Seguramente ya habéis escuchado unas cuantas opiniones acerca del sonado concierto que ofrecieron Foo Fighters el pasado 6 de julio en el madrileño Palacio de los Deportes. Es muy posible que la mayoría de ellas comiencen con “el mejor concierto” y terminen con “del año”, “de la década” o incluso “del siglo”, como sentencia la Rolling Stone, por poner un ejemplo. La credibilidad de éstos es similar a la del flipado de tu vecino, sí, pero ambos engoriles definen bastante bien el clamor unánime con el que más de 15.000 personas recibieron en el Palacio de los Deportes a Dave Grohl y al resto de los cuasi-anónimos componentes de la formación americana. Foo Fighters son una banda de estadio con un público de estadio, y en la mayoría de los casos, la exigencia no suele estar muy presente en este tipo de conciertos. Aunque lo que está claro es que al fin saldaron la deuda que tenían con el público español, después de casi una década de ausencia. Y la saldaron porque desgranaron nada más y nada menos que 26 canciones a lo largo de más de dos horas y media. Y si hay algo en lo que estamos de acuerdo todos los idólatras fans y yo, es que dieron exactamente lo que se esperaba de ellos.
A los que llevábamos poco tiempo esperando debido a su juventud como formación eran los teloneros escogidos para esta gira: The Gaslight Anthem. Pero las ganas y abertura de brazos eran exactamente iguales, porque su breve discografía es de lo mejor que le ha pasado al rock contemporáneo de los últimos años. Claro que maldita nuestra desgracia por tener que verlos por primera vez en un macro-pabellón deportivo, en lugar en una sala del tamaño de El Sol o Moby Dick. Se han hecho grandes demasiado pronto, qué le vamos a hacer. Los que sí tuvieron la fortuna de disfrutar de un concierto más íntimo fueron los catalanes, ya que allí actuaron en la sala Apolo. Y al parecer ofrecieron un recital memorable, mucho más cómodos de lo que estuvieron en el Palacio de los Deportes, eso seguro. La amplitud del recinto, el tiempo que tuvieron para tocar (apenas 45 minutos, lo normal en estos casos) y la recepción de un público indiferente no jugaron en su favor. Lo que sorprendentemente sí les benefició fue el sonido y es que incluso se alcanzaron grandes cotas de emotividad, a pesar de la fría magnificencia del lugar.
En cuanto al setlist, fue sorprendente que tocaran canciones como “Wherefore Art Thouy, Elvis?“, “Wooderson” o “We Come to Dance“, en detrimento de su último trabajo, American Slang. Asimismo, del disco que les hizo populares, The 59 Sound, sólo escogieron las imprescindibles “Great Expectations“, “The Backseat” o la que da nombre al disco. Y podríamos decir que “Bring it on” fue uno de los puntos álgidos de la actuación. Por lo demás, pelotearon cuanto pudieron a Foo Fighters y se mostraron cercanos y sencillos. Lo que está claro es que todo el peso del grupo cae en su carismático líder, Brian Fallon, a pesar de que a veces parezca un imitador profesional de Springsteen. Pero bueno, lograron transmitir todo el sentimiento que confiábamos que nos regalarían y aunque siguen siendo mejores en disco que en directo, van por el mejor de los caminos.
Después de un prolongado cambio de backline y tras apagarse las luces, una ensordecedora ovación, acompañada de una prensa de almas y miles teléfonos móviles captando el momento, Foo Fighters entraron en escena. Como entrante de bienvenida “Bridge Burning“, “Rope” y “The Pretender” enlazadas de carrerilla, para después pedir disculpas por haber estado tanto tiempo sin pisar suelo español y asegurándonos que iban a dar el mejor concierto de la historia de Foo Fighters en nuestro país. Ahora deben pensar que, teniendo en cuenta que se colgó el cartel de ‘aforo completo’ hace meses, han desaprovechado muchos euros y ya es hora de incluir a España en las giras europeas. El montaje, sobrio pero espectacular, consistió en una pasarela de veinte metros de largo que llegaba hasta el centro de la pista y por la que se paseó el bueno de Dave Grohl a sus anchas, y seis módulos principales de luces que se movían de arriba abajo y sobre los que se proyectaban distinta imaginería.
