Cuando vimos el primer avance de artistas del Paraíso Festival, lo primero que dijimos fue ¿en serio va a pasar esto en Madrid?. Un festival de electrónica avanzada en la capital es algo que nos resultaba difícil de imaginar. Al fin y al cabo, por aquí solo hemos tenido pequeños ciclos esporádicos en centros culturales y nunca algo similar al Sónar de Barcelona, el LEV de Gijón o el Mugako de Vitoria. Sin embargo, el Paraíso fue diferente. No versó tanto en la música electrónica experimental, sino más bien en una música de baile elevada y culturalmente ambiciosa. Huyó del mainstream, el felipismo y la masificación. Los grandes nombres fueron ignorados y se apostó más por la calidad que la cantidad, al estilo de los festivales boutique europeos como el Dekmantel holandés o el Melt alemán. El responsable fue José Morán, cofundador del FIB, que ya había organizado hace dos años un festival electrónico en ese mismo lugar, los campos de rugby de la Universidad Complutense. En esa ocasión se llamó Utopía y sí que hubo estrellas como David Guetta, Diplo o Alesso. Así os lo contamos aquí. Sin embargo, no cosechó todo el éxito deseado y la prometida edición del 2017 nunca llegó a celebrarse. A cambio, un año después decidieron regalar a Madrid su propio templo efímero de la electrónica. Un fin de semana increíble que ha hecho que todos los que lo vivimos podamos decir a lo largo de los años: yo estuve allí.
Viernes
El comienzo fue complicado. La primavera más lluviosa del último siglo siguió haciendo de las suyas y la organización se vio obligada a retrasar la apertura de puertas porque las lluvias habían generado desperfectos de algunas salidas de emergencia. Sin embargo, tras el reajuste de horarios y una agradecida tregua por parte de las nubes, Kelly Lee Owens, Awwz y Sahalé inauguraron el festival. Las primeras impresiones no pudieron ser mejores: tres escenarios, bonita decoración, compromiso ecológico y, en general, instalaciones muy cómodas y accesibles. Mientras que Kelly Lee Owens afrontó con muchísima dignidad la difícil tarea de abrir un evento masivo, llenó de teclados un espacio aún bastante desangelado y la gente comenzó a aplastar el barrizal cubierto por una gran alfombra de césped artificial. Por su parte, el dj Sahalé llenó el escenario Manifesto, el más pequeño y alejado, de slo-mo y ritmos arábigos. Mientras que Danny L Harle apostó por un techno palillero de tintes EDM, Rodriguez Jr y Liset Alea hicieron un live delicioso en el escenario Paraíso. Sutileza con momentos de intensidad y una efectiva puesta en escena.
Apparat era sin duda uno de los nombres más conocidos del cartel, especialmente tras la popularidad que ha obtenido su proyecto Moderat en los últimos años y la arrolladora gira que hicieron el año pasado. Tiene tanto talento produciendo que su nombre es siempre una garantía de éxito. Sin embargo, su formato dj set no tiene nada que ver con su live, y actuaciones pasadas nos hacían afrontarlo con cierto escepticismo. El resultado en el Club fue finalmente satisfactorio y pasó de un IDM melódico a un techno house muy bien mezclado. Sin embargo, lo más interesante estaba ocurriendo al mismo tiempo en el principal de la mano de HVOB. Deep, emotividad y preciosismo de la mano de los austriacos Anna Müller y Paul R. Wallner que, acompañados de percusión, dieron un concierto que fue de menos a más y resultó un trance maravilloso.
Tomaron el relevo los veteranos islandeses Gus Gus, que venían para presentar su último trabajo ‘Lies Are More Flexible‘ y que defendieron con la energía que les caracteriza, a partir de una combinación de sintes y vocales poperos en los que se mezclaron el acid, el electro y el house más etéreo. Por su parte, el productor housero de Chicago Larry Heard aka Mr. Fingers, presentó casi en su totalidad su disco ‘Cerebral Hemispheres‘, ayudado por un vocalista que llenó la carpa de old school y ritmos grooveros. En esa línea de house bailongo continúo el sudafricano Black Coffee, todo un clásico de los veranos ibicencos, que supo como mantener la frescura en lo más alto. Sin embargo, era el momento para la introspección y la emotividad. Los productores Ólafur Arnalds y Janus Rasmussen, o dicho de otra forma, Kiasmos, se subían al principal para desatar toda su sensibilidad minimalista. Su set está calculado al milímetro y sabes de antemano lo que vas a escuchar, de hecho, como live no tiene mucho valor, pero cada uno de sus temas es tan glorioso que ovacionas como si hubiera sobre el escenario todo un derroche de virtuosismo. Al fin y al cabo, lo que haces es aplaudir el trabajo de estudio que, sumado a los hipnóticos visuales resultó una vez más embriagador. Es curioso que no sea música de 3 de la mañana y aún así no embajone, sino todo lo contrario. Es imposible no amarlos.
