A pesar de que el momento musical más recordado por cinéfilos y aficionados de la famosíÂsima pelíÂcula de Michael Curtiz “Casablanca” sea el inefable “As Times Goes By” interpretado por Arthur “Dooley” Wilson, existe otro, menos recurrente, pero cinematográficamente perfecto, en el que la música se transforma en protagonista. El argumento de este filme es de sobra conocido: Ilsa Lund se refugia en Casablanca junto a su marido Victor Laszlo, líÂder de la resistencia contra los nazis, reencontrándose con su antiguo amante Rick Blaine, el cíÂnico dueño de un bar de moda que, sin embargo, sacrificará su amor por ella en favor del ideal en el que, pese a todo, cree.
La escena que nos ocupa hoy, magistralmente rodada, resume la pelíÂcula con todos sus matices, desvelándose la relación entre los personajes. Se sitúa en el local de Rick, donde un reducido grupo de alemanes interpreta al piano “Die Wacht am Rhein” (El guarda del Rhin, himno patrótico germano), a modo de manifestación de poder. Laszlo, preso de la ira y desoyendo toda prudencia, exige a la orquesta del bar que interprete la Marsellesa. Los músicos piden permiso con la mirada a Rick, éste asiente, y comienza entonces el himno nacional francés, en un movimiento de clara provocación anti nazi, que es secundado por todos los asistentes. Ilsa contempa admirada y enamorada a su marido. Los soldados alemanes, airados, exigen al capitán Louis Renault que, con cualquier excusa, clausure el local.
Casi setenta años después del estreno de esta pelíÂcula, olvidados ya los ecos de la II Guerra Mundial, el valor cinematográfico de esta cinta permanece intacto, superando su valor propagandíÂstico para centrarse en el meramente narrativo. Y esta escena es un punto álgido en ella. La mirada de profunda admiración de Ilsa, que desvela que será capaz de hacer cualquier cosa por su marido, incluso abandonarlo, incluso volver a enamorarse de Rick si con ello logra salvarlo, la silenciosa complicidad de Rick, arriesgando su negocio ante la provocación nazi que, queda ahora claro, no le resulta indiferente, la decisión imprudente de Laszlo, siempre actuando a impulsos del ideal al que sirve, e incluso la renuencia del capitán Renault, pragmático francés que procura mantener sus simpatíÂas y su instinto de supervivencia en equilibrio, resumen toda una historia en poco más de un minuto y apenas dos frases habladas. El poder de la música y la magia del cine en una única escena que figura, por méritos propios, entre las lecciones que todo aspirante a cienasta deberíÂa aprender de memoria.
Allons enfants de la patrie,
Le jour de gloire est arrivé
Contre nous de la tyrannie
L’étendard sanglant est levé
Entendez vous dans les campagnes,
Mugir ces féroces soldats?
Ils viennent jusque dans nos bras
Egorger nos fils, nos compagnes!
Refrain
Aux armes, citoyens!
Formez vos bataillons!
Marchons! Marchons!
Qu’un sang impur
Abreuve nos sillons!
Amour sacré de la patrie,
Conduis, soutiens nos bras vengeurs!
Liberté, Liberté cherie,
Combats avec tes defenseurs!
Sous nos drapeaux, que la victoire
Accoure à tes males accents!
Que tes ennemis expirants
Voient ton triomphe et notre gloire!
Refrain
Nous entrerons dans la carrière
Quand nos ainés n’y seront plus;
Nous y trouverons leur poussière
Et la trace de leurs vertus.
Bien moins jaloux de leur survivre
Que de partager leur cercueil,
Nous aurons le sublime orgueil
De les venger ou de les suivre!
Refrain
A pesar de que el momento musical más recordado por cinéfilos y aficionados de la famosíÂsima pelíÂcula de Michael Curtiz “Casablanca” sea el inefable “As Times Goes By” interpretado por Arthur “Dooley” Wilson, existe otro, menos recurrente, pero cinematográficamente perfecto, en el que la música se transforma en protagonista. El argumento de este filme es de sobra conocido: Ilsa Lund se refugia en Casablanca junto a su marido Victor Laszlo, líÂder de la resistencia contra los nazis, reencontrándose con su antiguo amante Rick Blaine, el cíÂnico dueño de un bar de moda que, sin embargo, sacrificará su amor por ella en favor del ideal en el que, pese a todo, cree.
La escena que nos ocupa hoy, magistralmente rodada, resume la pelíÂcula con todos sus matices, desvelándose la relación entre los personajes. Se sitúa en el local de Rick, donde un reducido grupo de alemanes interpreta al piano “Die Wacht am Rhein” (El guarda del Rhin, himno patrótico germano), a modo de manifestación de poder. Laszlo, preso de la ira y desoyendo toda prudencia, exige a la orquesta del bar que interprete la Marsellesa. Los músicos piden permiso con la mirada a Rick, éste asiente, y comienza entonces el himno nacional francés, en un movimiento de clara provocación anti nazi, que es secundado por todos los asistentes. Ilsa contempa admirada y enamorada a su marido. Los soldados alemanes, airados, exigen al capitán Louis Renault que, con cualquier excusa, clausure el local.
Casi setenta años después del estreno de esta pelíÂcula, olvidados ya los ecos de la II Guerra Mundial, el valor cinematográfico de esta cinta permanece intacto, superando su valor propagandíÂstico para centrarse en el meramente narrativo. Y esta escena es un punto álgido en ella. La mirada de profunda admiración de Ilsa, que desvela que será capaz de hacer cualquier cosa por su marido, incluso abandonarlo, incluso volver a enamorarse de Rick si con ello logra salvarlo, la silenciosa complicidad de Rick, arriesgando su negocio ante la provocación nazi que, queda ahora claro, no le resulta indiferente, la decisión imprudente de Laszlo, siempre actuando a impulsos del ideal al que sirve, e incluso la renuencia del capitán Renault, pragmático francés que procura mantener sus simpatíÂas y su instinto de supervivencia en equilibrio, resumen toda una historia en poco más de un minuto y apenas dos frases habladas. El poder de la música y la magia del cine en una única escena que figura, por méritos propios, entre las lecciones que todo aspirante a cienasta deberíÂa aprender de memoria.