Los conciertos de metal extremo son mucho más que un entretenimiento. Podría decirse que son una terapia. Una descarga adrenalítica en la que te liberas de todos los posos de mierda acumulados tras pasar una jornada de diez horas frente al ordenador o ver el telediario durante cinco minutos. Además, es imposible asistir a una terapia junto a gente de mayor riqueza interior que los seguidores de este tipo de música infernal. Hay una creencia popular que dice que alguien que lleve una camiseta de AC/DC no puede ser mala persona. Viene a decir que los heavies son buena gente, aunque AC/DC ni si quiera es heavy metal, de modo que, olvidémoslo. Los metaleros extremos son la verdadera afabilidad. Porque, a pesar de sus negruzcos atuendos y consignas satánicas, por norma general son afables y campechanos. Obviamente, blackers como Gaahl, Faust o Varg Vikernes están fuera de esta generalización, pero sí que me atrevo a afirmar que si el metal extremo fuera un género musical mayoritario, el mundo sería un lugar mejor.
Por desgracia, sigue siendo muy minoritario, y salvo honrosas excepciones, los conciertos de metal extremo no suelen registrar potentes entradas. En esta ocasión, se llegó a completar medio aforo de la madrileña Heineken, lo cual no está ni bien, ni mal, pero para tirar cohetes no es, desde luego. El cóctel era tan variado como explosivo (death, black, folk-metal) y la verdad es que se agradece que cada vez más podamos ver giras de metal bastante heterogéneas. Tanto que, a pesar de ser pocos —si los comparamos con el reggaetton, por ejemplo- en cualquier lugar puede surgir de forma espontánea el fuego de las guitarras. Hasta en las islas Maldivas, la remota procedencia de Nothnegal, el primer grupo de la noche. Comenzaron veinte minutos después de que abrieran las puertas a las 6 de la tarde y es que poco les faltó para que fuera una matiné. Es lo que tiene montar un concierto de cinco grupos en la sala Heineken un miércoles, con el posterior deleite bakalachundero de después. Pero bueno, hoy me he propuesto no rajar ni de la acústica, ni de los horarios, ni del precio de la birra del famoso templo madrileño, así que me volcaré directamente en los maldivos. Con bastante más gente dentro de la esperada, tocaron los cuatro temas de su único EP, Antidote of Realism, además de un anticipo de su último trabajo. No dio para mucho, pero en el ratico que tocaron fueron de sobra capaces de volarnos la cabeza con su poderosa mezcla de death y black. Tanto el virtuosismo del teclista (ex Poisonblack) como los frenéticos solos del guitarrista se fusionan a la perfección con esa bestia percutiva llamada Kevin Talley, anteriormente batera de grupos como Dååth, Chimaira o Dying Fetus.
Los siguientes en subirse al escenario, tras un cambio de backline bastante rápido, fueron Metsatöll. Desde Estonia para presentar su nuevo álbum, Äio, y demostrar por qué están considerados como el mejor grupo de metal de su país. Desde luego no lo demostraron en su anterior visita junto a Tracedawn y Ensiferum, pero han sabido evolucionar y mejorar mucho su sonido. Metsatöll era la única banda del cartel que realmente guardaba semejanzas con los cabezones Finntroll y salieron a la palestra para dar lo mejor de sí mismos. Con un poderoso inicio gracias a “Tuletalgud” y “Vaid Vaprust“, en una media hora tocaron temas tanto de Ivakivi y Kova Kont como del nombrado Äio. Con un constante cambio de posición e instrumentos y una gran soltura y el entusiasmo sobre el escenario, dejaron bien claro que aún podrían haber llenado uno todavía más grande. Cánticos paganos encabezados por el líder de la banda, Markus (que derrochó cachondeo piropeando a las chicas de las primeras filas), y el carismático Lauri, que llegó a manejar hasta seis instrumentos distintos a lo largo del set, incluyendo gaitas, guitarras, flauras y hasta un kannel, un cacharro tradicional estoniano. “Minu Kodu” puso fin a su particular fiesta y a una actuación soberbia.
