La gran celebración que sobre la Música tenía en Madrid, una vez más, como punto de encuentro el Matadero (no se puede llamar de otra forma dado que el suelo que pisamos allí es como una parrilla de piedra…) y su calor abrasador, contaba este año con un cartel igual de variado que en certámenes anteriores. Cabe contar, antes que nada, la gran disposición de todos los empleados que trabajan en su organización, así como una cantidad mayor de stands para comida, necesidad que se ha subsanado del año anterior. El público, que es prudente y no quiere sufrir el calor sofocante, se acercaba poco a poco a los conciertos. Por eso, los de primera hora de la tarde se veían mucho más cómodamente que el resto, como ocurre siempre ante los cabezas de cartel que cumplen su cometido a última hora de la noche. Si el año pasado llorábamos muchos con John Grant, ahora tenían otros la oportunidad de hacerlo con estos que se empeñan en hacer de las mañanas las noches del alma, los abisales Tindersticks, que venían a defender su último y excelente “The something rain“, donde recuperan (casi) su mejor forma. Si otros encendían la linterna del soul el año pasado con la joven Janelle Monáe, en el certamen de este año lo tenían con el peso pesado de la madurez de Lee Fields. En fin, siempre donde encontrar hueco para el disfrute.
De todo un poco y mucho de lo que pedían los seguidores. Pasarlo bien escuchando buena música. Los organizadores, atentos a las nuevas incorporaciones que de la Música popular (tan efímera e insustancial en ocasiones) se añaden cada año a la cosecha que puede sumarse a un Festival de estas características, suman y siguen dando una nota de transparencia a los gustos de los presentes.
Y como uno no es ubicuo, intentaba saltar de sombra en sombra entre conciertos. He aquí lo más destacado que uno ha visto durante la primera jornada de Festival.
Primera sorpresa para muchos de la primera jornada fue la coruñesa Jane Joyd. No se le puede pedir otra cosa que no sea el agradecimiento por traer nada menos que a seis miembros a tocar a las cinco y media de la tarde, cuando la gente se despereza del mediodía. Acompañada de violonchelo ,violín y trompeta, además de una excelente voz, sus canciones rezuman un líquido que la hace sobreponerse a un folk mucho más metido con calzador es estándares predeterminados. Fue un concierto que sirvió para descubrir a una gran artista, de esos que dejan un poso de algo lejano al desconcierto y mucho más cercano a la aceptación de unas normas que, aunque conocidas y escuchadas en esquemas parecidos, no dejan de sorprender. Un notable alto para su actuación, por la valentía y calidad de su concierto.
De ahí, salí con la cara empañada en sudor, a ver lo que nos entregaban Lee Fields & The Expressions, que no era otra cosa que el saber hacer las cosas de la mejor manera posible. Sin ganas de dejar claro que los hits son de su incumbencia, las canciones del grupo sonaban con una sonoridad pasmosa, limpia y sin mácula, sin desdorar un soul más negro que el betún y que podría escucharse durante horas sin atisbo de mover una ceja a la turbación. Nada estaba en desorden, todo en su sitio para los siete músicos que llenaban el escenario. El chaleco dorado que tan apretado le venía a Lee Fields servía de espejo para el Sol fulminante de soul y funk que emanaban sus músicos. Su música puede que sea más clásica que el peinado de Rod Stewart en sus viejos tiempos, pero igual de contemporánea que lo mejor que uno pueda llegar a escuchar desde cualquier punto del Planeta. Sobresaliente en su campo, necesario en su terreno.
No entro demasiado en los esquemas rompedores de St. Vincent, aunque reconozco que hay canciones que me llegan más que otras. Sus frenos de ritmo, a veces distorsión guitarrera y su voz, desde los estertores del rock casi desgarrador no es que no sea generosa, pero no me llega a sobrecoger; le falta un punto y nunca se lo he llegado a descubrir, quizá por desinterés.
