Alberto Romero es Albertucho, es Capitán Cobarde, y una cantidad inabarcable de música fluyendo sin parar en su cabeza. Su trayectoria y actualidad musical son fruto de una inquieta melomanía, y escucharle hablar es como abrir una enciclopedia de música a largo plazo. Es el mismo que ha encabezado gran cantidad de festivales dentro y fuera de andalucía, el mismo al que echaron de un evento de cantautores (“No me gustan los cantautores lloricas. Mira que yo compongo desde la reflexión y también abordo este tipo de situaciones, pero no sé, me gusta darles ese punto sarcástico. No lloriquear”) y el que nos encandiló con sus canciones directas con regusto a Extremoduro. Pero eso fue hace ya diez años.
Ahora nos encontramos a un Alberto maduro, decidido, y con la ruta muy clara. Se ha encontrado a sí mismo en algún lugar entre el bluegrass de Kentucky y el new folk del siglo XXI, sonidos de donde surge Capitán Cobarde. Una faceta convencida de sí misma, ansiosa de cambio y proyectos. Alberto se parapeta en la evolución, como si le hiciera falta justificación alguna. Sabe que tiene un público acostumbrado al estatal cuya reacción será inesperada. “Ya tengo 32 años, no soy el chaval de 18 que comenzaba a componer sus temitas de rock” Eso dice, pero bien podríamos afirmar que todavía es un niño cuando mira ilusionado el resultado de su último trabajo. Abre con toque maestro el disco que nos han dado y lo observa como una joya. Su tatuaje impreso en el disco, su alma en la música. “Estoy flipando. Para la mí la música es por lo que vine a Madrid con 17 años a descargar camiones, y acabé grabando un disco con la Warner. Y desde entonces me dedico a la música. Y uno va aprendiendo y al final lo que quiere es encontrarse en su casa. Y yo, con la música y el bluegrass, me siento en mi casa”.
Empieza una nueva etapa para el sevillano. No es que simplemente evolucione, es que quiere superar una etiqueta en la que no se siente cómodo, y no trata de ocultarlo. Por eso el cambio de nombre. “Yo no me arrepiento de nada. Quién quiera escuchar Albertucho que lo escuche, ahí está.”
Hemos quedado con él para que nos presente Capitán Cobarde. Mucho más que un nuevo disco: un nuevo nombre, una nueva trayectoria, otra etapa compositiva. Desde que la idea se gestara han pasado ya dos años, entre pre producción y post producción, que han dado a luz a un disco + DVD en directo. Todo el trabajo destila América y un nuevo Alberto Romero, desde la portada hasta el último arreglo compositivo: “Cuanto más mayor te vas haciendo más respeto le vas cogiendo a los instrumentos. Es como un idioma, está claro, y lo vas aprendiendo, vas cogiéndole de aquí, de allí, y lo quieres hilar fino.” El detallismo se suma a un trabajo de directo dando lugar a un vástago fresco y leal. Desnudo, visceral. “Escribo desde las entrañas”, dice.
¿La evolución musical la marcan las influencias externas o una inquietud personal por cambiar? “Sobre todo se va cambiando por los gustos. Tampoco somos dueños de lo que nos gusta, de lo que nos emociona. Yo he ido escuchando mil músicos, he coleccionado discos…y he aterrizado aquí”. Su auténtica fiebre por el country nace en el año 2008, cuando teloneó a Dylan. Ya lo conocía, pero la verdadera inquietud personal comienza a partir de este directo. A partir de ahí, una retahíla de influencias yanquis: Greensky Bluegrass, Blue Grass Brothers, Edward Sharpe & The Magnetic Zeros, Hackensaw Boys, The Lumineers. “De pronto escuché a los Mumford and Sons y dije: ¡que hijoputas, me han copiado!”, bromea. Capitán Cobarde nos presenta catorce canciones, nueve que podremos reconocer de trabajos anteriores, pero con un regusto country. Es como si sus incontables influencias de la música patria (Serrat, Kiko Veneno, Pata Negra), se hubieran mudado a Alabama.