El broche de la jornada corrió a cargo de Hot Chip Megamix, que no logró engancharnos para nada y fue más soporífero que otra cosa. Ocurrió todo lo contrario con DJ Tennis. El italiano afincado en Berlín supo dar al público lo que necesitaba en ese momento: un fantástico equilibrio entre el techno y el deep house. Por cierto, se llama así porque empezó a pinchar en su club de tenis. Es trágico y entrañable al mismo tiempo. Con él nos fuimos a planchar la oreja. Al día siguiente teníamos muchas más horas de baile por delante.
Sábado
El cielo fue clemente, pero el frío nos obligó a volver a Cantarranas con el abrigo echado al hombro. La fiesta comenzó con las hermanas franco-cubanas Lisa-Kaindé y Naomí Díaz (hijas del percusionista de Buena Vista Social Club), bajo el nombre de Ibeyi, y su peculiar propuesta. Llenas de sobria intensidad, resultaron ser la apertura perfecta y toda una inyección de buen rollo. Se nota que han mamado música desde antes de ser destetadas y saben como canalizar su talento.
Con los rayos del atardecer Henry Saiz & Band presentaron su reciente trabajo, que personalmente me parece de lo mejor del año y todo un renacimiento. En directo esta impresión quedó confirmada. Dieron un concierto tan glorioso que nos vimos obligados a felicitarle cuando nos lo encontramos merodeando durante el set de Dekmantel. Aunque solo hubiera sido por su actuación, hubiera merecido pasarse por el festival. Acto seguido, Tune-Yards la propuesta más hipster popera de la jornada dieron un concierto descafeinado que no convenció a los que les descubrían en ese momento. Sus fans, eso sí, parecían complacidos. Elevó potencia y espectáculo el encargado de coger el relevo: Petit Biscuit. El jovencísimo francés se rodeó de todos sus cacharros (guitarra y caja incluidas) y acompañado de una espectacular puesta en escena, cuidada hasta el más mínimo detalle, ofreció un recital millennial de electro pop y EDM cuidado bastante interesante. Lo es mucho más en disco y la verdad es que aún le faltan muchas tablas, pero su corta edad no podría hacerle más prometedor.
Cumhur Jay lo hizo realmente bien y frente a los visuales más extraños de todo el festival, desplegó un techno house soberbio en el escenario Club. Tras él, Floating Points, desgraciadamente sin banda, desplegó su live por primera vez en Madrid. Si bien demostró su enorme talento, el sonido fue mediocre y los visuales muy malos. No obstante, con temas como “Thin Air”, “Nuits Sonores” o “Elania” todo lo demás queda en un segundo plano. Mientras Lovebirds hizo disfrutar a la asistencia con un house cargado de vocales y sandungueo, Palms Trax apostó por el house tintado de techno, electro y tribaleo. Entonces tocó acudir a la llamada de ese icono llamado Róisín Murphy, que ya estaba sobre las tablas del escenario principal. La ex Moloko era una de las cabezas de cartel del festival y había muchas esperanzas depositadas en su directo, pero desgraciadamente resultó ser más soporífero que otra cosa. Ya entrada la madrugada, tirar de un repertorio versado en sus últimos trabajos, más experimentales y menos efectistas que los álbumes que le dieron la fama, era una decisión arriesgada. No obstante, su voz sigue impecable, sus cambios de look lo hicieron más ameno y el final, con “Sing It Back” coreado por todos con fervor, hicieron que aún así mereciera la pena presenciarlo.
Si le sirve de consuelo, el live de Damian Lazarus & The Ancient Moons fue aún más insípido, aunque dio la impresión de que él se lo pasó en grande. Por su parte, Tom Trago y Gerd Janson nos regalaron un buen par de sesiones en el Club. Sin nada destacable, pero que combinaron bien la oscuridad con el discotequeo clásico y con “Neutron Dance” de Kristal Klear a modo de guinda. Eso sí, la mejor forma de despedirse del Paraíso fue de la mano de Guy Gerber, que fue subiendo su intensidad en una progresión perfecta que culminó con un matraqueo finísimo. Pedro Sánchez comió techno en la colindante Moncloa, eso seguro. Y nosotros comimos escerificaciones de whisky como si fueran Lacasitos y bailamos hasta que nuestros pies nos dijeron oye ya está bien, pero es que con un festival así nunca es demasiado. Claro que hay cosas que se pueden hacer mejor, pero como punto de partida no podría ser más prometedor. Desde luego hizo honor a su nombre, fue una delicia de principio a fin y solo podemos esperar que sea cierto eso que ponía en las pantallas cuando el sol estaba a punto de asomar el hocico: nos vemos en el Paraíso 2019.
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