Twin Shadow, sin embargo, sin ser comulgante de sus trabajos, me parecieron tan guasones como ocurrentes en su set. Y fue el suyo un concierto, que sin ser memorable, dejó buen sabor de boca. Su front-man, George Lewis es divertido y sus canciones se escuchan sin rémora hacia la pereza. El de la República Dominicana, con sólo dos discos de estudio, puede ofrecer y regala un concierto tan ameno como falto de prejuicios hacia el revival, cosa que no es de recibo ni dada a la grandilocuencia sino todo lo contrario.
Pero quedaba por llegar lo mejor de la jornada. Y saltó, como una chinche del Harlem, taladrando la piel acalorada de los miles de seguidores que tenia en frente, Azealia Banks y su rap demoledor. Con sólo 21 añitos, “Miss Bank$“, en cuarenta minutos de concierto dio fulgor al ritmo, se movió de lo lindo con sus dos acompañantes por el escenario y se le quedó pequeño. Lástima que no enlazara las canciones; en mi opinión, se quedaban cortadas, pero ya aprenderá a limar sus conciertos. Necesita un dj para fulminar sus canciones y dispararlas a los ojos atónitos de sus competidores, dejarlos con dos palmos de narices y darse la vuelta como si nada. El resto, nos seguiremos moviendo. Futuro más claro que el agua porque el presente lo está dejando derretido.
Tampoco le veo la gracia al mundo de los irlandeses Two Door Cinema Club. Todo ese mundo de The killers me parece igual de insustancial. Ese acelerar sus estribillos para contagiar hasta el delirio no me queda claro si es algo impostado o fruto de intentar complacer. Y me queda la duda de si la gente busca el entusiasmo en sus canciones o es fruto de simplemente intentar pasarlo bien con cualquier cosa. Y a mi, sus canciones me resultan huecas, aunque “What you know” y “Something good can work” puedan tener su gracia.
Como me coincidieron los conciertos de Tindersticks, a los que ya he visto varias veces, además de que me apetecía más bien poco (por no decir nada) esperar la larga cola para su concierto, y el de James Blake, me decidí por el segundo. No entiendo qué le ven a este hombre, con lo aburrido que es su disco, ¡dios mio!. Por más que lo intento no puedo con él y su falsete cansino, perezoso, anodino y soso. Esas repeticiones de sus palabras, mil veces, llegan a exasperarme. El joven pope de la modernidad sonora de los últimos años, a mi me parece fútil y no comulgo ni con su música ni con lo desganado de su presencia en un escenario. Que alrededor mío tuviera a decenas de gente abrumadas con su música me decidió a engullir una salchicha como cena. Y tan contento.
Y el final, con La Casa Azul como guinda de un pastel europop festivalero fue casi apoteósico. Son como unos Daft punk patrios pero más dados al pop y a adornar sus conciertos con imágenes televisivas setenteras, aplacadas bajo el recuerdo que tenemos muchos de secuencias mil veces vistas o vividas en el mundo cinematográfico y catódico, que no tiene nada de banalidad pues rima las canciones con gracia, adornadas con estribillos rompedores y con esquemas que si bien navegan siempre en el mismo formato de llegar a la explosión rítmica y electrónica, son contagiosas y adictivas.
La Casa Azul es un grupo de los que no se ven en nuestro país; no sólo por lo visual de su presentación sino por las ganas de divertir con unas canciones explosivas y trabajadas. Deberían ganar, junto con Saint Etienne, todos los Festivales de Eurovisión de la historia. Pero así nos luce el pelo señores.
Fue un gran fin de fiesta para la jornada, con el relámpago de uno de nuestros “Common people” patrios: “La revolución sexual“, todo un clásico actual de nuestro panorama musical. Lo único que podemos decir en nuestro país a La Casa Azul es, una y otra vez….. ¡Rescátenos con miles de millones de buenas canciones tan divertidas como ésta!.
Texto: Ángel Del Olmo
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