Llegada la hora de un poco de caña bastante más salvaje, Rotting Christ se subieron al pedestal acompañados de la épica introducción de 300. Nacidos a finales de los ochenta, comenzaron su andadura por las herrumbrosas calzadas macedónicas compaginando el death con el grind, para finalmente sonar más black metal que las entrañas de Belcebú. Una perfecta combinación de veteranía, presencia y oscuridad no tardó en inundar hasta el rincón más alejado de la sala y hasta el último alma allí presente se rindió a su estampa secular. Entonces se encendió la pantalla gigante de leds que hace las funciones de lona luminosa y su símbolo cobró vida al ritmo de “Aealo“. Durante tres cuartos de hora atronadores, el escuadrón griego facturó descargas clásicas y viscerales en la onda de la brutal “Pir Threontai“, “King Of A Stellar War“, “Dub-Sag-Ta-Ke“, “Phobos´Synagogue” o “You Are I“, además de algunos temas de su último trabajo, Aealo. Desgraciadamente, los coros fueron prácticamente inaudibles durante toda su actuación, aunque los hermanos Tolis, frontman y batera, apoyados en las cuerdas de Andreas y Giorgos, logran una contundencia sólida que se expande como cepas surgidas de distintos escondites del Averno, tanto en la vertiente más death y black, como en otros matices más doom, e incluso goth. Además, para romper la linealidad y conectar con el público, el cantante Sakis entonó algunas palabras en español y animó a los fans a hacer circle pits y enloquecer con su sonido. Complicada tarea la de resistirse a dejarse llevar por la lava en la que se convirtieron nuestras mentes tras semejante recital, una vez más a la altura de sus anteriores visitas.
A esas alturas de la noche, dentro de nuestra cabeza ya se estaba celebrando una batucada involuntaria, pero aún quedaban dos bombazos más que teníamos que soportar estoicamente. Los emblemáticos Samael se encargaron de quebrar el letargo que supuso el cambio de backline (incluyendo unos focos a pie de escenario que nos frieron un buen puñado de neuronas con cada flashazo) y disponer toda la carne para que Finntroll terminaran devorándosela. A pesar de que es imposible subestimar a una leyenda como Samael, he de reconocer que fueron mucho más amenos de lo que esperaba. Los suizos rompieron con la oscuridad reinante hasta ese momento y se abrieron paso entre la multitud a golpe de black/death industrial como si de un corcel diabólico pisoteando cráneos se tratara. Si bien es cierto que los teclados y las bases programadas restan contundencia al resultado final, gracias a una granada selección de su prolífica trayectoria durante los noventa, algún tema de Reign Of Light, Solar Soul y Above, tales como “Black Hole“, “My Saviour“, “Rain” o “Solar Soul” y el trallazo “Antigod“, que presumiblemente será el single de su próximo disco, en su primera visita a la capital, consiguieron dar un concierto soberbio. El líder del ángel de la fuerza, enfundado en un traje rojo que parecía sacado del armario de gala del reparto de Matrix, platicó en un depurado castellano con el público y sin duda alguna, llevó a su banda al nivel dispuesto por sus predecesores.
Como colofón final, los nórdicos antropomorfos Finntroll tomaron el escenario. “Blodsmarch” dio la bienvenida a uno de los grupos, sino el que más, de folk-metal (o más concretamente, death-humppa) más consagrados del momento. Instantes después y como mandan los cánones, se fusionó con el riff de “Solsagan” y comenzó la fiesta. Por primera vez, la masa bailó junta y el pogo convulsionó el baile pagano, al ritmo de ese tema y los que vinieron después, “Den Frusna Munnen“, “Slaget Vid Blodsälv” o “Skogens Hämnd“. En la música de Finntroll y su vigoroso directo, una amalgama de sonidos se retuercen entre sí como las raíces que adornan los torsos de sus componentes. Los rápidos riffs de sus guitarras death metaleras, las animadas melodías y cánticos suecos, los característicos sonidos folclóricos y el tenebrismo del black metal que envuelve toda la estructura y ejecuta canciones como “Nattfödd” o “Skigens Hämnd” les hace únicos en su estrafalaria especie. Aprovechando que vinieron presentando su último disco, Nifelvind, tocaron temas nuevos como “Den Frusna Munnen” o “Ett NorrkensdÃ¥d” e himnos imprescindibles como “Trollhammaren“, “Slaget Vid Blodsälv” o con la que acabaron el primer bloque, “Maktens Spira“. Después, una pausa para dejar que se evaporaran las babas de las metaleras posicionadas en el primer frente para deleitarse con la ralea de Vreth y dar paso al bis que diera por concluida una noche tan intensa y extenuante. “DrÃ¥p” y “Jaktens Tid” fueron las escogidas para poner el broche final. Francamente, temas como “Under Bergets Rot” o la citada “Trollhammaren” funcionarían mucho mejor para concluir el espectáculo, pero aún así quedamos completamente satisfechos. La jornada había concluido tras cinco horas demenciales de metal mefistofélico. El último del año, del lustro y de la década. Meteorito apocalíptico, ya puedes caer y disponer tu justicia divina.