Cuando en 1991 Luz se aventuró a aceptar la proposición de Pedro Almodóvar para interpretar la adaptación de una canción de Mina, Un año de amor, y un bolero de Agustín Lara, Piensa en mí, pocos supieron vaticinar el éxito que ambos temas cosecharon. Por entonces la atractiva cadencia del bolero ya había atrapado a Luz y las tentaciones para grabar un disco de canciones latinoamericanas eran cada vez mayores. Empujada sin embargo por su convicción de no ceder nunca ante el especulador, Luz continuó grabando temas propios. Casi dos décadas después, como una suerte de círculo abierto en ese 1991 y que ahora ha de cerrarse, Luz materializa ese antiguo deseo en La pasión, su duodécimo álbum, un ramillete de doce canciones procedentes del otro lado del océano que encuentran en el bolero su hilo conductor.
Luz siempre tuvo claro que La pasión debía ser, ante todo, un sentido homenaje, un acercamiento al género que dominó el universo musical latinoamericano durante la mayor parte del siglo XX, y es este matiz el que hace que el álbum esté concebido desde el respeto, despojándolo así de innovaciones superficiales y de impostadas fusiones. El poderío vocal de Luz y su capacidad de inmersión como intérprete, sumados a los arreglos de Eumir Deodato, arreglista de Frank Sinatra, Björk o K.d. Lang, y una nómina de músicos entre los que destacan los percusionistas Alex Acuña (Ella Fitzgerald, Paul McCartney) y Luis Conte (Madonna, Ray Charles), hacen de La pasión un disco hondo y sofisticado, impermeable a las modas y los años, que destierra al bolero del olvido para devolverlo al ambiente elegante y atractivo que le corresponde, lejos de la percepción de música vacua que en ocasiones le otorga la ignorancia, y logra poner en los oídos de un público insospechado un repertorio de canciones clásicas que son la puerta a una de las más importantes contribuciones artísticas y culturales de Latinoamérica.
Propone Luz un hermoso viaje que se inicia a principios de los años 40, donde se datan Sombras y Alma mía, las dos canciones más añejas del disco. Sombras tiene su origen en un poema de la mexicana Rosario Sansores, Cuando tú te hayas ido, que Carlos Brito musicalizó hasta convertirlo en un pasillo ecuatoriano de popularidad masiva en el país suramericano. Al mismo tiempo, Bola de Nieve, cantante cubano que llegaría a ser uno de los más geniales intérpretes que ha dado la isla caribeña, popularizaba aquello de “a veces me pregunto qué pasaría / si yo encontrara un alma como la mía”, del tema compuesto y escrito por la mexicana María Grever y que en la voz de Luz y el piano de Otmaro Ruiz adquiere emocionantes matices.
Es en la década de los 50, los años dorados del bolero, cuando nacen la mayoría de canciones que conforman La pasión. Francisco Flores, compositor y actor chileno, realiza un canto al amor en Nieblas, introducida por un bello arreglo de cuerda. Por el contrario, el desamor atraviesa los temas Mar y cielo, del puertorriqueño Julio Rodríguez, integrante de Los Panchos; y Cenizas, del compositor mexicano Wello Rivas, una de las letras más viscerales del álbum: “si pretendes remover las ruinas que tú mismo hiciste / sólo cenizas hallarás de todo lo que fue mi amor”. La impronta musical de Cuba se hace sentir con la canción que aporta el celebrado Osvaldo Farrés: No, no y no, un vigoroso bolero-chá que goza de toda la energía instrumental de la orquesta. En Con mil desengaños, compuesta por el también cubano René Touzet, el piano y la cuerda establecen una intimidad que explota en un sublime puente de metales mientras Luz torna cada verso en escalofrío: “con mil desengaños / no podrías pagar el desengaño mío. / Con mil sufrimientos / no podrías sufrir lo que he sufrido yo”. A mediados de los 50, Carlos Eleta firma el que es probablemente el tema más conocido del disco, la elegíaca Historia de un amor, escrita a raíz de la muerte de la cuñada del autor panameño y dotada en el álbum de la sensibilidad de Luz y de un conmovedor puente musical.
De la década de los 60 Luz rescata Qué quieres tú de mí, del fructífero tándem formado por los brasileños Jair Amorín y Evaldo Gouveia, una pieza de sosegada melodía escrita desde el rencor del amor acabado. Ya a los 70 pertenece Adónde va nuestro amor, de los mexicanos Eduardo Magallanes y Mario Molina, un canto sobre la incertidumbre que precede al desamor en el que la voz de Luz, reflexiva y serena, entra como un bisturí en la carne tras una intensa introducción de percusión y metales. Como la cigarra, de la poeta y compositora argentina María Elena Walsh, es probablemente la canción que más se aleja de la temática amorosa y del género bolerístico para abrir paso a la esperanza tras la herida: “tantas veces me mataron / tantas veces me morí / sin embargo estoy aquí / resucitando”.
Producido intachablemente por Renaud Letang, que ha trabajado, entre otros, con Feist y Manu Chao, La pasión es un viaje al pasado, no para arrastrar los temas hasta el presente sino para interpretarlos desde el origen, volviendo al afán de pureza que denotan estos boleros de influencia romántica y dimensiones abismales. Se trata así de un disco especial, canciones en blanco y negro que conservan la espontaneidad propia del género, con letras directas y rotundas, libres de inútiles pudores, que versan sobre el amor en estado puro, con sus luces y sombras, su gloria y su ruina. No podía, por tanto, ser otro el título, pues es pasión lo que transpira cada frase, cada nota, y la voz de Luz, espléndida, que canta libre de dramatismos innecesarios, con inmensa emoción, sosteniendo cada palabra antes de lanzarla; extrayendo de todo, como un buen bolero, la sonrisa y la lágrima.