Cargar con el éxito que obtuvo en la España de 1975 la primera representación en castellano de la ópera rock Jesus Christ Superstar es verse obligado a luchar contra la visión preconcebida. Este irrepetible musical ha sido presentado desde su creación en los más dispares escenarios de medio mundo, llegando a encontrar adaptaciones de lo más extravagantes. En 2007, y seguramente movidos por esa iniciativa de moda que pretende convertir la Gran Vía madrileña en el nuevo Broadway, se recuperaba una de las auténticas óperas paridas a partir de música contemporánea. Aquí no hay nada de juegos de azar tirando de la discografía de grupos como ABBA, Queen, Mecano o El Dúo Dinámico. Jesucristo Superstar, a mi entender, y como bien reza el cartel promocional, sería la mayor ópera rock de la Historia, la que marcó el antes y el después de una iniciativa que ha evolucionado sin reparos desde los años 70.
En aquella primera visión de hace décadas que aterrizó en nuestra ciudad, Ignacio Artime y Jaime Azpilicueta se encargaron de la versión en español, dejando al vocalista de Los Canarios Teddy Bautista los arreglos y la dirección musical, al tiempo que Alfredo Carrión, otro de los popes de la experimentación patria, comandaba la orquesta y los coros. De aquella experiencia hasta se edito un LP doble, un trabajo en el que brillaban las ejecuciones frente a los instrumentos de la plana mayor de Los Canarios, por aquellos días reducido su nombre a simplemente Canarios (no fueron los únicos, con las progresiones lo mismo les pasó a Los Brincos). Cuando tocaba a su fin 2007, la nueva visión parece merecer —o, para el gusto de muchos, imponer— un cambio de estética acorde con los tiempos que corren en el nuevo milenio (el montaje de Nick Morris para la versión 2000 tomada en los británicos estudios Pinewood ya hacía de las suyas en este sentido, aunque se hundía con la pobre dirección musical repartida entre Simon Lee y David Cullen).
Por ello nos situamos en una Jerusalén moderna, contracultural, de estética Malasaña, lejana por ende del clasicismo con aires futuristas de la original y su primera encarnación en el suelo de la piel de toro. El gancho que en su día era tirar de estrellas de la canción melódica como Camilo Sesto o Ángela Carrasco, más un Teddy Bautista que venía de revolucionar el termino “enrollado”, gracias a su buen hacer como multiinstrumentista y creador, ahora se suple por jóvenes curtidos en mil batallas entre musicales de copetín y teatralidades varias. El resultado es efectivo, aunque tal vez menos gratificante. Ante todo por la falta grave que es lanzar miguitas de pan ofertando a un vocal principal, el cantante que hará de Jesucristo, para luego comprobar —como fue mi caso— que llegas a tu asiento y te anuncian que ese día representa el papel protagonista otro actor. Acabáramos. Lo positivo del cambio es que el nuevo elegido para aquella representación que me tocó ver, Samuel Gómez, retrotraía más a la estética Camilo que nos habían vendido durante todas estos años recordando a Jesús el Nazareno.
Comenzamos así prescindiendo del tan alabado por su promotora Miguel Fernández, aunque Lorena Calero (Magdalena) e Ignasi Vidal (Judas) sí acudieron a aquella cita. Nos adentramos en la obertura de Jesucristo Superstar, bastante menos intensa que las demoledoras ráfagas en vaivén que editaron Canarios en la anteriormente citada banda sonora del musical. Los actores-cantantes salen a escena descendiendo desde un muro, siendo aquella posición pronto tomada por militares vestidos con uniformes de camuflaje, y acompañados siempre por un camarógrafo de vídeo del ejército que filma los altercados. Y aunque el montaje ya llama la atención desde los primeros segundos, la actuación de los apóstoles (ahora los doce se reparten entre ambos sexos) intentando enfrentarse con pose chulesca a la milicia poco o nada estremece. Hay demasiado ambiente calmado en miradas que no convencen. Pudiese ser un elenco de Giogio Aresu, nada que ver con la garra impresa, por ejemplo, en las interpretaciones de la filmación norteamericana que tenía a Ted Neeley de Jesús y al hoy fallecido, y siempre indiscutible maestro vocal, Carl Anderson como Judas (para mi gusto, el único al que no han superado a lo largo de los años).
