Uno va a ver en directo a La Maravillosa Orquesta del Alcohol y se explica al momento cómo esta banda tan joven está a punto de cumplir 200 conciertos en menos de cuatro años. Y es que estos siete chicos burgaleses llegan directos y sencillos, sin ser pretenciosos; con el alma del folk en las manos para meterte en su mundo.
La Maravillosa Orquesta del Alcohol ofrece un espectáculo real, un concierto honesto, en el que la música te toca el hombro diciendo: “ven y métete en mi mundo”. Aparecen como una especie de orquesta tejana con tintes de jazz, donde banjo, teclados, panderetas, saxofón, percusiones, bajo… cualquier elemento resulta indispensable para alcanzar un dignísimo sonido en directo. Melancolía y música, que resulta cálida no sólo al escucharla sino al verla lucirse sobre el escenario.
Después de tantos conciertos a sus espaldas, sorprendía que aquel viernes 21 de noviembre todavía hubiera alguno que no conocía a esta orquesta. “Dicen que se parece a Vetusta Morla”, comentaba algún despistado a la puerta. “¿Pero es pop?”, preguntaba otro. Es pop. Es folk, blues y rock and roll. Y música de raíz. Y sigue siendo difícil describirlos. Porque si los dos primeros trabajos de La M.O.D.A colocaban a estos jóvenes en la escena folk, “¿Quién nos va a salvar?” ha dado un nombre propio a la música que hacen.
Pero, ante todo, esta banda había llegado a Madrid para hacer de lo suyo una fiesta. Tres temas de cuando aún sonaban en inglés son los que abrieron el concierto.“Gipsy queen”, “Masters of the world” y “Just sing loud”. Aplausos y bailes, porque es a lo que invitan. Pero no nos engañemos, habíamos ido todos a disfrutar del maravilloso repertorio en castellano de este grupo. Y no por falta de calidad de sus dos primeros discos, una suerte de mezcla folkie con elementos de raíz americana y un saxofón con personalidad propia. Sino porque el paso que dio La M.O.D.A. al componer su último trabajo marca la diferencia entre unos comienzos que se auguraban complicados y una trayectoria que se promete meteórica.
Y si la voz de David te llega al oirla grabada, imagínate en directo. Pura emocionalidad ligeramente rasgada, que apura las notas hasta desgarrarlas como si le doliese el silencio. Sin duda parte de razón del éxito de este grupo, aunque sea una afirmación injusta para la maestría con la que la banda hace sonar sus instrumentos. “1932”, “Vasos Vacíos”, “Los hijos de Johnny Cash”, se suceden y convierten Sol en un coro variopinto. Un éxtasis emocional cuyo ritmo fue decayendo según avanzaba el directo. Aunque raro fue el tema cuyo estribillo no fue cantado por el respetable.
La rica instrumentalidad de las canciones en inglés ofrecía un descanso a nuestras voces, y en “Hucleberry Finn” el saxo se hizo dueño y señor absoluto del escenario. Una orgía de acústicos, público desafinado y el imposible positivismo que transmiten sus canciones tristes. Voces, sudor y jolgorio podrían resumir el concierto de aquel viernes. Porque hasta la nostalgia puede ser una fiesta para estos chicos a los que les gusta hablar sobre andenes, botellas y tiempos que fueron mejores.
La Maravillosa Orquesta del Alcohol dio una elegantísima lección de cómo llenar El Sol en camiseta de tirantes y salir como unos señores durante tres noches seguidas. Decidles que no hace falta nadie que les salve.
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