El concierto fue una montaña rusa en toda regla, llena de subidas y bajadas que conformaron un altibajo constante. Algo previsible si tenemos en cuenta que la calidad de la discografía de Foo Fighters no da para facturar tres horas explosivas, precisamente. Hubo momentos gloriosos, como la que es indiscutiblemente una de sus mejores canciones “Learn to Fly“, la efectiva “Breakout“, la intensa y demoledora “All my Life” (con la que cerraron antes de irse a bastidores), la popular “Best of You” o la emotiva “My Hero” que coreó en sincronía todo el Palacio, así como otras perlas más desconocidas como “Generator” o “Stacked Actors“. En esta última, eso sí, a Dave Grohl y a Chris Shiflett les dio por enfrascarse en un sonrojante duelo de guitarras que terminó con éste último tirándose al público en medio de un punteo. Algo que el exbatera de Nirvana no se atrevió a hacer, lógicamente. Ni que decir tiene que todas las canciones estuvieron adornadas con interlocuciones y florituras varias. ambién hubo otros temas que directamente se los podía haber ahorrado, como “Monkey Wrench“, tocada tan a trompicones que supuso el momento más coñazo de todo el concierto, o las mediocres “Skins and Bones“, “Long Road to Ruin” o “Let it Die“. En cuanto a su último trabajo, Wasting Light, interpretaron la mitad del mismo, del que destacaron “Walk“, en la que el público puso el punto y final con el cántico irremediable del oe-oe, además de la acertada “Dear Rosemary“.
Lo que está claro es que esta es la banda de Dave Grohl y este se esfuerza por dejarlo claro en todo momento. Su actuación carece de espontaneidad, e incluso naturalidad. En el teatrillo de Dave, prevalece la interpretación de clichés y poses de estrella del Rock, en el que el resto del grupo parece más un atrezo que una formación. Suerte que Shiflett es su mano derecha y le dejó desmelenarse en momentos puntuales e incluso pasear por su pasarela. En cuanto a Nate, completamente a su bola, ni pincha ni corta y Taylor, desbocado en la batería, no vaya a ser que el jefe le eche la peta. A su lado su hijo aporreó una batería imaginaria durante todo el concierto, y es que se llevaron a toda la familia de gira e incluso había una sala con juguetes instalada en los camerinos. La gran decepción del combo fue Pat Smear (al que pudimos ver no hace mucho girando con los Germs), que fue el mayor segundón de todos, cuando debería haber entrado por la puerta grande tras su regreso a la banda. Menos mal que a pesar de los pesares, el conjunto consigue dar un imponente sonido al grupo.
A su regreso del camerino, efectuaron un bis grandilocuente, como no podía ser de otra manera. Ghrol prometió cinco temas, pero al final cayeron seis. Y eso hubiera estado francamente bien si no fuera porque comenzó con la tediosa “Wheels“, interpretada en solitario por el líder de la Generación Mtv, seguida de “Times Like These“, en la que prevaleció más el lucimiento del colega que otra cosa y eso estropeó el comienzo de la misma, aunque no cabe duda de que aún así la disfrutamos. Después llegó el lugar de un par de versiones, “Tie Your Mother Down” de Queen y “Young Man Blues” de Mose Allison. Correctamente ejecutadas, pero poco oportunas a esas alturas del concierto, ya con demasiadas ganas de que llegara a su fin. Suerte que lograron arreglarlo y pusieron un gran broche a la velada gracias a “This is a Call” y la inmortal “Everlong“, que todo el mundo estaba esperando como agua de Mayo y que coreamos con fuerza, ya para terminar de exprimir nuestras fuerzas en una noche en la que les exigimos mucho y nos dieron lo suficiente como para dejarnos satisfechos. Aunque se quedaron bastante lejos, eso sí, de haber conseguido dar un concierto histórico, más allá del hecho de haber saldado de una vez su deuda.