Como a los soldados el valor, a Dover lo del olfato se les supone, pues pocas veces en sus ya dos décadas de trayectoria han errado el tiro cuando de elegir caballo por el que apostar se ha tratado. Siendo la generación que hace tres lustros acariciaba la veintena el actual objetivo y diana de todo revival y moda retrovisora habida y por haber, no iban a ser precisamente ellos quienes perdiesen la oportunidad de recurrir a la íntima celebración del éxito pretérito (decimoquinto aniversario de la publicación de Devil Came To Me, concretamente) para atrincherarse con su más nostálgica parroquia en salas de pequeño y mediano aforo, sabia decisión en estos momentos en los que las grandes superficies resultan zona resbaladiza casi para cualquiera. Al fin y al cabo, la excusa es tan buena o mejor que cualquier otra, en la medida en que cabe atribuirle al álbum revisitado su condición de estandarte de una escena independiente que, sin sonrojo alguno por sus evidentes limitaciones a todos los niveles, aún exhibía entonces algo de frescura y distorsión donde hoy han anidado la languidez, la autocomplacencia y el mimetismo más exasperantes.
Llegada la hora de la verdad, lo que el asunto ofrece esencialmente es un fiel reflejo de la cera que hubo y sigue habiendo en un grupo como Dover y en un disco como Devil Came To Me, mucho más icónico en la memoria que en su despliegue real sobre un escenario a día de hoy. Básica en su construcción y casi rudimentaria en ejecución, su colección de canciones apenas supera el examen del paso del tiempo con la coartada de la añoranza para el consumidor de singles que a finales de los 90 disfrutara con “Serenade”, “Loli Jackson” o “DJ” (el set list pellizcó también lo más reconocible de Late At Night), revelándose insuficiente bagaje en cuanto la escucha se despoja de las bondades atribuibles a la remembranza y se eleva mínimamente el listón. Demasiado ligado a un momento y a un lugar determinados, a Devil Came To Me se le pueden reconocer las virtudes (fundamentalmente comerciales) que lo auparon a la posición que entonces alcanzó, pero los años juzgan inexorablemente y su veredicto en este caso es muy poco favorecedor.
Saldado, en cualquier caso, el ejercicio revisionista con innegable rédito en taquilla (el cartel de No hay billetes está siendo una constante en esta gira), surge ahora la duda acerca de los futuros derroteros que tomará el grupo, aunque ahí el abanico se antoja de lo más amplio: teniendo en cuenta que lo de la credibilidad nunca ha significado un obstáculo para las hermanas Llanos a la hora de dar golpes de timón en un sentido u otro según se les antoje o convenga, sus opciones son casi infinitas…