La visita a España de los británicos Electric Wizard puede que no causase gran revuelo a nivel de público generalista pero en el reducido circuito de sus más fieles seguidores resultaba todo un acontecimiento.
Su halo de misterio, su perturbadora música, su simbología satánica y su posicionamiento anticomercial, forman un conjunto de peculiaridades que arrastran hacia su propuesta a un puñado de aficionados que, en el caso de Barcelona, no perdieron la “gran ocasión” de presenciar sus evoluciones en un recinto que registró una media entrada.
Obviamente, los asistentes al concierto sabían lo que les esperaba, un hipnótico aquelarre de doom/stoner metal de rugosas texturas capaz de penetrar en lo más profundo de la mente a base del riff recurrente de baja afinación.
Y Electric Wizard, no decepcionaron a sus entregados discípulos. Su puesta en escena no permite sutilezas. Desde el mismo inicio del concierto el magnetismo de sus composiciones inundó la sala haciendo mover a los presentes a un ritmo cadencioso, como si un hechizo hubiese sido lanzado desde el escenario. Y aquello no paró durante 70 inquietantes minutos.
En el centro del escenario, Justin Oborn se esforzaba para que su voz no se perdiera en el “maremagnum” de retorcidas sonoridades que prevalecían en el ambiente. Sus desgarradoras frases, por momentos, quedaban atrapadas entre las envenenadas ondas dominantes, alejándose del micrófono cuando era necesario atacar con algún que otro enfermizo ejercicio solista.
Mientras tanto, sin un gesto demás que detectase su naturaleza humana, Liz Buckingham, imperturbable ante su entorno, ejecutaba de forma acompasada siniestros y corrosivos acordes, ocultando el rostro tras su fina cabellera rubia, haciendo difícil las intentonas de poder descubrir sus atractivos rasgos faciales.
Difícil también resultó ver el rostro tatuado de Tas Danazoglou, cubierto por una espesa melena, aunque sí pudimos observar los de sus brazos cuando agitaba su bajo en la difícil papeleta de insertar su sonido entre las crujienes guitarras.
Como complemento visual, una pantalla de fondo mostraba diversas imágenes de viejas películas en blanco y negro con ceremonias diabólicas y malignidades varias como nexo común.
Fue un concierto rodeado de penumbras amenazadoras, diseñado para la angustia y el agobio. Apenas hubo expresiones de los protagonistas que detectaran algo de júbilo, solo Tas se permitió el lujo de descubrir a alguien entre el público que le hizo abandonar por unos instantes el oscuro letargo que rodeó a todo el grupo, consciente de que su música no estaba para exhibir alegrias engañosas.
Después de su atormentada pero impactante exhibición los componentes de la banda fueron abandonado la escena mientras los últimos acoples hacian retumbar los amplificadores. Primero se marchó Justin… le siguió al poco Liz, tras breves momentos abandonó Tas y Shaun quedó solo para terminar el ritual a golpe de tambor…
Obviamente, aquello había acabado. Nada de bises, ni saludos de despedida, eran Electric Wizard y en su mundo no hay lugar para los remilgos. Lo tomas o lo dejas.
CRITICA LOCKY PEREZ/FOTOS RAUL RANZ (Madrid)
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