La nueva década comienza llena de esperanza para la población negra. El Movimiento por los Derechos Civiles llevaba ya unos pocos años en marcha y se habían conseguido algunos pequeños avances, como la abolición de la ley local de segregación racial de Montgomery o la integración de los alumnos afroamericanos en Little Rock. Pero es la llegada a la presidencia de John F. Kennedy, que fue votado por más de un 70% de la población afroamericana, la que provoca un sentimiento generalizado de ilusión en el futuro. Y es que, entre otras cosas, había prometido acabar con la discriminación racial.
Este ambiente de agitación social que se había creado en la década de los 50 llegó en los primeros años de la década siguiente con una gran fuerza, apareciendo nuevas formas de protesta. A principios de 1960 nació una nueva forma de protesta no violenta: las sentadas (sit-in). El de febrero de aquel año cuatro estudiantes universitarios negros se sientan en una cafetería de Carolina del Norte. Hasta aquí todo parece normal pero en aquel momento aún era habitual encontrar zonas diferenciadas para blancos y negros, así que aquellos cuatro muchachos se sentaron en la zona reservada para blancos y pidieron ser atendidos. La respuesta primera era evidente. Un rotundo no y una invitación más o menos cortés a abandonar el local. Pero la respuesta de los chicos sí que fue diferente (aunque indudablemente tomando el ejemplo de Rosa Parks), negándose a retirarse. La cosa era simple: ante la invitación a abandonar el local los jóvenes se sentaban en el suelo hasta que fueran desalojados por la policía, lo que ocasionaba no pocos inconvenientes y contrariedades al local. En pocos meses esta forma de protesta tuvo una enorme difusión e, incluso, más tarde fueron coordinadas por distintas asociaciones en defensa de los derechos civiles.
En la segunda mitad de la década la cosa se va complicando aún más: en 1965 Malcolm X es asesinado en Harlem y tres años después Martin Luther King en Memphis. Entre uno y otro asesinato aparece el partido de los Panteras Negras, cuyas ideas se extienden pronto por los barrios más deprimidos y los jóvenes afroamericanos. Una referencia curiosa es la versión de Johnny Shines del tema Black Panther de Sonny Boy Williamson: compuesto originalmente en 1941, Shines y su banda lo vuelven a grabar en 1966, el mismo año en que se funda el partido de los Panteras Negras, adquiriendo así la letra un nuevo y más actual significado. No es difícil suponer que Johnny Shines vio en esta letra una forma de hablar del tema sin mojarse demasiado: “My baby thinks she a black panther / She wanna climb up in her tree an jump down / Now she wants cut my throat / When ain’t nobody else around / My baby thinks she’s a black panther / Now an she wants to rule me a while, yeah / Now when she says something contrary / Now she don’t want me to do nothin’ but smile“. Si la postura de los Panteras negras fue más o menos acertada no es el objeto de este texto, pero desde luego lo que sí consiguió tensar un poco más la cuerda, especialmente en los estados del sur, y enfrentar a la población negra, ya que muchos seguían siendo partidarios de las acciones pacíficas y pensaban que la violencia como respuesta a la violencia no era el camino más adecuado.
El Blues
En este contexto, y contrariamente a lo que pudiéramos pensar en un principio, la mayor parte de los músicos de blues no reflejaron en sus letras este ambiente de lucha social. El blues no consiguió erigirse como una voz de peso que expresara la situación y los sentimientos de la población negra de aquellos años, que dio salida a todo ello mayoritariamente a través del gospel y, sobre todo, del soul. Hubo músicos poco conocidos que sí estuvieron inmersos en todo el proceso de lucha, como Wade Walton, y otros con una dilatada carrera como J.B. Lenoir que, después de unos años de cierto mutismo en la temática social, reapareció con temas como Vietnam Blues. Pero la realidad más aplastante fue que James Brown, Otis Redding o Carla Thomas tomaron el trono que antes ocupaban T-Bone Walker, John Lee Hooker o Muddy Waters que, mientras tanto, vieron como se les recibía en Europa con los brazos abiertos.
Una de las iniciativas más interesantes que trajo la década fue la creación del festival American Folk Blues que, con el tiempo, fue de suma importancia para la recuperación de muchos bluesmen de los años 30, 40 y 50 que vivían totalmente apartados del mundo de la música profesional y en algunos casos de una manera muy humilde. El festival no sólo les acabó dando renombre y prestigio, sino también los ingresos suficientes para vivir de una forma mucho más digna.
Para el blues la década queda marcada por el descubrimiento del género por el público blanco, especialmente desde Gran Bretaña, quien muestra a los americanos cómo apreciar y valorar su propia herencia musical. Pero sobre todo fueron los años, primero de la dura pugna por el gran público entre Elvis Presley y Frank Sinatra, y unos pocos después de la explosión del pop y el rock con las primeras giras americanas de los Beatles y los Rolling Stones. El panorama era complicado para un género que se había alejado de la juventud. El blues no fue capaz de aglutinar el descontento de la población negra y transformar su componente social en uno político. El rock y el soul sí lo hicieron y probablemente esa fue una de las piezas importantes en su rápido auge y éxito entre los jóvenes.
