La new age como género musical es a menudo una etiqueta confusa y que se usa para denominar estilos y artistas muy alejados en sus propuestas y sonidos. Es habitual considerarla como esa “música de ascensor” o hilo musical cuyo único objetivo es servir de fondo sonoro que no precise de ninguna atención por parte del oyente ocasional. También se incluye en esa etiqueta ese tipo de discos con sonidos de la naturaleza y aquellos rodeados de ciertos movimientos espirituales de dudosos planteamientos. Este es uno de los casos más flagrantes en los que el término acuñado menos responde a la realidad o, al menos, a una gran parte de ella.
Los primeros álbumes que fueron catalogados como new age tenían unas características similares, como el sonido acústico y un protagonismo absoluto de los solos, pero más tarde el género se fue definiendo constantemente y adquiriendo matices de otros estilos. Muchos de los músicos que vamos a ver a continuación tienen un enorme abanico de influencias: música clásica, jazz, el rock sinfónico, la electrónica, el pop, el folk, etc. La música clásica, sobre todo recibida a través de la óptica de compositores como Debussy, Satie e, incluso, John Cage, Morton Feldman y sus herederos (Riley, Reich y Glass). La influencia del jazz es menos evidente a primera vista, porque la new age no tiene —excepto en algunos casos- nada de las disonancias, las síncopas y los ritmos del jazz. Pero sí que encontramos unos cuantos músicos que han navegado entre ambos géneros haciendo hincapié en sus puntos de unión, como Jean Luc Ponty, Keith Jarrett —especialmente en sus trabajos con Jan Garbarek-, Joe Zaniwul o Wynton Marsalys.
Otra de las grandes influencias de la new age fue sin duda el rock sinfónico de los 60 y los 70, con bandas como Moody Blues y su álbum Days of Future Passed, Procol Harum, Pink Floyd, Yes, King Crimson y los pioneros del krautrock alemán. La influencia del rock sinfónico y progresivo tuvo su reflejo en la new age en la obra de gente como Wim Mertens, Andreas Wollenweider, Steve Howe, Brian Eno o Robert Fripp. A menudo en este grupo se encuentran también influencias del minimalismo y otras corrientes sonoras de la música contemporánea de mediados del siglo XX. Los teclados y la música electrónica también tuvieron aquí — como en otros estilos- su particular incidencia, siendo la esencia del sonido de músicos como Klaus Schulze, Steve Roach, Vangelis o Ray Lynch. Y, aunque el sonido instrumental fue en los inicios parte de la marca new age, más tarde aparecieron músicos que daban prioridad a las voces —generalmente femeninas- dentro de un sonido que aunaba influencias celtas con la new age, como Clannad o Enya. En un apartado menos pop que los anteriores y más cercano al folklore irlandés se incluyeron Nightnoise o Alan Stivell, entre otros.
En esa nebulosa que une la new age con otros géneros se dan cita multitud de artistas que podrían ser también encuadrados en otros géneros, pero que indudablemente están ligados a la new age en tanto que sus composiciones son mayoritariamente instrumentales y con un fuerte componente melódico. Por ejemplo, en el encuentro entre la new age y el pop encontramos nombres como Mike Oldfield, Earl Klugh, Acoustic Alchemy, Tino Izzo, Lee Ritenour, Jonathan Cain o Neal Schon. Estos dos últimos, por cierto, miembros del grupo de AOR Journey.
La importancia de los sellos discográficos
A principios de los ochenta la mayor parte de los artistas que posteriormente se han encuadrado dentro de la etiqueta new age fueron auspiciados por unos pocos sellos. Éstos se movían en otros terrenos diferentes a la de las grandes discográficas: eran pequeñas empresas que trabajaban con un personal reducido y que apenas contaban con más promoción que el boca a boca de sus propios oyentes. Poco a poco, los aficionados a estos nuevos sonidos dirigieron sus interesen hacia estos sellos concretos que sacaba álbumes a músicos totalmente desconocidos. La adscripción a un sonido concreto favoreció que los consumidores supieran exactamente que iba a encontrar cuando compraban “lo último del sello tal“. Comprar el último lanzamiento de Windham Hill o Private Music era garantía suficiente para saber que el producto iba a tener el sonido new age que buscaba el oyente.