El primer acto transcurre sin demasiados sobresaltos, bastante lineal y dejando caras de sorpresa al no saber exprimir la posibilidad que ofrece un montaje con tantos medios como el que se presentó en el Teatro Lope de Vega. Las rimas de la recién horneada traducción dejan algunos significados del original en inglés flotando en un aire enrarecido; no consiguen en más de una ocasión que los textos casen bien y tengan musicalidad (algo que sí se logró con la de Artime y Azpilicueta). Judas está casi impasible, perdiendo la partida en ‘El Cielo Los Cegó‘ obligado a cantar su entrada paseando entre los apóstoles, matando así la magia de la idea presentada en la filmación de un Judas que se queja alejado del rebaño, tal vez mostrando desde el principio una cobardía oculta.
‘Jesús Va A Morir‘ resultará el encuentro de nota, con la presentación de Caifás (Abel García), Anás (Jorge Ahijado) y los fariseos. El cantante que interpreta al primero continúa con la senda de voces graves que se plantearon desde sus inicios para dicho papel, aunque el encargado de Anás mira más a aquel Kurt Yaghjian (el genial y maquiavélico buitre) de la película de Norman Jewison que al Jasón del montaje español (menos agudo en su registro). Por su parte, Jesús realza su hasta el momento simple labor con una entrada a las tablas para arrancar el primer grito de ‘El Templo‘. El telón caerá tras presenciar el inicial pacto de Judas con Caifás y la entrega del maletín —¿y las monedas?—, todo concentrado en los números musicales ‘Condenado/Dinero Manchado‘.
La actuación del segundo acto nos traerá un elenco totalmente diferente. Son las mismas caras, pero su fuerza interpretativa ha ganado. Una última cena de “litronas”, vasos de plástico y hogazas de pan pueblerino nos introducen en ‘Getsemaní‘, seguramente la canción que más ha rentabilizado de este musical Camilo Sesto a lo largo de todo este tiempo. El Jesús de aquella velada no le echa tanta garra a la interpretación, aunque llega al final con una destreza notable. De ahí dan ganas de saltar a la ‘Canción Del Rey Herodes‘, posiblemente una de las revisiones más originales que se han sacado de la chistera (y nunca mejor dicho). Herodes (Roger Pera) aquí no es un rey hippie como en el original, dado a orgías y grandes pitanzas.
El personaje de Herodes que plantea este Jesucristo Supertar es el de un showman de cabaret que igualmente se desenvuelve con los juegos de manos y la magia de salón como se marca unos pasos en clave espectáculo de variedades (Rik Mayall intentó algo parecido en la revisión de 2000, aunque resto cual soseras estirado). Aparece ataviado con un esmoquin de cuyo pantalón se desprende a lo largo de la interpretación de su tonada. El actor está soberbio, humorístico y ducho en las artes del ilusionismo haciendo juegos con varitas y robando sujetadores por medio de pañuelos a su línea de bailarinas. Todo un derroche de imaginación que dota de una frescura poco esperada a la recta final del espectáculo.
‘Superstar‘, con su aire discotequero de un Ignasi Vidal que casi es émulo de Tony Manero, imprime ritmo, aunque en lo visual ‘Muerte De Judas‘ y ‘Crucifixión’ son el no va más. La primera por retrotraer a las primeras performances de shock rock maduradas por Alice Cooper (¿quién no recuerda su juego del ahorcado?), y la segunda por la vida que cobra la cruz en un ascenso a los cielos del teatro. Inenarrable. Y aunque se debe aplaudir el esfuerzo de unos artistas que demuestran poder alcanzar hazañas logradas por sus mayores, no obviaré el desnivel entre uno y otro acto, al igual que la incorrecta comprensión de piezas claves como ‘El Cielo Los Cegó‘, ‘Hosanna‘ o ‘Algo Extraño‘.
Aun así, el montaje de 2007 consigue insuflar fuerzas a lo largo de la representación a los actores, llegando pasado el meridiano en un estado de espléndido entendimiento con el resultado final. Algo que también alcanzó a su manera la versión de 1984, aunque pronto terminó olvidada por la leyenda que era ya, para los restos, la representación del 75. En aquellos años 80 al muy bregado en la escena nacional Pedro Ruy-Blas le toca hacer durante 28 semanas de Judas, quedándose Pablo Abraira con Jesús. Lo curioso es que ambos cantantes, en sus inicios, habían pertenecido a la misma agrupación aunque en diferentes etapas: Los Grimm. Como Magdalena queda la poco creíble Estíbaliz, subrayando con su canto en ‘Es Más Que Amor‘ el talento del que carece para estas circunstancias y que sí derrochaba Ángela Carrasco. Instrumentalmente a lo largo de esta visita ochentas al clásico también encontramos una interpretación muy cuadriculada, sin florituras o progresiones, de un rock menos imaginativo por mucho que se ciña en lo básico a la partitura original. Una obra que, visto lo visto, se conformaría con una edición en vinilo recortada a sólo once temas.
Sergio Guillén
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