Nos muerde un perro y ni nos hubiésemos dado cuenta. Hora y media sin parar de saltar en La Riviera, que vivió una noche donde todo el post-punk se abandonó a favor de reciclar varios años de sonidos de moda, a fuerza de dar consistencia a unos estribillos donde el vigor de la pegada hacía olvidar la encadenada vista atrás de los grupos que se copian, se van sucediendo y se acaban olvidando. Esto no era broma. Atrás quedan las dudas. Los teloneros y valencianos Fuzzy White Casters cumplieron su papel y los canadienses Crystal Castles subieron el volumen hasta límites imprevisibles. Fuerza bruta.
Fuzzy White Casters son un cuarteto con el detonador clavado en la memoria de The Rapture (por poner un ejemplo), lo bajan y explotan las secuencias de una matemática presencia del rock empañado de electrónica: donde al llegar al estribillo se frenan los ritmos y se vuelven a acelerar en sus estrofas y la batería (al igual que para Crystal Castles) cumple un papel fundamental en el acompañamiento secuencial de los poderosos compases de sus canciones. Contagiosos y con esa idea de adoctrinar el pasado reciente del que pueden partir como alumnos aventajados en nuestro país, con un disco inminente de estudio consistente, pueden convertirse en agradable realidad. En directo poseen convicción y el público secundó sin vacilar su media hora de vista de reojo a un futuro con amplias miras. Composiciones de no más de cuatro minutos para un punto y seguido de una banda con carrera en vivo sin descanso inaplazable. Sus dos directos en una semana en Madrid así lo garantizan.
Con casi media hora de retraso, pitidos e impaciencia general saltaron al escenario Crystal Castles. Atronadores primeros segundos y olvido instantáneo del retraso, donde los fogonazos de luz y la opaca presencia de los de Ontario presentaron a los pasmados incondicionales (ochenta por ciento de hombres, cuatro mujeres a mi lado que parecían sacadas de un vídeo de Rihanna, a mi derecha un doble de Sufjan Stevens, más dos o tres fans del grupo parecidos al gótico de la divertidísima serie de televisión “Los informáticos”) lo que, de forma maravillosa, se nos echaba encima.
Faltó tiempo para que el público alzara los brazos a los sones de “Baptism” y que Alice Glass se lanzara al público con esos ojos que parecen no mirar más que a la nada. Ni si le entendía la letra ni buena falta que hacía. Tras ella, por poner vario ejemplos, “Doe Deer” o el estribillo más pop ensuciado de ruido de “Celestica” y la coreada “Crimewave” podrían ser sólo varios ejemplos del descomunal ejercicio de la llama que no se apagó en la hora impagable de su directo madrileño.
Crystal Castles, además de atreverse a colaborar con Robert Smith de The Cure y su reciente “Not in love“, saliendo más que airosos, poseen un triunfante directo, que no deja descanso y no tiene parangón en la historia reciente (en siete años, tan sólo dos discos de estudio y numerosas remezclas así lo atestiguan) del rock, techno con atmósferas noise y el pop de la -sólo a veces- dulce voz de Alice Glass, que ablanda un ruido gigantesco de un vigor sin fisuras. Una tras otra, las canciones se sucedían sin descanso. Los temas parecían uno sólo. Y allí no quedó un alma que no se lo pasara en grande. Llegan a tocar media hora más y salimos sin respirar. Oxígeno para un grupo con un poder inapelable. Remisión sin remedio y concierto a recordar por muchos meses. O de cómo hacer del ruido belleza en la oscuridad.
Texto: Ángel Del Olmo