Si saliste el pasado fin de semana, es muy probable que en algún momento de la noche bailaras alguna canción de Daft Punk. Muy probablemente fue el “Get Lucky“, que sigue estando presente tres años después de su lanzamiento. Y sino, el “One More Time” o el “Around the World“, que nunca fallan cuando la pista está un poco dormida. La gente adora Daft Punk. Así, en general. Da igual si les gusta o no la electrónica, a todo el mundo le gusta flexionar las rodillas una y otra vez. Este dúo francés sabe cómo hacer que lo hagas aunque no te apetezca, pero sobre todo se lo han montado muy bien para obligarte a bailar sus creaciones, o como mínimo a escucharlas. En el garito, en el taxi o en la tienda de ropa. Les verás en los Simpsons o esculpidos en la estatua de algún artista. Reflejados en el look o en el loop de algún deejay obsesionado con emularles. Todos quieren ser mundialmente conocidos como ellos, aunque pocos conozcan sus rostros. Han alcanzado la fama sin ser famosos, tan sólo a través de su retrofuturista imaginería y la música que les ha convertido en el dúo electrónico más famoso de Francia y de Europa y del mundo. Se llaman Thomas Bangalter y Guy-Manuel de Homem-Christo y cada año se embolsan más de sesenta millones de dólares. Cada uno. Son más ricos que Moby, David Guetta o Deadmau5. Pero hoy no queremos hablar de lo que son, sino de lo que fueron, porque hace ya dos décadas que dejaron de ser unos del montón, para ser ellos, los inigualables Daft Punk.
Todo comenzó a principios de los noventa, en la época de los Juegos Olímpicos de Barcelona. Thomas y Guy-Manuel eran dos chavales que iban a la escuela parisina Lycée Carnot. Se hicieron colegas y, como tantos otros, decidieron montar un grupo, junto con otro chaval llamado Laurent Brancowitz, al que pusieron el nombre de Darlin’, como la canción de los Beach Boys. Les gustaba tanto esa copla que incluso decidieron versionarla, lo que sin duda es un eufemismo ofensivo dado que lo que realmente hicieron fue destrozarla. También hicieron algún tema propio, concretamente uno: “Cindy, so loud“. Su estructura es sencilla: repiten una y otra vez esa frase en falsete sobre una simplona distorsión. Sin embargo, eran ambiciosos, así que a pesar de haber parido semejante ponzoña se animaron a editarla. Y lo peor es que el sello Stereolab’s Duophonic les prestó la atención suficiente (no sabemos si bajo soborno o extorsión) como para incluir sus dos canciones en el recopilatorio ‘Shimmies In Super 8‘. En él también se podían escuchar temas de Stereolab, Huggy Bear y Colm. Se hicieron ochocientas copias y hoy se cotizan por unos doscientos euros. Se nos ocurren miles de cosas mejores en las que invertirlos, pero así son los coleccionistas.
El caso es que la música de Darlin’ llegó a la redacción de la revista musical británica Melody Maker. En una de sus publicaciones la reseñaron de forma bastante concisa: es una patraña ridícula y de ínfima calidad. En inglés: “a daft punky thrash“. Ahora sí que sí, había nacido Daft Punk. Quién le iba a decir al crítico londinense que con su desprecio (en cierto modo justificado) acabaría bautizando al dúo más famoso de la electrónica del siglo XXI. Un tiempo después, en 1995, fue Banana Split el sello que se interesó por ellos. Fue entonces cuando dos temas suyos, a los que llamaron “Untitled 18” y “Untitled 33“, aparecieron en el recopilatorio ‘De La Vianda Por Le Disco‘, un cassette que también incluyó temas de gente como Peu Importe, Gutso Catso o Buffy Satan. Todos ellos titularon a sus canciones “untitled“, valga el oxímoron. Muy inspirados. Aunque hay que reconocer que Darlin’ había experimentado un notable salto cualitativo con estas dos producciones, hacía ya un tiempo que el proyecto se había ido al carajo y por aquel entonces Bangalter y Homem-Christo ya estaban jugueteando sin parar con los sintes y los secuenciadores. Laurent crearía poco después un grupo de Indie rock con su hermano pequeño y el cantante Thomas Mars. Se llamaron Phoenix y no les fue nada mal: una década después ganaron un Grammy, salieron divinamente parados en el Billboard, lo petaron en el Coachella… en fin, esas cosas. Siguen siendo amigos y prueba de ello fue por ejemplo la aparición sorpresa de Daft Punk durante el concierto de Phoenix en el Madison Square Garden en octubre de 2010.
