Las guitarras continuaron con el power blues de Eric Sardinas, que aprovechó cada rincón del escenario para moverse y mostrar poses desafiantes mientras arrancaba feroces riffs de su dobro. En formación de power trío, el bajista parecía sacado de ZZ Top, mientras que el batería, o le pega menos duro de lo que hace parecer por sus gestos, o ha salido perdiendo en la mezcla de sonido. La relativa semejanza entre todas sus canciones se palia con una gran comunicación con el público, hecho refrendado por la gran cantidad de autógrafos y fotos que solicitaron al estadounidense mientras Los Suaves cerraban el programa del día. Yosi dio un pésimo concierto, balbuceos, incapacidad para cantar y repetidas peticiones para que “le apagasen el foco”, es decir, la luna llena que tenía enfrente. Las caras de circunstancia y profesionalidad de sus compañeros no consiguieron mejorar la actuación de una banda llamada a última hora para sustituir a Jeff Beck.
Unos días después, la plaza de toros de Getafe se llenó para recibir a Manu Chao, que durante dos horas y cuarto pudo ofrecer buena parte de su repertorio. Encadenando temas de dos en dos o tres en tres, todo el recital parece una única canción con idéntica línea de bajo -a cargo del mítico y corpulento Gambeat-, similar solo de guitarra con wah-wah y prácticamente los mismos acordes. La sencillez de la propuesta no está reñida con el éxito, con miles de personas extasiadas con el francés y celebrando cada pequeña sorpresa, sea la presencia de muchos niños en el escenario “el futuro del pueblo saharaui” durante Clandestino, ocurrentes cambios de letra “si yo fuera Simeone” en La vida tómbola, o cada vez que el pequeño rey del mestizaje agitaba a la masa al grito de “¿Qué pasa por la calle?”. Un cuarto de hora adicional tuvo como invitado especial a Fermín Muguruza, en los que se pudo escuchar tres píldoras de las tres etapas del legendario músico vasco, Dub Manifest, Gora Herria y Sarri Sarri.
La familia inquieta tiene especial predilección por la música negra, se nota en sus carteles y fue evidente en las caras de satisfacción de varios miembros de la organización durante el concierto de George Clinton & Parliament Funkadelic. El Dr Funkenstein, a pocos días de cumplir 72 años, se dosifica y ejerce más de director de orquesta que del impetuoso frontman de sus inicios. Si nunca has visto nada igual es complejo explicar lo que ocurrió en el escenario durante las dos horas y media largas de concierto. Más allá de la calidad apabullante de todos y cada uno de sus músicos llama la atención el desorden y la locura circense que rodea todo ello, los bailes y acrobacias de Sir Nose se entremezclan con cantantes sesentones en chándal y un misterioso speaker moviéndose nerviosamente por el foso. La gran Kendra Foster es la corista con más protagonismo, tanto haciendo partes solistas como con sus lisérgicos bailes en el lateral del escenario, junto a ella dos nietas de Clinton completan un trío vocal de manifiesta y embutida sexualidad.
Bajo una gran bola de espejos se repasa buena parte de las corrientes del funk en los años 70, el soul, la psicodelia o la música disco bailada “como si estuviéramos en 1979”, Flash Light deja paso a interludios de viento de ambiente zappiano antes de proseguir, o incluso decidir, con la siguiente. La música no para en ningún momento, ni siquiera cuando se rompe una cuerda en el éxtasis guitarrero de Maggot Brain, y la misma naturalidad con la que se repara el instrumento in situ, linterna en mano, es la que destila la cohorte de fisioterapeutas y personajes pintorescos que no dejaron de pulular por el escenario sin ninguna responsabilidad musical aparente. Consiguen dar la sensación de que realmente están en otro mundo, menos mal que subieron a decenas de personas a bailar con ellos para demostrar que The mothership connection sigue más viva que nunca.
Posiblemente el menú más completo constaba de DePedro, The Sonics y Calexico el penúltimo día del festival. Siempre es emocionante atestiguar la imparable ascensión musical de Jairo Zavala, en esta ocasión en formato de trío con Andrés Litwin simultaneando la batería con el bajo de pedales -espectáculo no sólamente sonoro sino también visual- y Lucas Álvarez de Toledo acompañando magistral y sutilmente con todo tipo de instrumentos. Repertorio repartido entre sus tres discos y emoción sin contener en el gesto de Zavala, que volvería a las tablas como segundo guitarrista de Calexico unas horas después.
