Estando sentado en la orilla del Manzanares me dieron ganas de deshacerme de mis ataduras textiles y zambullirme con fuerza en el agua turbia. No hubiera sido el único ya que entre los patos y los nenúfares había unos cuantos niños chapoteando con fruición. Pero bueno, me contuve. Al fin y al cabo no estaba allí para ahogar mis deseos de playa sino para saltar al ritmo del Punk Gitano de Gogol Bordello. En esta ocasión les acompañaban Mariachi El Bronx, es decir, The Bronx haciendo de mariachis. Y la verdad es que nos apetecía tanto escuchar corridos como folklore bailongo del este, pero nos quedamos con las ganas. No quedó más remedio que esperar a que acabaran para recoger el photopass y poder acceder a la Riviera. Qué le vamos a hacer… Así que nada, nos dedicamos a beber cerveza templada mientras contemplábamos el ambiente que se congregaba a las puertas de la sala. Y aquello parecía un poco el ViñaRock. Vaya, que había de todo un poco. Desde neojipis a punkis, mochileros, tiraos, rastudos, universitarios, lolailos, modernos en sus distintas vertientes y hasta algún hardcoreta.
Dos años y medio después de su última visita, en la que llenaron la Heineken junto a los franceses La Phaze, su fama ha crecido como la espuma. Y había muchas ganas de verlos, más aún desde que su visita prevista para el año pasado fuera cancelada debido al repentino cierre de La Riviera por parte del Ayuntamiento. Está claro que su estilo es un trampolín de por sí por estos lares, de ahí que gente como Kusturica o Goran Bregovic disfruten tanto brincando en el sur de Europa. Si a eso le añadimos la bendición de Madonna y un respaldo mediático relativamente importante está todo dispuesto para que puedan llenar sin problemas una sala como La Riviera o Razzmatazz. No fue tanto, ya que se quedó en dos tercios, pero no deja de sorprenderme como ha crecido la aclamación popular por Gogol Bordello desde que les viera en una Heineken medio vacía en el Antidote tour de hace cuatro años junto a Bedouin Soundclash, Disco Ensemble, y Danko Jones. Entonces me encantaron, en esta ocasión… cumplieron. Y ya.
Si hay una cosa clara es que un concierto de Gogol Bordello es la ocasión perfecta para desmadrarse. De hecho, creo que es mejor centrarse en todo lo que rodea a la actuación de los neoyorquinos y hacer que su música sea un accesorio más de la fiesta. A menos que el Gitaneo-punk sea tu género artístico de cabecera, claro está. Pero bueno, lo que quiero decir es que Gogol Bordello, en mi opinión, deben ser vistos como una panda de borrachos desarrapados que empiezan a montar el pollo, y sin venir a cuento, en un guariche de mala muerte perdido en la mitad de un país de Europa del Este. Y que me aspen si eso no es lo mejor que te puede pasar en un viaje mochilero. Lo peor supongo que sería el argumento de Hostel de Eli Roth.
Creo que la mayor virtud que esconden Eugene Hütz y compañía es la de ser capaces de sacar al juerguista perroflauta que todos llevamos dentro. Puede que su música no te convenza, a mí desde luego no me apasiona, pero es difícil no bailar como un polizón ciego de aguardiente cuando los Bordello comienzan a montar el pollo sobre las tablas. Lo único que hace falta es tener la mente un poco abierta -como Rick Rubin, por ejemplo, que acaba de producir su último álbum, Transcontinental Hustle-, un poco de alcohol en la sangre -por aquello de la desinhibición-, calzado cómodo y ganas de pasárselo bien.
