Desde hace un tiempo, el Hellfest Open Air se ha ido consolidando como una cita ineludible en el calendario estival festivalero y por fin este año se ha atrevido a dar el salto definitivo. Como crowdsurfer temerario, se ha lanzado al vacío para convertirse en el gran festival europeo que ansiaba ser… y se ha encontrado con miles de manos en las que apoyarse. Todo ha crecido en proporciones; lo más evidente, el número de escenarios.
En esta ocasión el festival francés ha optado por distribuir su siempre ecléctico cartel en nada más y nada menos que seis escenarios, una pesadilla para quienes apuran el tiempo intentando cuadrar sus horarios o también para aquellos que acudieron a Clisson ansiando pasar mucho rato con amigos de gustos muy diferentes. Pero en este Hellfest donde las combinaciones se multiplicaban hasta casi albergar varios festivales dentro de sí mismo, el resultado no ha podido ser mejor.
Primer día, día exploratorio por excelencia. Uno no sólo se queda asombrado ante la cuidada escenografía que decora el recinto, o el buen sonido que sale —y saldría el resto de días— de cualquiera de sus actuaciones; se dedica sobre todo a descubrir las posibilidades y las promesas que ofrece cada escenario. De buena mañana, HAMLET ya aprovechaba la amplitud de uno de los escenarios principales para cargar con contundencia sobre un público que se sentía como en casa. Españoles y más españoles se concentraban en las primeras filas, como la noche anterior habían hecho ante una pantalla gigante que retransmitía el partido entre Irlanda y España.
En el otro escenario principal, unas horas más tarde llegaba UNISONIC, abriendo con el single homónimo de su álbum homónimo. Allí estaba Michael Kiske al lado de Kai Hansen, con la voz intacta, como si hubiera sido ayer cuando ambos dejaron Helloween. Entre las canciones nuevas, por supuesto se acordaron tambie´n de sus éxitos de antaño: “March of Time” sonó a mitad actuación y se despidieron con “I Want Out”.
Cuando horas más tarde ondeaba frente a los escenarios principales una bandera confederada, era evidente que LYNYRD SKYNYRD iba a tocar de un momento a otro. En su despliegue de rock sureño, ya demostraron desde el principio con “Workin’ for MCA” que hay vida más allá de “Sweet Home Alabama”. Su gran éxito, ya clásico del rock por excelencia, fue muy celebrado, aunque más coreada fue incluso “Free Bird”.
Nada más acabar, el público sólo se movió unos metros hacia el otro escenario principal, pero al mismo tiempo inició un viaje musical, Costa Este arriba, hasta el estado de Boston, desde donde DROPKICK MURPHYS traían toda su sangre irlandesa y con ella toda su fiesta. Después de una intro con gaitas, empezó una actuación en la que no faltaron el acordeón, el whistle y los banjos, con el ambiente animado y festivo que las expectativas prometían; una música que a los auténticos irlandeses, según se rumorea, les suena tan castiza como a nosotros la macarena. True story.
Una de las grandes ventajas de los grandes festivales europeos es poder escuchar a grupos que difícilmente se dejarían ver en España, y gran parte de estas rarezas poblaban los otros cuatro escenarios, todos ellos dentro de unas carpas que en momentos de lluvia o calor intenso resultaban muy atractivas. The Warzone estaba dedicado al punk y al hardcore, pero por falta de afinidad fue territorio inexplorado durante todo el festival. Inusual donde los haya, The Valley destilaba doom y stoner. Allí tocó el primer día THE ATOMIC BITCHWAX, toda una sorpresa, que cerró su actuación con una versión stoner de “Pigs (Three Different Ones)” de Pink Floyd; u ORANGE GOBLIN una hora más tarde, con su stoner endurecido, ante una carpa repleta y agitada con la actuación de los ingleses.
Y para completar el mapa, The Altar y The Temple, carpas siamesas, ofrecían una potente combinación de death y black metal, en la que en algunas ocasiones conseguía colarse la experimentalidad. Allí tocaron a mediodía SÓLSTAFIR, vaqueros islandeses que con su inclasificable estilo parecen estar convirtiéndose en una banda de culto en el —¿cada vez menos?— underground del metal europeo. Venían a presentar su aclamado Svartir Sandar y por eso interpretaron sus tres primeras canciones, entre ellas las pegadizas melodías de “Fjara”. Sólo se acordaron de su anterior álbum con la cuarta canción, “Goddess of the Ages”, con sus melancólicas melodías post-rockeras. Como una poética del fin del mundo.
Pero para tonos apocalípticos los de UNEXPECT a continuación en The Altar, capaces de tomar el caos y moldearlo a su voluntad en un avant-garde sólo apto para oídos obtusos. Con la triada que forman la cantante Leïlindel y las voces de los dos guitarristas, entre el bajo de nueve cuerdas de Chaoth y el violín de Le Bateleur, repasaron Fables from the Sleepless Empire desde el principio del concierto con “Orange Vigilantes” hasta el guiñó final a From a Flesh Aquarium con “Desert Urbania”. Una exhibición de virtuosismo, ingenio y música bizarra a partes iguales, con un sonido mucho mejor que el que hace años llevaron al Progressive Nation en Madrid.
AMON AMARTH fueron los encargados de cerrar la jornada en The Temple. Pirotecnia al borde del escenario, mientras cuatro melenas giraban al compás de la música y sus doble bombos. De la garganta del gigantesco Johan Hegg salía una voz profunda que llenaba toda la carpa, una brutalidad matizada por las frecuentes melodías de sus guitarras. No pudo ser más apoteósico el final con “Twilight of the Thunder God” y, acompañados del cantante de Entombed, “Guardians of Asgaard”. Y como a las dos de la madrugada el día ya se había acabado, era hora de irse a dormir, a soñar con vikingos y sus historias de mil saqueos.
Texto: Miguel E. Rebagliato
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