Cuando quisimos pisar el humo que envuelven las carnales canciones de Jonathan Wilson, el cantautor californiano había deshecho la niebla y nos había dejado invisibles tras él, elevando hacia las nubes su espíritu Laurel Canyon hasta hacer que su folk-rock se deshiciera en mil pedazos de estelas multicolor. Noche digna de elogio, donde sus dos horas limadas de concierto están pulidas por su primer disco; un excelente “Gentle Spirit” que en octubre verá nacer a su hermano pequeño.
Noche de estreno en la Sala El Sol madrileña por ser la primera vez que los asistentes podían ver tocar a los dos grupos que salieron al eminente escenario.
Abrieron los madrileños Laredo, un cuarteto que corre por la calle ocho de una pista de atletismo que deja atrás zancadas de ritmos nacionales ochenteros, eso sí, bien trabajados, y con un uso melódico del ritmo que hace saltar las vallas de una cadencia que puede dejar atrás a compañeros de calle más poliédricos, planos, atisbando en sus letras mensajes de igual sintonía, cuya coincidencia de ideas les aventaja en su cuidada elección de la rima de sus letras. Las tres guitarras y la batería mostraban las cartas de una escalera de color donde el paso del tiempo es seña de identidad de mucho de sus temas (“Hay tres o cuatro amigos, no siempre son los mismos”. “Una capa de polvo sobre otra más”…) y atravesando su rock melódico por un gancho de izquierda que deja sin respiración a adversarios menos veloces, a pesar de pasarse unos a otros unos testigos de esquemas que a muchos nos recuerdan a décadas de esplendor musical español ya pasados. Lástima que en los últimos compases a su cantante le fallara la voz (ojo con esos agudos…), pero no se puede pedir mucho más para un grupo nuevo que inaugura así sus canciones y lo hace con la soltura y simpatía de aquellos que llevan carreras ganadas.
Detrás apareció Jonathan Wilson y su excelente banda y la espiritualidad psicotrópica de los setenta se apoderó de cada uno de nosotros. La alucinógena presencia de guitarras que puebla los paisajes de su primer y celebrado álbum, es una morada de liberación mística cuyo hedonismo musical campa a sus anchas en ondulantes sincronías de guitarras y voces. Entrar en su mundo de disparos centelleantes de masas informes de colores mezclados por las paleta de su extensas canciones es adentrarte en un mundo extravagante de temas atípicos, por su duración, en un mundo que corre más veloz que la indiferencia sobre el resto se desprende de sus canciones. Las tres bazas con las que cuenta el grupo: La dulce voz de Jonathan Wilson, (más cerca del folk), el teclado (de la psicodelia), y las guitarras (del rock), les proporciona un ritmo de juegos donde explayarse y acampar en varios estados. Se pueden tumbar en el ritmo más juguetón de “Can we really party today?” y sus cambios de ritmo, o mirar al sol de cara sin quemarse en la majestuosa “Desert Raven“, para dar cobijo tanto al más barbudo de los barbudos como hacer clic y saltar al caballo de Will Oldham y recorrer los mismos senderos juntos.
El afamado artista, que ha trabajado con artistas de la talla de Erykah Badu, Dawes, Jackson Browne, Bonnie “Prince” Billy, Father John Misty,….además de producir gran cantidad de trabajos de estos y otros artistas, se ha ido de gira nada menos que con Wilco, fue nombrado mejor artista del año en 2011 por la revista musical Uncut y cuarto puesto en las listas de los mejores discos del año para Mojo.
Y trabaja sus temas en la primera liga de los equipos que saben ganar sus apuestas tras la confianza y calidad que rezuman sus temas (“Canyon in the rain“), a pesar de que parezca que cueste entrar en su mundo. Una vez dentro la experiencia de disfrutar de su música es la de saber que enfrente te encuentras con un magnífico intérprete. Incluso en las canciones más escondidas de su álbum, como “Valley of the Silver moon“, se aumenta la frecuencia de los bajos en una guitarra cuyo mundo “wah — wah” fue otro relámpago de lucidez. Ha prometido volver. Le esperamos, y que no sea (como esta vez), después de dos años de publicar su nuevo trabajo.
Texto: Ángel Del Olmo
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