El público, venido de numerosos puntos de España, se aplicó el cuento y recibió a la horda balcánica como auténticos héroes y desde los primeros acordes de “Ultimate” comenzó a funcionar un pogo incendiario. Eugene Hütz comandando la renovada caravana de rusos, israelíes, etíopes, ecuatorianos, escoceses y yankis, saltó sobre el escenario con la energía que le caracteriza. Y el resto del equipo como piratas enloquecidos practicando un abordaje. Ellos saben que su mayor baza es su vistosa puesta en escena y procuran no descuidar nunca este aspecto. De hecho, quizá sea pronto para sentenciar con esta afirmación, pero si no llega a ser por su adrenalítica performance nos hubiéramos ido de allí con un sonoro pfff vibrando en los morros. Y es que es fácil no cosechar muchas críticas negativas cuando te montas una charanga babélica revestida de florituras étnicas y la lías parda como si de un demonio de Tazmania puesto hasta arriba de éxtasis se tratara. Quieren ser Mano Negra pero va a ser que no. De hecho llevan haciendo lo mismo que a finales de los noventa, con el agravante de que cada vez tienen menos ideas compositivas. Que está claro que “Inmigrant Punk“, “Wonderlust King“, “Start Wearing Purple” o “60 Revolutions” son buenos temas y nos llenó de satisfacción el escucharlos, pero eso no bastó para que creyéramos haber presenciado un gran concierto. Sus últimos trabajos carecen de la frescura que tenían los primeros, aunque por supuesto tienen buenas canciones, como las que presentaron esta noche, véase “My Companjera“, “Break The Spell“, “Inmigraniada (We comin’ rougher)” o “Pala Tute“. Una tras otra logran arrancar lo esperado por parte del público pero al final todo queda reducido a un único compás, el pum-pum que hacía Torreiglesias en Saber Vivir. A golpe de remo terminan por ser profundamente repetitivos y a uno le da la sensación de sumirse en un bucle tabernario y chiripitiflaútico sin fin.
Una de las cosas que más me escaman de de Eugene Hütz y los suyos es lo poco que queda del espíritu con el que comenzó en esto de la farándula con su primer grupo, Uksunsnik, o aquellos que formó tras su llegada a Vermont, los transgresores The Fags y Flying Fuck. Ahora se codea con la élite del postureo, brinda con burbujeante capitalismo —con Rioja en los conciertos-, abandona el underground a favor de las multinacionales, actúa en los festivales más esponsorizados del planeta y pone y dispone unas cláusulas de imagen bastante discutibles. Pero bueno, tampoco es que se les haya llegado a ver nunca como el grupo del proletariado por mucho cántico contracultural y mucho atuendo de los bajos fondos que se pongan.
En cuanto al ámbito puramente musical, su actuación se vio empañada una vez más, y realmente como casi cada noche, por la infame acústica de la sala anfitriona. El acordeonista y el violinista podían haberse quedado medio concierto en el backstage fumando canutos porque apenas se escucharon sus instrumentos. Y he de reconocer que tanto la performance cabaretera de las coreanas, ahora coreana en singular, como la nueva omnipresencia de Pedro Erazo, el desquiciado ecuatoriano con afán de protagonismo, hacen que, a mí modo de ver, su directo haya empeorado. Los vocales aberrados de Erazo dotarán de mayor contundencia a las canciones pero desde luego resta armonía al conjunto. Y hablando sin rodeos, canto mejor yo tras calzarme media botella de whisky.
Y sí, he de admitirlo, a pesar de todos los pesares detallados, salí sudado y bastante agotado. También agradecido de que el jolgorio hubiera terminado, tanto por el hecho de cortar con mi extenuación como del tedio que me hubiera provocado un solo minuto más. Sigo pensando lo mismo que siempre, por supuesto. Si te armas de predisposición, es un grupo perfecto para pasar un buen rato. Es como la quinta entrega de la televisiva American Pie. Es una película chustera pero si te quieres reír, te ríes. Así es Eugene Hütz, su falta de talento es suplido a la perfección por su carisma. Y su poblado bigote, costillar sudado, voz socarrona y mordaz sonrisa logran que te olvides de los contras, y botes con alegría gracias a los pros. Otra cosa es que yo me siente frente al ordenador días después, con la mente serena, resaca y ganas de tirarme por la ventana y echar a volar y me ponga a darle lo suyo en este humilde rincón.
Texto: Javi JB
Fotos: Pat Blanco