¿Qué pasaría si a alguien se le ocurriera realizar una versión de “Persona” de Bergman en plan indie y quisiera pegar a ella su banda sonora?. Pues que, seguramente, Jay-Jay Johanson sería un firme candidato para figurar en ella. Y le saldría un churro de gente con gafas de pasta tirándose los trastos a la cabeza; eso fijo.
El cantante y compositor sueco (que a los siete años aprendió a estudiar música y a tocar el saxofón, el clarinete y el piano) se acercó a FICXixón 51 para celebrar la aparición de su nuevo álbum de estudio, “Cockroach” (el noveno de su carrera, a los que hay que añadir dos bandas sonoras), y de paso poner en escena sus primeros planos de trip-hop frío y calculador, adormecidos bajo ese manto de voz crooner que tanto éxito le dio con su primer álbum allá por 1996, “Whiskey“, cuando este movimiento musical estaba en pleno auge de eclosión rítmica y para muchos de nosotros significaba una nueva simbiosis entre el hip-hop menos conceptual y los sonidos de bajo penetrantes.
A Jay-Jay Johanson le ha pasado igual que a Goldfrapp. Los dos comenzaron su andadura musical con aires de una calidez melódica de salón con tintes cinematográficos (ya lo estaba haciendo Portishead de mejor manera con un sampler a lo James Bond…), aprovechando sus cualidades vocales y los scratches para imaginar mundos oníricos y todas esas cosas que hicieron que el chill-out y todas sus mil variantes se deshicieran en mil pedazos. Después, se lanzaron a la música de baile, desmelenando sus mantos armónicos y muchos se quedaron con la boca abierta, pero se frotaron las manos, sabiendo que el trip-hop, a expensar de los venerados Portishead (¿dónde quedó Tricky después de su obra magna “Maxinquaye“?) y unos irregulares Massive Attack, estaba más muerto que vivo.
Jay-Jay Johanson, que además juega con la Bossa Nova como quien pedalea con una bicicleta de ruedas de piedra, es un simpático crooner postmoderno que parece que se olvidó de su andrógina imagen de chico malo, cuyo directo acaba agotando por la sencillez, frialdad y la falta de cuajo de sus canciones. Los arreglos electrónicos tapan de manera apabullante su voz, y no se le saca provecho a la misma, por lo que la principal característica de su música queda notablemente apagada.
Aún así, quedan por simpáticas las opciones a un pasado perdido, como “So tell the girls that I am back in town“, de un repertorio donde otras como “Believe in us” sonaron demasiado distantes. Y lo peor de todo, sus canciones en vivo no llegan a alcanzar esa calidez que pretenden.
Como no le sentó nada bien el tinte rojo de “Antenna“, ha vuelto por sus fueros para ver si así ahora la vida puede seguir siendo igual de bucólica que antes.
No sé si habrá hablado con Goldfrapp, pero andan los dos por el mismo camino. Tirando el tinte del electro a la basura y llamando a las puertas de esos mundos sugerentes para ver encuentran un espacio común propio del género que les vio nacer. ¡Vaya dilema!.
Texto: Ángel Del Olmo
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