Ver a The Real Mckenzies cada verano se ha convertido en una pequeña tradición que espero no abandonar en mucho tiempo. En esta ocasión no fue en pleno julio sino más bien a las puertas estivales, siendo bastante optimistas. Pero bueno, lo que está claro es que si hay un grupo merecedor de abrir las puertas del preludio del verano, ese es The Real Mckenzies. Y es que este grupo de celtas canadienses es una de las formaciones que puede llevar con mayor dignidad el sinónimo de fiesta vinculado a su nombre.
Una decena de fechas les hizo recorrerse toda la Península y allí donde fueron encandilaron a todo el mundo con su optimismo, energía y calidad. Porque los Mckenzies no son un grupo más de beodos con faldas que mezclan folk y punk rock. Son mucho más que eso. Se les suele tildar injustamente de “versión modesta de los Dropkick Murphys” pero ellos tienen su propia identidad. Y ésta es rica en mil matices que siempre convergen en un mismo punto, la diversión. Y jamás fracasan. Sus conciertos siempre son una descarga de optimismo, emoción y descarga de adrenalina etílica. En esta ocasión venían un con set especial formado por dos bloques eléctricos y uno acústico. Sería la primera vez que les veríamos interpretar temas desenchufados y nos moríamos de ganas por cuál sería el resultado. Y fue inmejorable.
Nada más subieron al escenario de Gruta 77 vimos que faltaba un gaitero, puesto que estaba programado que en esta gira vinieran con dos. Una lástima, parece ser que Matt perdió el avión por lo que todo el peso de los vientos folclóricos recayó sobre el nuevo fichaje. Sin problema, aprobó con notable alto puesto que se desenvolvió como si llevara toda la vida tocando con ellos. El otro cambio en la formación fue la sustitución, en principio temporal, del bajista. Para nuestra sorpresa el que apareció por allí fue el gran Karl Alvárez, de ALL y Descendents. Y si sumamos su presencia a la de Dave Gregg, exmilitantes de DOA y Sean Sellers exmiembro de Good Riddance, se puede afirmar que The Real Mckenzies son un dream team del Punk Rock melódico.
Muchas veces no se da la suficiente importancia a los teloneros pero el papel que desempeñan es vital. Son como los estiramientos antes de un partido de tenis, si no los haces puedes acabar fácilmente con una luxación, o como mínimo con unas agujetas que te dejen inservible durante días. En materia de directos lo que puede ocurrir es que en el escenario esté tocando uno de los grupos más fiesteros del planeta y que la gente reaccione del mismo modo que si estuviera frente a ellos Leonard Cohen. No hubo un grupo que precalentara el ambiente y eso se tradujo en una respuesta de público similar a la que podría haber ofrecido un marsupial bajo el efecto de diez gramos de somníferos. Ni temas tan soberbios como “Chip” o “Lest We Forget” lograron arrancar ni un solo baile ni coro que los respaldara. De hecho, me pude ver a mí mismo en un par de ocasiones pogueando como un chihuahua loco contra una tropa de punkis hieráticos que miraban impertérritos en dirección al escenario. Cuando el primer bloque llegó a su fin con la genial “Pour Decisions” concluí que ya estaba bien, que esa situación era insostenible y no era forma de tratar a nuestros invitados. Así que un poco de caneo frenético y bailoteo cervecero y tras calentar a porrazos a la concurrencia empezó el concierto.
“Smokin’ Bowl“, el tema encargado de abrir 10.000 Shots, fue el disparo definitivo para que los galgos salieran a la caza de la liebre. Los 140 chavales que se acercaron a Gruta eran los galgos y el bicho con orejas, la diversión. Y entonces la música perfecta empezó a hablarnos de rebaños, apagones en Escocia y putas reales. Mención especial a esta última, “Bitch Off The Money” y el amor de los Mckenzies hacia la reina de Inglaterra. Es posible que sea imposible hacer música más divertida que la de esta panda de borrachos. Aunque quizá debería retractarme en ese calificativo porque subieron al escenario completamente —bueno, tampoco nos pasemos-, digamos bastante sobrios. De hecho, creo que es la primera vez que les veo tan serenos, etílicamente hablando. Lo normal es, o al menos lo era, que llegaran con una melopea de libro incluso a la prueba de sonido. Como aquella vez que vinieron de Oporto y en el trayecto hasta Madrid se enchufaron tres botellas de whisky — escocés, por supuesto-. En cualquier caso, la diferencia es abismal. Puede que la ausencia del oro líquido en sus venas haga los conciertos menos cachondos, ya que por ejemplo Paul no hizo ni un calvo ni un peludo en esta ocasión, pero dota al set de coherencia y eficiencia a raudales. Porque estos señores además de unos parranderos son unos grandes músicos y la perfecta ejecución de temas como “Mainland” o la que es una de mis preferidas por su optimismo rebosante, “Best Day Until Tomorrow“, lo demostraron con creces.
Y cuando empezábamos a estar bien empapados en un sudor que no era sino la prueba más evidente de lo bien que lo estábamos pasando, dieron paso al bloque acústico. Era la primera vez que veía a los Mckenzies desenchufados, salvo por los clásicos acapellas de Paul, y la verdad es que la idea me atraía sobremanera. Y no me decepcionaron lo más mínimo. Fantástica desde “Wild Cattieyote” a “10,000 Shots” pasando por “Drink The Way I Do” o “King O’ Glassgow“. Verdaderamente demostraron que son mucho más que el estereotipo que simplemente ven algunos. Lograron conjugar la emoción con la danza alegre que hicieron hervir en nuestro interior y revisiones acústicas de la bella música que hay dentro de un disco como Clash Of The Tartans me hicieron pensar que aunque sólo hubiera sido por esos veinte minutos hubiera merecido la pena cruzar el oceano (on the sea).
Y tras esto, a poguear de nuevo, a beber un poco más, recordar los arces y reivindicar el whisky escocés. Cada canción posee un significado vinculado a la tradición de sus raíces y la costumbre de su pueblo que evoca una empatía cómplice que nos hace adorarlos todavía más. Parecía que la fiesta no acabaría nunca, pero poco a poco temazos como “I Hate My Band“, “Droppin’ Like Flies“, “Get Lost” o “Anyone Else” fueron acercándonos al final. De hecho “Bugger Off” fue la encargada de poner el punto y final a un concierto inmejorable. ¿El mejor de los Real Mckenzies? Desde mi punto de vista, muy posiblemente sí. El set list fue asombroso, una treintena de canciones que repasaron toda su carrera y fueron ejecutadas con una precisión y energía fantásticas. Siempre hay alguna canción que los grupos que te gustan se dejan en el tintero pero a mí la selección me pareció perfecta. La inmejorable compañía, el estómago lleno de cerveza tostada, la gran acústica de la Gruta y uno de los grupos más auténticos del planeta tejieron lo que fue un concierto inolvidable. No puedo añadir nada más salvo… gracias Mckenzies.
Texto: Javi JB
Fotos: Pat Blanco
Crónica The Real Mckenzies, 4/5/10 — Gruta 772 thoughts on “”