Aunque está claro que a la pareja housera les fue mucho mejor. Su primer paso fue el single “The New Wave“, editado por Soma Recordings, fruto del encuentro que mantuvieron con el dj Stuart McMillan (del dúo Slam. El otro es Orde Meikle) en una rave celebrada en Eurodisney. Sí, has leído bien. Sin embargo, Daft Punk como lo conocemos hoy, con todo su talento, proyección y dominio de los botoncitos, despegó hace veinte años con el lanzamiento de su primer éxito comercial de la mano de Soma: “Da Funk“. La cara B incluyó “Rollin’ & Scratchin’” y en un principio se editaron dos mil copias por las que digamos que la gente no se peleó demasiado. Sin embargo, los benditos Chemical Brothers decidieron pincharla en cada uno de sus directos y eso disparó su popularidad. Como agradecimiento, o más bien con la intención de exprimir un poco más el tirón de los británicos, Daft Punk publicó ese mismo año un remix de “Life Is Sweet“.
Eso sí, lo que más fama otorgó a “Da Funk” fue el vídeo musical que la acompañó y que dirigió el talentoso Spike Jonze. Se titula “Big City Nights” y está centrado en Charles (interpretado por Toby Maxwell), un triste chucho antropomorfo. A parte de eso, el personaje llama la atención porque pasea escayolado con su boombox por Nueva York, del que por cierto sale a todo trapo el tema que nos ocupa. El pobre Charles es despreciado por el populacho hasta que se topa con una antigua vecina de la infancia llamada Beatrice. Todo apunta a que van a acabar echando un caliqueño en la casa de ésta, pero finalmente el plan se trunca porque Charles decide que prefiere el musicón de su loro. Así a grandes rasgos. La gente interpretó que se trataba de una hermosa parábola sobre la integración y la tolerancia. Bangalter lo desmintió diciendo que simplemente era un hombre perruno escuchando música en Nueva York.
El caso es que este fue el principio de todo. Un año después firmaron con Virgin Records. El tema se volvió a editar y entonces ya sí que vendió más de 30.000 copias. Las revistas comenzaron a alabarles y en septiembre de 2010 Pitchfork Media sentenció que es una de las 20 mejores canciones de los noventa. En 1997 fue incluida en el debut de Daft Punk, ‘Homework‘, y éste se convirtió en toda una revolución del house francés. Una macedonia irresistible de house, techno, acid y funk que a los pocos meses de su lanzamiento ya había vendido dos millones de copias en 35 países. “Da Funk” fue vagamente eclipsado por el arrollador hit “Around the World“, pero sin duda fue el germen que acabaría propagando la música de Daft Punk a lo largo y ancho del planeta. Tras él vendría el ‘Discovery‘ (conocido principalmente por el “One More Time“), el ‘Human After All‘ (malo de solemnidad), el ‘Tron: Legacy‘ (la materialización de su digno resurgir) y finalmente el megapublicitado y kitsch ‘Random Access Memories‘, que daría para otro artículo pero del que podemos decir que, lejos de ser una obra maestra ni nada que se le parezca, sí que destila coherencia en base a la carrera de Daft Punk. Al fin y al cabo, dudo que haya alguien en su sano juicio que a estas alturas espere otro ‘Homework‘. Aunque lo que sí podemos y debemos hacer es homenajearlo, que básicamente es lo que humildemente hemos intentado hacer hoy aquí, relatando con más o menos acierto la asombrosa gestación de ese compás tan pegadizo, de ese dúo robótico tan misterioso y manifiesto llamado Daft Punk. Que el ritmo no pare, no pare. No.
*Artículo publicado originalmente en la revista Playlist.
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