Casi todos los contemporáneos y colegas de género de, por ejemplo, Survivor, incluidos ellos mismos, poseen alguna canción adherida a las bandas sonoras de los taquillazos adolescentes de aquella década. Todos esos largometrajes de chicos rebeldes e incomprendidos, que amaban la música guitarrera pero que no se quitaban la chaqueta de su universidad ni para dormir, esos filmes de “guaperillas” adolescente en contra de todo lo establecido y que en su cerebro sólo residía una idea: cómo verle sus atributos a la vecinita de turno (véanse Michael J. Fox o Patrick Dempsey en sus tiempos mozos). En dichas películas no podían faltar cortes “aorianos”, cosas como ‘Only The Young‘ (Journey) o el ‘Eye Of The Tiger‘ —tema título de mi primera elección— que acompañó al mítico púgil del celuloide “Rocky” Stallone en su tercera entrega.
El caso de los Survivor es el de paradigma de grupo de rock melódico por excelencia; y sin embargo, su tercer LP se encuentra sepultado por los créditos obtenidos gracias a un single que no necesariamente es la crema del álbum. ‘Feels Like Love‘ arranca con la batería de Marc Droubay para pasar a abrir unas teclas dinámicas que se ven resguardadas por el riff constante de una guitarra completamente vitalista. Una ideal continuación para el tema título del disco.
Con ‘Hesitation Dance‘ ya se adentra en el medio tiempo, pero sin perder ganas o empuje; una historia sobre los escarceos amorosos de Dave Bickler con una devorahombres. Pero para canción puntera de verdad, para encontrarnos con la élite, hay que pinchar su cuarto ‘The One That Really Matters‘. Una creación en la que, sobre una guitarra y una batería creando el solo a medio tiempo, se balancea la voz de su cantante hasta saltar sobre un colchón sonoro compuesto ya por toda la banda al completo, y rematándolo con unos coros a lo Bee Gees que estremecen («soy el único que realmente importa… Cuando todo tu mundo se derrumbe, chasquea los dedos y allí estaré»).
Y la pasión ya no se despega del quinteto hasta el último segundo de ‘Silver Girl‘, que cierra Eye Of The Tiger tan extraordinariamente como se abrió. Un ejemplo de libro de lo que puede hacer una panda de músicos motivados —y ante todo su núcleo creativo, Jim Peterik y Frankie Sullivan— que creyó que el pop y el rock podían convivir unidos bajo el mismo techo.
Multiinstrumentista y cantante, Aldo Caporuscio, lo mismo que le sucedería a Michael Sembello, se convierte en la década de los 80 en la persona a la que pedir consejo o canciones. Su trabajo Aldo Nova de 1981, titulado ya bajo su nombre artístico, fermenta en un abrir y cerrar de ojos el adult oriented rock indicado para sonar tan melodioso como fresco y aguerrido. De forma paralela a esta carrera, Aldo echa una mano de manera puntual a Blue Öyster Cult con el tema ‘Take Me Away‘, cuando la formación adicta al cuero y a las motocicletas pretendía bajar de revoluciones; Nicole McCloud también agradecería su talento sobre el pentagrama y así hasta llegar a Céline Dion, a la que Nova ayuda con el paso a lo largo de casi diez años —de 1987 a 1996— del francés en sus textos a los larga duración en inglés.
Pero este músico no deja de editar como solista durante el primer quinquenio ochentas dos LPs más siguiendo el trayecto de su carta de presentación. El canadiense, en cualquier caso, anhela el efecto sorpresa y esto le lleva a transformar la apertura de Subject… Aldo Nova en una curiosa suite de tres piezas con cargado deje futurista que pasa de lo atmosférico (‘Subject’s Theme‘) a caminar sobre cuerda de Blade Runner (‘Armageddon (Race Cars)‘) culminando en un trasunto a lo cabecera de teleserie cargada con toneladas de acción (‘Armageddon‘). ‘Monkey On Your Back‘ clava el rock melódico con unas teclas tan particulares que le hacen escaparse del pelotón tras poco sudor en la frente.
‘Cry Baby Cry‘ deja miguitas de pan en la senda a otro muchacho de Canadá, Bryan Adams, para que en el 84 ligue un estilo como el concretado durante los minutos de Reckless. Tras un listado impecable de adult oriented rock, Aldo Nova cierra como comenzó, otra vez con un tridente extenso que ahora se acerca más a la épica del hard a medio tiempo, grandilocuente y evocador de grandes recintos.
Si un cuarteto como Mötley Crüe estrenó el sleaze rock en su primer LP, Too Fast For Love, para a continuación establecerse en una suerte de glam hard rock, los cinco miembros de Icon tornaron hacia otros derroteros más comerciales. La evolución de las huestes de Vince Neil resultaba coherente, mientras que la de los músicos que grabasen un LP como Icon, todo parentescos con W.A.S.P. o los primeros Ratt, luciese de primeras cual juego de efecto para llenar la bolsa sin esfuerzo.
Su estética y principios no venían del adult oriented rock, por lo que en sólo un año se entendía como un posicionamiento forzado. Nada de eso, pues los de Phoenix, apoyados por una suprema producción del mago Eddie Kramer, graban un disco que quedaría como material para los más sabios coleccionistas del rock melódico. Una edición digna de estar a la altura de los dos primeros trabajos de Aldo Nova —esa introducción de ‘Naked Eyes‘—, pareja ella a las canciones que el multiinstrumentista y cantante canadiense sembró para sus seguidores entre la pegada y el relajo de la power ballad. Stephen Clifford templa su registro para entonar con unas canciones medidas con regla, previstas todas de un anzuelo cebado con gracia y talento.
La embestida a medio tiempo de ‘Danger Calling‘, la amante de los Def Leppard ‘Rock My Radio‘ o el himno dulcemente machacón ‘Raise The Hammer‘; todos y cada uno de los cortes poseen su importancia capital como para convertir Night Of The Crime en una compra indispensable. Lo extraño es que a medio camino de redondear la publicación con la final mezcla del material, Clifford decide salirse de la apuesta y dejar a Icon en tierra de nadie. Continuaron algunos años más, sí, pero ya no fue lo mismo.
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