Benidorm, ciudad sin ley, al menos sin ley estética, rascacielos de silueta neoyorquina, guiris amontonándose en bares trasplantados desde Sheffield y abuelos clavando sombrillas al amanecer mientras sus nietos todavía bailan en discotecas de diseño marciano. Menos mal que bajo una roca cortada se celebra el Low Cost Festival, encuentro anual de varios nombres importantes de la escena internacional,una buena ración de pop-indie de aquí y fines de fiesta electrónicos.
Con tanto concierto programado -más de cuarenta- se acaba viendo un poco de todo, en ocasiones se hace necesario pelear por las primeras filas y en otras uno puede disfrutar cómodamente acodado en la barra tras invertir unos tokens -moneda del festival- en algo fresquito. Tampoco era mala opción tumbarse en el césped, donde la foto en plan majo/a vestido/a fue uno de los must del primer día, sin perder de vista la piscina vip para los que gustan del remojo hipster, el ojeo incansable a los poseedores de pulseras verdes -solteros y disponibles- o el recuerdo instagrámico de algún que otro “sprint” en la pista de atletismo cual flashmob espontánea.
Tres jornadas -cada una de ellas precedida de siestas de duración e intensidad olímpicas- con tres nombres foráneos como reclamo principal, el primero de ellos los británicos Suede, con Brett “Mr Caderitas” Anderson al frente, se trajeron su colección de hits -’Trash’, ‘Everything will Flow’, ‘We are the Pigs’- y los mostraron con un bajo potente y una sensibilidad a prueba de grandes recintos, cada movimiento, cada inflexión de voz, cada mirada de Anderson desprendía la energía de un dios. Además presentaron un tema que incluirán en su próximo disco y ya estamos ansiosos por verles en locales más íntimos. Psycho for sex and glue, here they come the beautiful ones.
Arrancando el festival, los murcianos Varry Brava cogieron a la gente muy fría, y aún así hicieron bailar y cantar hasta cuando se fue la luz, además la chaqueta de lentejuelas se antoja perfecta para la ciudad anfitriona. El rock moderno de The Right Ons fue lo más potente de todo el cartel, con guitarras a lo Arctic Monkeys o The Black Keys y con un repertorio bastante mejor que estos últimos, se espera que en cualquier momento peguen fuerte los temas más bailables de su último disco o la beatle ‘Get Back’, además hacen malabares con las baquetas, que más se puede pedir. Right on, right on.
Iván Ferreiro, la intimidad y el recogimiento personificado, por esto mismo verle en un estadio no es lo mejor para dejarse llevar hacia sus mundos. Aun así tiene temazos piratas -los que canta la gente- y el recital se hace entrañable y soporífero a partes iguales. Supersubmarina tocaron algunas de sus canciones en el escenario acústico y ya entonces se veía venir lo que ocurriría unas horas más tarde en el grande, baño de masas y karaoke gigante. Realmente no sonaron bien, guitarras sin brillo e instrumentación monocorde. A nadie le importó. Respecto a su cantante, José Chino, más de uno y más de una hubieran dado todos sus tokens por tenerlo a solas con una pulsera verde. Algo parecido a una descarga.
Buena nota para Is Tropical y The Whip, donde se dio la señal de salida al bailoteo de base electrónica. Irregulares The Sounds, donde un público mayormente homosexual -los únicos capaces de dar palmas al ritmo- dio buena cuenta de las evoluciones de la aeróbica Maja Ivarsson. Curiosamente, lo mejor fue cuando se pusieron tiernos, Wish You Were Here.
Otro día, otra siesta, otra ocasión para ver a Placebo. En primicia mundial presentan ‘B3′ una “nueva canción de puta madre” y la retahíla de himnos de rigor, con un público asilvestrado con las arengas de Brian Molko -de buen año al lado del esquelético Stefan- y una perfecta comunión fanática con ‘Every You Every Me’, ‘For What It’s Worth’ o ‘Meds’. I guess I thought you had the flavor.
Si a última hora el recinto se llenaba de rabiosos postadolescentes, cuando caía la tarde era el público treintañero el que disfrutaba de Second y su potente directo con su carismático cantante Sean Frutos al frente. Fuel Fandango son una combinación explosiva de flamenco, electrónica, excelentes percusiones y presencia escénica; de lo mejor que hemos visto en mucho tiempo. El Columpio Asesino, ídolos gafapastiles sin medias tintas, o les amas o no sabes muy bien qué pretenden. Mucha atmósfera y oscuridad que no terminan de conducir a ningún lado, una magnífica versión de los Pixies y algunos himnos -’Perlas’, ‘Toro’- para miles de fans entregados. Amarga baja, amarga baja.
La última etapa del Low Cost 2012 comienza redescubriendo a La Habitación Roja, muy buen trabajo de guitarras y voces que debería destacar mucho más entre tanta mediocridad “independiente” del panorama nacional. Bigott es de otro planeta, directamente, a su show se entra sin prejuicios y se sale con la sonrisa puesta. Las putarracas de Putilatex montan un espectáculo digno de ser vivido al menos una vez en la vida, y se toman con humor su cutre electro-pop, bastante más lúcido que algunos lamentables intentos de warholismo ibérico mainstream. He visto a la virgen, me ha dicho que me drogue.
Otra peregrinación a las primeras filas para el último grupo británico de postín. Kasabian pisaron el acelerador, consiguieron que el público poguease alocadamente y al rato les hicieron agacharse cual manso rebaño. Tal es el poder de un ácido Tom Meighan y el guitarrista pirata Sergio Pizzorno, cuya interpretación de ‘Everybody’s gotta learn sometime’ fue uno de los puntos álgidos de la noche, y qué mejor que acabar a lo british, She loves you, yeah, yeah yeah.
Una y otra vez Vetusta Morla vuelven a demostrar que están en otra división, apenas unos cambios de orden en el set list respecto a otras ocasiones y una interpretación de matrícula con un repertorio de dos horas que con sucesivos discos se hará aún mejor. La sorpresa del fin de semana llegó a última hora con los noruegos Kakkmaddafakka, logo sensacional, canciones pegadizas, amalgama salvaje de géneros, coreografías tronchantes a cargo de dos miembros en camiseta interior y una calidad musical de cada componente para quedarse con la boca abierta. Que se lo pasaran en grande brincando entre ellos durante todo el concierto no hace sino acrecentar la sensación de haber visto algo muy grande. Ooh, I wanna be a gansta.
Una vez más la organización del Low Cost demuestra que es posible hacer un festival diferente, apostando por la diferenciación que supone la sostenibilidad y evidenciando que con imaginación y buen rollo se venden más abonos que contratando artistas caducos. Otro punto a favor es la comodidad general -bendito césped- y la alegría del buen trato recibido -aquí no consideran al público ganado lobotomizado-. Un twitter oficial en llamas, activo a más no poder, arrancó sonrisas e incendió a todos los Lowers, kamikazes vitales durante tres días.
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