El jazz
Una parte de los músicos de jazz —sobre todo los más jóvenes- sí que se incorporaron a la nueva situación social y forman algunas asociaciones en defensa de los derechos civiles. Una de esas asociaciones fue la Association for the Advancement of Creative Musicians, en la que estaba Anthony Braxton entre otros. Las nuevas corrientes de jazz de la década anterior habían calado como respuesta a lo que muchos músicos entendían como el sometimiento del swing a los dictados de los blancos. La portada del álbum We Insist! De Max Roach es un buen ejemplo de esta toma de conciencia de una parte de los músicos de jazz de la época.
El free jazz está íntimamente ligado a la nueva conciencia social que la población negra adquiere a finales de los 50 y comienzos de los 60. Supone un desafío a los cánones estéticos establecidos por Occidente y con él el jazz se libera definitivamente de la dominación de los blancos. Esta politización del jazz tiene su reflejo en la música, como en el tema Malcolm, Malcolm Semper Malcolm de Archie Shepp, Charles Mingus con su tono ácido y político y, desde luego, Sun Ra, la encarnación perfecta en el jazz del Black Power. El free jazz nace con un claro componente reivindicativo que probablemente tuvo mucho que ver con la incomprensión y marginación con la fue recibido. Y el punto de partida lo pone Ornette Coleman en 1959 con The Shape Of Jazz To Come, por el que recibió todo tipo de críticas que denostaban su trabajo. Y aún fueron pocas, porque su álbum Free Jazz fue el colmo para muchos airados críticos, que consideraron aquello como un vano intento de abrazar el caos.
Muchos de aquellos jóvenes tenían una educación de conservatorio, por lo que conocían bien los nuevos movimientos vanguardistas de la música académica. Y esa influencia se hace notar por ejemplo en el trabajo de Cecil Taylor, que estaba muy influenciado por la música atonal, aunque desde luego añadió a su música otros conceptos sobre métrica y armonía que incluían hasta golpes al piano a modo de percusión. Sin embargo, el debate sobre los orígenes del free jazz es amplio, puesto que muchos de sus creadores no tuvieron conocimiento de las vanguardias académicas hasta después de haber desarrollado su propios estilos. El caso es que la improvisación sobre secuencias también improvisadas y repetitivas es lo que encontramos en muchos de los trabajos más importantes de aquellos años, como Ezz-Thetics, de George Russell, en el que cuenta con la trompeta de Eric Dolphy. Un tipo que saltaba intervalos de forma completamente impredecible y autor de otro de los discos imprescindibles de la época: Out To Lunch.
Pero Ezz-Thetics y Out To Lunch son sólo un par en una década repleta de obras fundamentales, como Blues Bag de Buddy De Franco, Our Man in Paris de Dexter Gordon, Domino de Roland Kirk, Love Cry de Albert Ayler, Conference Of Birds de Dave Holland, Open Sesame de Freddie Hubbard, Song For My Father de Horace Silver, My Favorite Instrument de Oscar Peterson, Free For All de Art Blakey, Speak No Evil de Wayne Shorter, The Bridge de Sonny Rollins y tantos otros. En la guitarra aparece un gran renovador como fue Wes Montgomery, que inauguraba la década con el cásico The Incredible Jazz Guitar Of, álbum al que le seguirían otros de indudable interés como So Much Guitar!, Full House o Smokin’ o At The Half Note. Miles Davis, después de haber grabado el trabajo más importante de la historia del jazz —A Kind Of Blue– no deja de grabar obras maestras en unos pocos años: Sketches Of Spain, Steamin’ With The…, E.S.P, Miles Smiles, Nefertiti, In a Silent Way y Bitches Brew. Y John Coltrane no se queda atrás: My Favorite Things, Trascendence, Crescent, Ascension y, sobre todo, A Love Supreme ponen su parte en la obra del otro gran genio del jazz.
El free jazz atraviesa los años sesenta siempre en el punto de mira de las críticas más intransigentes para ver a finales de la década como nuevas formas de fusión empiezan a copar todas las miradas. Free At Last, de Mal Waldron, marca el comienzo de la ascendente carrera del sello ECM, que poco a poco consigue hacerse un hueco desde su particular visión europea del jazz y sus escarceos con la música clásica y étnica de la mano de gente como Jan Garbarek, Stephan Micus o Anouar Brahem. Pero también empiezan a aparecer etiquetas para denominar nuevas corrientes, como el jazz rock o el jazz fusión como preámbulo a un periodo que traería todo tipo de mezclas e innovaciones para la música en todos los géneros.
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Texto: Juan Manuel Vilches
El Blues y el Jazz en los años 6019 thoughts on “”
Espectacular entrada!!!! La parte inicial del contexto histórico y social es una maravilla, como con ‘4 pinceladas’ uno es capaz de transportarse al ambiente de la época.
Con respecto a la música, creo que el blues y, sobre todo, el jazz pierden algo de fuelle con respecto a otras músicas. Los años 20 los asoció al jazz, pero los 60 los asocio inevitablemente con los Beatles, los Kinks, la psicodelia, etc. Es una cuestión personal lo sé, pero a partir del bebop, quizá por la diversidad, quizá por la dispersión, el jazz no me engancha tanto…
Enhorabuena por la entrada, porque son de las que se disfrutan poco a poco…