14/5/2009
Sala Acapulco (Gijón)
Seguro que el sueño de muchos sería poder ver en vivo una actuación de Elvis en un casino de Las Vegas. Esto, por desgracia, eso va a ser imposible. Pero hay momento sde la vida en los que podemos acercarnos a ese sueño. Tener al Elvis mexicano actuando en el Casino de Gijón es una de esas ocasiones.
Suelo enmoquetado, cortinas rojas, sofás y camareros con pajarita. Un escenario que puede parecer decadente para un concierto de rock uso, pero que constituye el marco idela para contemplar la locura de El Vez. El émulo mexicano de Elvis Presley salta a escena acompañado por las Elvettes (sus dos coristas) y su banda, y empieza su actuación con “Caliente amor“, una atómica versión de “Burning Love“. Ahí nos encontramos al chicano ataviado con una ropa inspirada en las horteradas que el de Memphis usaba en los setenta, e imitando aquellos movimientos a medio camino entre el baile y las artes marciales. ¿Va a ser esto un simple concierto homenaje, otra de esas bandas tributo que se atreven a calcar sin alma el sonido de sus maestros, como orquestas de romería de pueblo? Pronto se ve que la cosa no va por ahí, en cuanto se ponen con una versión imposible del “Maria’s the Name” en la que las Elvettes no paran de corear el estribillo de “It’s not my Name” de The Ting Tings. Y el delirio se prolongaría durante la hora y media de concierto. Cayeron pocas versiones más de Elvis; lo suyo es un homenaje al espíritu juerguista del rock’n’roll, así que se tiró a interpretar el “Men of Good Fortune” de Lou Reed, “Mexican Can” de Allain Toussaint y Lee Dorset (con guiño incluido al lema de la campaña presidencial de Obama), o “In the Better World” del grupo punk de culto The Screamers. Eso, unido a himnos propios como “Orale” o incluso rancheras inmortales como “Volver“.
Todas las canciones las interpretó con un dramatismo que recuerda tanto la teatralidad de los pioneros del rock como la de una telenovela o de un combate de lucha libre mexicana. Esto, unido a los locos bailes, los continuos cambios de indumentaria (hasta seis veces entraron El Vez y sus compañeras al camerino para ponerse trajes inverosímiles, desde un peto ajustado de vinilo negro a lentejuelas blancas o a un disfraz de tigretón) o los descacharrantes speechs en un spanglish ininteligible con los que aprovechó para comentar la gripe porcina o lanzar mensajes de paz y amor. Nos hacía dudar de si estábamos en un concierto, una performance o un espectáculo circense. Pero la diversión, la fiesta y el baile estaban aseguradas, por supuesto.
Ha pasado ya una década desde la primera vez que tuve noticia de la existencia de este personaje. Por entonces me pareció una broma amable que no pensé que pudiera durar más que unas semanas. Sin embargo, aquí estamos en el 2009, y sigo disfrutando cada vez que nos visita este clown. Y es que ser divertido puede resultar un asunto muy serio. Y si se hace con una voz tan grande, con una banda de acompañamiento tan completa, y con un show tan trepidante, el resultado no puede resultar más satisfactorio y adictivo. ¡Que vuelva pronto!
Carlos Caneda