Uno de los primeros fue Vincent Damon Furnier, un cantante que había montado una banda bajo el título de Alice Cooper (nombre que luego adoptaría el mismo). Él, al igual que David Bowie en sus inicios, no pretendía ser un músico provocativo. Su única intención era componer buenos temas de rock and roll con cierto aire experimental que hablaran sobre los problemas tanto generacionales como arty. Pero al llegar a 1972 con su School´s Out, Alice ya se ha metido de lleno en el glam. Los siguientes en subirse en el carro del glitter fueron los New York Dolls, un grupo sin demasiadas pretensiones que no dudó en aceptar la indumentaria femenina para presentarse en sus conciertos, un camino más para llegar a considerarse personajes irreverentes en aquellos tiempos. Aún así, la culminación visual dentro de este nuevo género llegó con los Kiss. Cuarteto liderado por el guitarrista Paul Stanley y el bajista Gene Simmons, subían un escalón más consiguiendo con sus maquillajes y vestimentas revolucionar el mundo del rock. Una idea que aportó a la banda su batería, Peter Criss, antiguo “amiguete” de los New York Dolls. Y es aquí donde la fotografía ya no sólo es pasión, también se transforma en espectáculo.
Estas tres formaciones, aunque en mayor medida la primera y la última, mostraban sobre las tablas de los escenarios algo más que música. Alice Cooper creó un tipo de representación musical que acabó por popularizarse como “shock rock” —algo que ya habían hecho a su manera y años antes desde Screamin’ Jay Hawkins a Arthur Brown, pasando por Screaming Lord Sutch—. Y esto no era más que impresionar a la audiencia por medio de antiguos trucos de teatrillo de los horrores: ahorcamientos fingidos, peleas entre los músicos, monstruos inimaginables, impresionantes coreografías, todo ello regado por un rock and roll bailón que mantenía al público eufórico, al mismo tiempo que expectante. Los Kiss, por su parte, también jugaban con la teatralidad pero en menor medida. El cuarteto representaba ante su público unos papeles que ya de por sí estaban impresos en los dibujos de sus maquillajes. Al igual que en el teatro Kabuki japonés, cada miembro de Kiss poseía un rol sobre el escenario: el demonio, el hombre gato, el niño de la estrella y el hombre del espacio. Todo ello se convertía, una vez más, en un reto para todos los caza imágenes que se congregaban en sus actuaciones. Se volvía a la búsqueda de la originalidad en las fotografías, aunque parte del trabajo ya se lo facilitaban las representaciones que ofrecían dichas bandas.
Y si a mediados de los 70 la provocación llegaba de Norteamérica de la mano del glam rock, los ingleses les devolvían la jugada y en el Reino Unido se empezaba a desarrollar el punk. Que este movimiento llegara a las islas y se consolidara como todo un género establecido, se debe a una persona: Malcolm McLaren. El que en su día emigrara a América para acabar trabajando como manager de los New York Dolls en su última etapa, no dudó en seguir con sus trapicheos sonoros en su tierra madre. En Inglaterra ya habían empezado a nacer imitadores de los Ramones o de Iggy, aunque no fue hasta el regreso de Malcolm cuando el movimiento crece en el ámbito visual.
Tras aprender la lección con New York Dolls, ahora les imprime el doble de carga rebelde sobre los que serían sus pupilos en su llegada a casa: los Sex Pistols. Estos jovencitos no sabían lo que se les venía encima cuando McLaren les acogió como manager, ya que pretendía revolucionar el mundo de la música y de la moda. La instantáneas tomadas en aquellos días nos traían a unos grupos desaliñados, desastrosos, sucios y adictos a decenas de drogas. Lo curioso es que, gracias a una inteligente campaña de marketing, este contrasentido logró calar en la juventud inglesa. También les sorprendió la mala educación que mostraban estos grupos ante los medios: insultaban a la prensa, escupían a los fotógrafos, ridiculizaban a todo el mundo… Consiguiendo así hacer honor a la frase: «Que hablen de ti, aunque sea mal».
Se volvía a la fotografía costumbrista, todo debido a que el espectáculo no sólo estaba en escena con el grupo, las calles se veían plagadas de clones de gente como The Clash o Sex Pistols. Y toda esta moda, irremediablemente, acabó aterrizando en Estados Unidos, volviendo curiosamente al lugar donde había empezado todo. Ahora es, más que nunca, cuando el aspecto social de la música se quiere reflejar en las fotografías. David Godlis, fotógrafo y asiduo al club CBGB’s, lo recuerda así: «Me di cuenta de que lo que quería fotografiar en el CBGB’s era el aspecto que tenían las cosas por la noche. Me había impresionado mucho el libro Los Secretos de París en los Años Treinta, de Brassaï. Hablaba de las noches que el autor había pasado en París e incluía sus propias fotografías, hechas todas de noche […] ¿Conocéis a Robert Frank? Él también me influyó mucho. Algunas de mis fotos estaban inspiradas en su libro Los Americanos. Quería hacer una foto en el CBGB’s igual que aquella suya de los chicos y las máquinas de discos».
Pero para volver a encontrarnos con dos movimientos musicales que tuvieran la suficiente importancia y vistosidad como para atraer a las cámaras, tenemos que saltar a finales de los setenta e inicios de los ochenta. Primero nace en Inglaterra la New Wave Of British Heavy Metal y, posteriormente, desde Estados Unidos sale a flote el hard rock melódico. Pero estas dos buenas nuevas no sólo eran un acto visual, también suponían una regeneración de los estilos musicales. La NWOBHN era la culminación del rock de principios de los 70, un género que vería la luz de la mano de propuestas tan interesantes como Saxon, Samson, Tygers Of Pan Tang o Iron Maiden. Una corriente que tenía en los riffs de guitarra más metálicos y veloces su mejor jugada.
El hard rock americano, por el contrario, apostaba por la parte más melódica y comedida, aunque sin renegar del fluido de los mástiles de sus guitarras. De las dos, esta última es la corriente más interesante en cuanto a lo visual y teatral de sus descargas ante la audiencia de la época. Y no sólo eso, con este estilo se recupera la moda del cantante “pin-up“, un personaje que sobresalía de su grupo y al que todas las seguidoras tenían idealizado de una u otra manera. Bon Jovi, Cinderella, Great White o Europe, aunque estos últimos no eran americanos, pertenecían a una corriente que, en menor manera que la salida sleaze, pretendía regenerar la imagen del glam de los 70 pero con un sonido más potente y actualizado. Y, una vez más, nos encontramos con que los fotógrafos se tienen que empezar a olvidar de aquel excitante ritual sonoro y volver a la simple tarea de retratar la insinuación o la sexualidad. Se regresa a las eternas sesiones de fotos promocionales y al mero marketing visual.
Y aquí es donde termina nuestro viaje ya que, aunque los estilos se siguen desarrollando, el aspecto y las modas se repiten de una u otra forma. La fotografía mantiene un papel muy importante dentro de cada género aunque, si nosotros la hemos acabado viendo como algo esencial, es por el hecho de que ya estamos acostumbrados y necesitamos ese aliciente gráfico. En la actualidad se tira de aquellos parámetros pero también de las nuevas tecnologías para ofrecer una nueva cara a esta apasionante disciplina.
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