Las compañías discográficas y no el artista fueron el elemento de referencia fundamental de este movimiento. Otra cosa es lo que algunos de ellos hicieron más tarde, fichando artistas que poco tenían que ver con la línea que habían seguido hasta entonces y perdiendo así una imagen de marca que tantos años habían tardado en forjar. En esa imagen de marca también es muy importante la estabilidad en el sonido. La mayor parte de los músicos no tienen cambios bruscos en sus estilos de un disco a otro. La evolución existe, pero es pausada y no incluye extraños virajes de un disco a otro. Este factor es fundamental a la hora de que el aficionado adquiera confianza cuando elige un disco de un artista que no conoce o rebusca entre discos anteriores de otro de quién sólo conoce un álbum.
El sello por excelencia que dio lugar al nacimiento de un nuevo género musical fue Windham Hill y su historia está indisolublemente ligada a la de su fundador: Will Ackerman. Un carpintero aficionado a la guitarra y que deleitaba a menudo a familiares y amigos con sus composiciones. Y como en tantísimos otros casos, unos amigos que lo animaron a grabar su propio disco. Hasta aquí, una historia que seguramente se ha repetido miles de veces por todo el mundo. Lo que ocurrió después sí que fue una sorpresa. Los amigos le consiguieron el dinero suficiente para hacer la grabación y Will dispuso un par de micrófonos en torno a su guitarra. El siguiente paso fue darse de bruces contra una industria reticente a publicar un material de esas características, así que en 1976 decidió editarlo él mismo, con la indispensable ayuda de su mujer. Windham Hill era el nombre de la granja en que Will se crió y el nombre elegido para su pequeña compañía de discos. Y el éxito no tardó en llegar, aunque en los primeros cinco años de vida de la compañía apenas editaron una quincena de discos. Pero poco a poco la gente que había escuchado esos discos los recomendaban encarecidamente a sus amigos, mientras el gasto en promoción del sello no llegaba siquiera al 1% de su escaso presupuesto.
La fórmula era simple: solos de guitarra y, más tarde, de piano, con un sonido eminentemente acústico. Pero era algo que nadie había hecho hasta entonces. Otro componente importante en sus inicios fue el excelente diseño de las portadas, ideadas por la mujer de Will: Anne Robinson. Todas ellas eran fotografías de paisajes y naturaleza muy evocadoras y daban un imagen clara de lo que se encontraba en su interior: música instrumental, muy melódica y pausada.
El siguiente artista de la compañía fue Alex de Grassi, primo de Will y muy aficionado a la guitarra también. Su disco Turning Turning Back fue otro acierto. Pero el gran éxito de la compañía vino con el guitarrista -reconvertido en pianista- George Winston y sus discos de solos de piano. Autumn o December fueron auténticos hitos en la música instrumental contemporánea. Más tarde fueron llegando otros, como el genial Michael Hedges, Jim Brickman, Nightnoise, Øystein SevÃ¥g o Liz Story, que no hicieron más que agrandar la fama —y las cuentas- del sello.
Siguiendo la estela de Windham Hill fueron surgiendo, sobre todo a partir de los años 80, un gran número de compañías que buscaban repetir la fórmula del éxito, como American Gramaphone, Narada, Higher Octave, Hearts of Space, Erdenklang, Chacra Alternative Music, I.R.S. No Speak, Real Music, con nombres en su catálogo como Govi y Nicholas Gun; o Private Music, que nació de la mano de Peter Baumann, miembro de los legendarios Tangerine Dream.
La new age consiguió abarcar en sus inicios un gran número de influencias y géneros, condensando gran parte de la cultura musical del siglo XX. Pero la pérdida de la imagen de marca de algunos de sus sellos más emblemáticos, la constante lucha de muchos de sus músicos por desmarcarse de tal etiqueta (George Winston describe su música como folk piano) y, sobre todo, la marabunta de discos que usaban el término de forma indiscriminada han provocado que, con los años, haya sido este un género considerado menor y de poco interés. Sin embargo, no hay más que escuchar discos como Aerial Boundaries de Michael Hedges, Forest de George Winston, o Foreign Skies de Tino Izzo, para darse cuenta de lo equivocado de esa afirmación.
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Texto: Juan Manuel Vilches
La New Age12 thoughts on “”
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Apollo muss mit geöffnetem Maul so auf die Stange zu laufen, dass sie hinten wieder rauskommt, werter Herr Grob. Dann ein lecker Feuerchen darunter anrichten und konstant wenden. Lecker!
per come la vedo io l’ultimo segnale potrebbe essere la fotocopia del segnale basso di fine novembre,solo che questa volta è stato intercettato di poco il segnale di neutral,complice volumi bassi e volatilitàschizzofrenica.davide
Yup, that’ll do it. You have my appreciation.