Mientras, en Estados Unidos, la rama musical que llega desde San Franscisco es la que causa sensación a mediados y finales de los sesenta. Lo que se denominó como “acid rock“, un movimiento que apostaba por la investigación de sustancias psicotrópicas para luego desplazar esas vivencias a su sonido. Intentan sintetizar lo que se conoce como el “trip” en el mundo de las drogas, algo que conseguía crear sobre las tablas una extraña similitud con un ritual, una comunión musical. Las composiciones se alargaban con constantes solos de teclado, batería o guitarra, las letras narraban las sensaciones del viaje o del mundo interno de la mente, mientras que los asistentes entraban en el microcosmos formado por la atmósfera que generaba la banda.
Tanto los clásicos ingleses como los revolucionarios americanos eran el punto de mira de la mayoría de los fotógrafos pero, en contra de lo que había sucedido con The Beatles, estos músicos no eran tipos que pretendían entrar a sus seguidores por los ojos. Ellos expresaban toda su fuerza y su atractivo en sus composiciones, al igual que en la forma de ejecutarlas en directo. Y es así como las cámaras de los profesionales del género empiezan a centrarse en captar la intensidad de esos espectáculos. Quieren dar un paso más, hacer que cobre vida y movimiento algo tan frío como se había llegado a convertir la fotografía musical.
Para un grupo, el hecho de estar sobre las tablas de un escenario era algo realmente mágico, la única manera de conseguir esa respuesta inmediata del público. Si eras bueno, conseguías metértelos en el bolsillo pero, si por el contrario no dabas la talla, los asistentes jamás te lo perdonarían. Esto se ha visto reflejado en muchas canciones dentro del mundo del rock, aunque una de las que mejor lo exponen es “Spotlight Kid” de los Rainbow: «No sabes que está pasando, quieres volverte a casa pero no hay lugar en el que esconderse. Sales al escenario, es tu primera vez y el público se está volviendo loco. Te sientes vivo, puedes mantenerte en pie y seguir toda la noche».
Los fotógrafos no cesan en su empeño de conseguir ángulos inimaginables, posturas dramáticas, momentos mágicos del espectáculo… Lo que sea por dotar a sus instantáneas de esa pasión que emana cada grupo ante su público. Aunque no todo eran grandes estadios o teatros, ya que en Norteamérica se sigue manteniendo la cultura de los clubs musicales como centro neurálgico del movimiento. Es en ciudades como Detroit y, posteriormente, Nueva York donde nace un movimiento que revolucionaría todos los basamentos de la corriente. En Detroit empiezan a despuntar formaciones como MC5 o The Stooges, grupo liderado por el enigmático Iggy Pop, que luchaban por la recuperación del rock and roll clásico pero subido de revoluciones, por la vuelta a las canciones sin eternas progresiones instrumentales. Además, el que en un principio fue el club de los fans de los MC5, se acabó transformando en el partido de los Panteras Blancas (facción de la juventud blanca simpatizante de los Panteras Negras). Y era así como la música no quedaba como algo generacional, se convertía al ámbito social.
Pero para entender realmente este movimiento y la importancia que tuvo la fotografía costumbrista musical, tenemos que referirnos a dos bares neoyorquinos: el Max y el CBGB&. Estos dos locales vieron pasar a grupos tan esenciales para la época como Ramones, New York Dolls, Television o The Dictators, al igual que a tres chavales que formarían una de las revistas fundamentales cuyo nombre definiría ese nuevo fluido sonoro que salía del underground americano: Punk. Esta revista seguía los pasos del Creem de Lester Bangs, que fue referente imprescindible del rock de principios de los 70. Grandes fotógrafos pasaron por Creem, Bob Gruen fue uno de ellos: «Hice muchas fotografías y portadas para Creem. Era una publicación muy salvaje, que se basaba en bandas como Sex Pistols o Iggy, pero que sabían añadirle a todo un gran sentido del humor, algo que creo que es importante».
Pero fue Punk la publicación que dio nombre a todo el movimiento, un nombre que salió de las cabezas de John Holmstrom, Legs McNeil y Ged Dunn, creadores del invento. Aunque este termino ya lo utilizara para otros fines el escritor bohemio William Burroughs, no sería hasta el nacimiento de esta revista cuando empezaría a denominarse al género con ese calificativo. En Punk militaron fotógrafos de la talla de Leee Childers o Roberta Bayley, que llegó a ser directora de fotografía para esta publicación: «Era trabajar para Punk lo que realmente hacía que te abrieras pues ellos se tomaban las cosas de una manera muy interesante. No eran las típicas fotos aburridas de poses. Nosotros hacíamos todas aquellas cosas tan creativas».
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