La propuesta no era fácil pero las cosas por aquí funcionan así. Si mientras el amigo de ambos y antiguo camarada, Nacho Vegas, llenaba en varios días sus conciertos madrileños, Diego Yturriaga y Coque (Num9) tienen que defenderse con las armas que poseen: el primero, una cristalina amalgama de canciones, donde la diferente naturaleza de sus canciones, emanan desde el Johnny Cash castellanizado de una casa del desencanto, que podría ser propia de una banda sonora de cualquier película española con el nihilismo como telón de fondo, tal y como lo hizo el artista de Arkansas sonorizando la magnífica “I walk the line” (“Yo vigilo el camino“, de John Frankenheimer, 1970). Y, por otra, recorriendo el camino más surrealista que pueblan las suaves notas de una canción de Francisco Nixon: “…no contestas a mis cartas…, te deseo suerte en la Olimpiada de Montreal“, su versión de “Nadia“, del álbum de 2006 “Es perfecta” del cantante de Gijón. Otro nihilismo, el poético, de la mano de Jaime Gil de Biedma, remataron una colección de canciones con el desengaño como narración ilustrativa de sus temas. Se esforzó y fue un telonero al que se le puede coger afecto con suma facilidad. Ya se sabe: algunas zonas, más que sucias, están desiertas.
El segundo, con cuatro años de carrera en solitario, un ep y dos discos publicados en Acuarela, regaló un precioso single de vinilo blanco a los asistentes a su concierto. Hay artistas que, atrincherados, saben hacer las cosas muy bien. Que se lo digan también a Abel Hernández (“El hijo“), que andaba atento a los sonidos, voces superpuestas, orgánicas y siempre inteligentes de su amigo Coque.
El problema no eran los grupos sino el público: frío y distante, sin ocupar los metros cercanos al escenario, lo que dificultó la calidez entre Num9 y su público. Pero el trío protagonista (Mar Rojo ,-voces- , Nausica Pascual, -violín- y Coque Yturriaga-voces y programación) intentaron hacer lo suyo: esto es, intentar cortar y pegar la melancólica suavidad de sus canciones de baile (como si de un fin de fiesta se tratase) en base a unos arreglos de cuerda y voces que proporcionan una extraña e insólita idea de electricidad emocional, sensitiva; como si se hubiesen agotado los golpes de bajo en una discoteca y quedaran, como restos, las suaves notas de unas gentes que bailan abandonadas a su suerte. Una pena que la voz de Mar quedara, la mayor parte de las ocasiones, tapada entre las bases electrónicas; su voz es perfecta en los esquemas de Num9, tal y como vimos en el caso de Dawn Landes y “El baile“.
Tan cinematográfico como soñador, de ahí su homenaje al James Gray de “Two lovers” (ese director que posee una obra maestra llamada “La noche es nuestra“) y la calma abstraída de la preciosa y elegante “Death in Portugal“, más el repaso a canciones pasadas, Coque es un visionario al que hace falta hacer mayor caso.
Dejemos ya el “sanbenito” de ser antiguo miembro de Migala.
Num9 es otra opción, que ratifica el hoy, que sigue hueco, en un país frío, distante de sonidos electrónicos. Sigue queriendo hacernos bailar, en base al pop sinuoso, ondulante y suspicaz del conjunto de sus canciones. Es nuestro hombre del cuadro, recogiendo la memoria de aquella inconmensurable película de Frizt Lang (“La mujer del cuadro“), como si de un fantasma se tratase, que aparece, desaparece y nos podamos perder con él en mil y un sonidos eléctricos, de un más allá más cercano que lo que creemos. Un presente que volverá, en forma de nuevo trabajo, tras el verano.
Texto: Ángel Del Olmo. Fotografías: Lara Sánchez