Estaba yo una vez en el estudio de Javi Limón en Madrid “acompañando a la guitarra” a un buen amigo mío (permítanme entrecomillar semejante frase hablando de quien estamos hablando) cuando de repente reparé entre pianos de cola, guitarras, micrófonos y cables en una pequeña sillita vieja que había por ahí en medio y que no pegaba nada con el resto del mobiliario del estudio; era una sillita de esas que se ponen las señoras de pueblo en la puerta de su casa para ver pasar los veranos. No me lo pensé dos veces y cogí la silla para sentarme en ella antes de empezar a tocar.
Mi sorpresa vino mientras repasaba la afinación de mi guitarra; se me acercó Javi Limón con una sonrisa de oreja a oreja y me dijo : “Esa es la silla en la que se sienta Paco para grabar los discos”…Yo, trasnochado de profesión, y mis neuronas, que se suelen tomar las mañanas de vacaciones, nos quedamos pensando un momento en quién sería ese tal Paco; probablemente tardé menos de un segundo en darme cuenta de a quien se refería pero seguro que tardé mucho menos de eso en saltar casi literalmente de la silla y quedarme de pie estirado como un palo y con sentimiento de culpabilidad…tenía esa sensación infantil de haber hecho algo muy malo, de haber enfadado a tu padre por coger algo que es suyo. Me crié musicalmente en otro ámbito de la guitarra, alejado del flamenco, donde todo el mundo sabe y nadie sabe de nada, donde si preguntas a mil guitarristas por el mejor te darán mil respuestas distintas y la mayoría de ellos comenzarían la lista por ellos mismos. Sin embargo la unanimidad que me encontré en el mundo del flamenco es algo completamente fuera de lo común. Es como si en el flamenco la subjetividad del arte se hubiese tornado en pura matemática: 2 + 2 = 4 = Paco de Lucía es el nº 1 (para todos, sin discusión)
No voy a entrar en la dimensión colosal de la figura que hemos perdido hoy, otros se encargarán de contaros su obra y milagros una y mil veces, incluso os dirán que colaboró con Bryan Adams y que ganó un Grammy Latino (ya ves tú); yo solamente quiero dejar constancia aquí de mi profundo respeto y admiración hacia él y además quería pedirle disculpas porque un día tuve la poca vergüenza de sentarme en su silla…y me quedaba grande, enorme, gigante.
Era “la silla de Paco” y es una pena saber que se ha quedado vacía.