Alberto se confiesa completo amante de Sabina. “Recuerdo los viajes a la playa en el Peugot 405 de mi padre, cuando tenía 8 o 10 años, escuchando el ‘Hotel Dulce Hotel’ de Sabina. Es algo que se te queda ahí, que marca. Sabinero desde chico.” Afirma con cierta nostalgia. “De él he aprendido que la letra no está hecha hasta el último momento. Si tienes la posibilidad de hacer un verso, tienes que hacerlo al 100%.”
Vive de una pasión que es un modo de vida. Admite que no puede dejar de componer. No es un acto laboral, es parte de su misma personalidad: “Todo esto lo hago sobre todo por escribir canciones, que es el sentimiento más grande que una persona puede tener. Aparte de los instintos humanos (ríe). Componer una canción y decir…aquí estoy yo. Encontrarte ahí impregnado…es algo muy grande. Estoy contentísimo” También nos cuenta sus métodos: <"La composición es algo natural, me hago el café y con él una cancioncita. No pretendo nada. Me da coraje la gente que se esconde en el misticismo y se pone dos velas para tardar tres meses en sacar una canción." Alberto escribe como quien respira, desayuna, o revisa su muro de Facebook. "Tengo material de sobra, si es que lo que escribo es lo que me ahorro en psicólogos."
Capitán Cobarde es un disco repleto de colaboraciones (Kutchi, Lichis, Carlos Tarque). Amigos y artistas que se subieron al escenario para afianzar la evolución del capitán. “El Marinero”, grabada con La Maravillosa Orquesta del Alcohol, es la mayor declaración de un estilo confluente. Con ellos afirma haber tenido amor a primera vista, y un sonido hermano confirmó sus sentimientos. “Fue algo visual, como el amor. Me presentaron aquel primer disco en inglés y les dije: “Cuando cantéis en Español vais a ser la hostia. Ellos son un poco más irlandeses y yo cruzo más el charco hacia américa, pero tenemos un montón de cosas en común.”
Este primer álbum, basado en una reinvención de temas antiguos, no es casualidad. “Quiero traer a quienes escuchaban Albertucho, a mi momento de ahora. Por eso las versiones.” Y lo dice firmemente, casi con esperanza. “Quiero llevarme a toda la gente que me conoce desde hace años, que venga aquí y conozca al Capitán Cobarde.”
Estamos acostumbrados a la etiqueta conocida. A Alberto Albertucho, el del rock estatal y urbano, directo, sencillo. El de las canciones que le surgieron con las inquietudes de un veinteañero huido a la capital. Pero su actualidad es fruto de una colección de experiencias musicales prácticamente inabarcable. Reniega incondicionalmente de las etiquetas, el extremismo musical y los prejuicios. “Yo lo que quiero es trabajar. La música no está hecha para nadie en concreto, la música está hecha para todo el mundo. El rollo talibán, de “yo solo escucho esta música” está muy anticuado ya, y eso se ve en los festivales. Todo es más ecléctico en general, los chavales ya no tiran por un palo y lo defienden a capa y espada. Escuchan, sea más acústico o más eléctrico. Pero al fin y al cabo son canciones.”
El Capitán Cobarde no se queda ahí y nos hace una hoja de ruta. “Y ya te digo que lo próximo que haga va a estar más encaminado, al fin y al cabo esto son canciones que he hecho hace muchos años”.Y concluye “Yo quería hacer este disco lo más cómodo posible. Creo que ésta es la profesión más bonita del mundo y que hay que ser fiel con uno mismo. Y yo no quiero vivir en el pasado, hay que vivir en el presente. Prefiero morir en combate que morir de aburrimiento. Ha sido eso, un gustazo que me he llevado.”
Sus lecciones no terminan aquí.Al terminar la entrevista, apura su vaso de cerveza y nos cuenta que el concepto de caña grande o de pinta no tiene siquiera sentido en Sevilla, porque se calienta enseguida y nadie podría beberlas. “Traeme otra chiquitica anda, que tengo muchas entrevistas”.