Hay cosas improbables, una de ellas es que unos chavales que dejaron grabados unos discos sin demasiadas pretensiones se den cuenta de que décadas después se han convertido en el paradigma de todo un estilo musical, el garaje. Más improbable parece que sus canciones hayan mejorado con el paso del tiempo, a la vez que han ido apareciendo y desapareciendo corrientes y sonidos ya marcados en muchos de sus temas. Lo más improbable de todo es presenciar que 50 años más tarde tienen un directo arrebatador, muy superior a prácticamente cualquier banda de garaje, y por el que matarían una gran cantidad de vacas sagradas.
The Sonics no son perfectos, Gerry Roslie espacia sus legendarios gritos desgarradores, Larry Parypa se despista en algún pasaje y 60 minutos parece que son su medida justa. Sin embargo, la unión de estos abuelos, ayudados por el veterano, pero joven en comparación, Dusty Watson (Dick Dale, Supersuckers) a la batería, logran aunar un repertorio histórico con una interpretación sin igual. Con el saxofonista original Rob Lind agradeciendo cada aplauso, la humildad y la felicidad con la que presentaron nuevos temas que lanzarán próximamente sentencian que la leyenda todavía no ha terminado. Larga vida.
Veinte años llevan Calexico juntos, o lo que es lo mismo, Joey Burns y John Convertino, siempre rodeados de colaboradores de calidad. A partir de un núcleo de composiciones con texturas suaves, al igual que la voz de Burns, es el resto de la formación la que aporta los matices, ritmos y percusiones latinas, los colores de las trompetas o las aportaciones guitarreras, desde psicodélicas hasta trallazos propios del sonido Detroit, de un exultante Zavala que alguna vez ha confesado “(en Calexico) soy feliz porque me dejan hacer lo que me da la gana”.
A pesar de su dispar discografía, consiguen un sonido homogéneo entre todas las épocas presentes en su set list, aportando además su célebre versión de Alone Again Or u otras que también consiguen llevar a su terreno, transformando su composición Not Even Stevie Nicks en Love Will Tear Us Apart o tocando Bigmouth Strikes Again de The Smiths. Etiquetados como alternativos, fronterizos, tex-mex o indies, los de Tucson han logrado apartarse de todo integrismo para conseguir un sonido que gusta a todo tipo de audiencias.
La última jornada en Getafe nos deparaba un grupo de gran calidad cuyo mayor hándicap es su deslocalización, Havalina ejecutan un stoner áspero al más puro estilo setentero, sonando más contundentes y pesados que muchos grupos de heavy metal. Por otro lado su público se compone casi exclusivamente del habitual en la escena indie, dándose una curiosa paradoja. La gran mayoría de la asistencia esperaba la salida de Fuel Fandango, con su conocida y cuidada puesta en escena, sus dejes flamencos, bases electrónicas y estribillos en inglés y en castellano para el baile de todos los públicos.
Como postre restaban los daneses The Asteroids Galaxy Tour, con la cantante Mette Lindberg al frente, muy parecida tanto físicamente como cantando a Debbie Harry. Su estilo se podría definir como la música que pondría Tarantino en una película ambientada a finales de los 70, teclados propios del soul psicodélico se mezclan con samplers electrónicos y líneas de bajo funky. Todo está ensayado al milímetro y suenan a la perfección, quizás excesivamente encorsetados en unos parámetros que hacen que una hora de concierto sea muy agradable, pero francamente suficiente.
Aunque en esencia sea un ciclo de conciertos y no un festival al uso, Cultura Inquieta, por cartel, aforo, eclecticismo y comodidad sólo puede compararse con festivales europeos de primer nivel. Cuestiones aparentemente menores como la presencia de asientos cerca del escenario, la no externalización de los puestos de comida o el pago con dinero en barra -nada de tickets o tokens- generan una experiencia de usuario mucho más placentera. Cabe destacar también su gran relación calidad-precio en un entorno cultural fiscalizado como artículo de lujo y saboteado desde muchas instancias.
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