canto de garganta) de una manera fascinante. En directo suenan aún más broncos que en estudio y hacen que te sientas como un aldeano coreano viendo acercarse a las tropas de Genghis Khan. En cuanto a la cantante estadounidense de origen albanés Amanda Ava, la verdad es que da gusto verla cantar y bailar. Siempre decimos que una de las mayores virtudes del Mad Cool son los conciertos de las cantantes de pop, pero este año han escaseado más que en otras ediciones (el año pasado sin ir más lejos: Carly Rae Jepsen, Tove Lo, Sigrid o Zara Larsson), así que fue un soplo de aire fresco escuchar hits como ‘Sweet but Psycho‘ después de que alcanzara el número uno en 22 países.
Tras el final precipitado de los Red Hot (acabaron antes de tiempo, ya os digo que no hicieron nada bien), llegó el turno de despedirse del festival y había siete maneras diferentes de hacerlo ya que en ese momento los siete escenarios estaban a pleno rendimiento. Creo que es el festival en el que más a menudo siento el deseo de poder desdoblarme, pero hubo que jugar al descarte y la decisión fue dividir la recta final entre Jamie xx y The Prodigy. Ese era el plan hasta que estos últimos empezaron con ‘Breathe‘ seguida de ‘Omen‘. Sigue siendo imposible resistirse a su rave perpetua. Aún no se ha inventado una banda capaz de cerrar mejor un festival que ellos. Pensábamos que lo disfrutaríamos a medias por la ausencia de Keith Flint, ya que este era el regreso de Prodigy a la Península tras su muerte en 2019, pero su legado es tan explosivo que la mejor forma de honrar su memoria siempre va a ser poguear hasta la extenuación. La mayoría del público ya notaba el cansancio en mayor o menor medida tras tres días frenéticos, pero a todos se nos olvidó hasta la traca final compuesta por ‘Smack My Bitch Up‘, ‘Take Me to the Hospital‘, ‘Invaders Must Die‘, ‘We Live Forever‘ y ‘Out of Space‘. Qué barbaridad de grupo. Ahora y siempre.
Y así acabó la fiesta. Una fiesta que espero que dure muchos años una vez reparadas las fisuras relatadas, porque si alguna vez nos falta la echaremos demasiado de menos.
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