La cara de un escuálido joven de pelo rizado y chaqueta beisbolera universitaria comienza a transformarse en la televisión. Tiene frente a sí a una chica pegando gritos mientras él muestra unas facciones que se endurecen por segundos, que mutan convirtiéndolo en un bigotudo hombre lobo de uñas tan roñosas como afiladas. Quiero apartar la vista, como todo niño de seis años en igual tesitura; pero, como pasa a todo infante, me quedo bien quieto empapándome de todo… Las pesadillas ya llegarán cuando me cubra con la sábana hasta las orejas, prefiriendo chorrear en sudor que sentir la obligación de enfrentarme con una habitación colmada de juguetes que en las sombras toman formas de lo más insospechadas.

El chico sigue ahí, aunque ahora saliendo de un cine tras su cita nocturna, todo encuerado en rojo y remarcando unas hombreras cuando menos futuristas. El programa, un Tocata cuya cabecera me solía embelesar al mostrarme una veloz fusión de clips ochentas y cortes certeros de filmaciones de acción —de la música y los títulos de crédito mejor no hablar, demasiado paupérrimos para la enjundia de modernidad que querían representar—, continuaba deslavazando esa rara película corta de un Michael Jackson cuyo nombre resonaba en cualquier emisora a todas horas del día.

Era 1984, tal vez ya 85, y en las excursiones familiares a casa de mis abuelos en la sierra madrileña ya había sonado meses antes canciones como ‘P.Y.T‘, ‘Rock With You‘ o ‘Don’t Stop ‘Til You Get Enough‘, tonadas que se repetirían entre Duranes, Ballets, Laupers y demás Sparks —juro que mi memoria no me falla y que escuché entonces por primera vez ‘Tryouts For The Human Race‘ de los hermanos Mael, sin aún pisparme de que años después se convertiría en una de mis bandas debilidad— durante los guateques veraniegos con toda la prole Barrantes las noches de sábado. El pop me agarraba como cualquier rock comercial o música disco. Era sencillo pero vibrante, me entraba sin problemas pero luego poseía mi mente obligándome a recrear tarareando cada uno de los pasajes que componían una u otra tonadilla radiada.

Ya por entonces, incluso antes, me dormía con el transistor encendido a escasa distancia de mi cama; y ya por entonces lo pasaba mal nuevamente cuando una voz de un señor misterioso que hablaba en inglés se anteponía a la música de Jackson para soltar en clave de rapsoda tétrico un discurso totalmente incomprensible para mí entonces, rematando la pieza con una risotada espeluznante, posiblemente lo que más me impactaba —acojonaba—. Aquel adulto misterioso también se convertiría en uno de mis iconos, fílmicos en este caso; un Vincent Price por el que perdería horas de descanso gracias a sus papeles en filmaciones como La Máscara De La Muerte Roja, El Péndulo De La Muerte, Los Crímenes Del Museo De Cera o, mi preferida cuando aún no había llegado a la adolescencia, La Comedia De Los Terrores. Descubrirle junto a Alice Cooper, otro de mis popes, en Welcome To My Nightmare materializó a mi entender otra nueva revelación. Aquella colaboración era anterior, aunque yo llegué a ella después de la jornada de Tocata y zombies danzones.

Se preguntará qué pretendo con esto. ¿Un rollo ególatra en toda regla? Totalmente desencaminado, aunque me utilice como hilo para llegar al fin propuesto. ¿Un homenaje a Michael Jackson? Pues sí, no todo son biografías o cifras de ventas. El recuerdo es lo que nos queda y aquí me corto un buen cacho del mío para ponerlo sobre el mantel. Repasando destellos que me hicieron sentir algo especial, tanto entonces como pocos meses antes de ese nefasto 25 de junio, cuando en Youtube me topé con una actuación de los Jackson 5 en el Merv Griffin Show allá por 1974. Dispóngase, si se siente en consonancia, a compartir y recordar con pequeñas historias que hicieron grande a Jacko y que no siempre fueron sus instantes más venerados por el gran público. No quiero regirme por un orden cronológico, serán las cinco vivencias las que busquen sus huecos pasando de mis dedos a las teclas.

Primera fotografía: Agárratelos y grita

Una mano en alto y la otra al paquete, en plan más macho que macho. Un grito seco al aire. Una pose erguida, chulo cual ocho. ¿Quién no ha sentido la necesidad de copiar el pasito tan ochentas de un Michael en pantalones pesqueros y calcetines blancos con zapatos negros? Tal vez no en público, posiblemente frente a la pantalla del televisor casero mientras el volumen saturaba los prehistóricos altavoces de aquellos cacharros. Lo del “paseo lunar”, “paso lunar” o “moonwalk” tampoco se le escapó a la chavalería. Tela, pero es así. Jackson convirtió su talento para el baile en un cajón de sastre del que sacar los mil y un movimientos que desde la edad del plástico transformo el meneo estético para danzas populares de masas a ritmos cadenciosos o frenéticos. El robot, el spin, ese side glide o el recién citado moonwalk, todo lazado desde la evolución de unas coreografías practicadas con sus hermanos en la infancia de esos Jackson 5 primigenios, y que tenían muchas consonancias en el juego de equipo escénico popularizado por bandas vocales como The Temptations y demás contemporáneos de la casa Motown. Luego ya llegan las referencias a Fred Astaire y otros talentos del ayer. Me quedo disfrutándolo en su papel de cantante robótico en pleno programa de Soul Train, todo arte en los setenta compartiendo con la family artística el ‘Dancing Machine‘.

Segunda instantánea: The Love You Save

Sin duda, una de mis canciones de referencia en cuanto a la primera etapa de The Jackson 5 se refiere, muy por encima de ‘I Want You Back‘ o ‘ABC‘. Ese grito todos a una de «Stop!» inicial, el «bom, bom, bom» de los hermanos haciendo doblete con la línea de bajo, un Michael que con doce años canta con más garra que mucho capitoste del soul comercial y esos violines… ¡Esos violines! A escasos treinta segundos del final se pegan a la melodía que marca la base, endulzándola de una manera extraordinaria, casi irreal.

Soy de los que piensa que a veces una canción puede ser un todo o simplemente un pequeño detalle, y eso convertirla en mágica o aún más extraordinaria de lo que hubiese logrado en una simple escucha. Ese repiqueteo a doble pedal en el bombo de la batería de Aynsley Dunbar en los coros finales durante las frases de salida en bucle para ‘Wheel In The Sky‘ (Journey); el contenido rugido del tan felino Roy Orbison durante ‘Rattled‘ como miembro del supergrupo Traveling Wilburys; Héctor Lavoe con el trabalenguas «¡Ay, cari, caribiri, caramba!» en el fade out de ‘Che Che Cole‘ militando para Willie Colón; aquel titánico solo de teclado en la segunda mitad del grabado por los canadienses SagaIce Nice‘, etcétera. Y luego está la historia tras la canción.

De tratar la conducción inteligente y responsable a destripar los mil y un escarceos amorosos de los escolares americanos en únicamente dos pasos. Freddie Perren, Berry Gordy Jr., Fonce Mizell y Deke Richards, cuarteto creativo más conocido como The Corporation, escribieron y produjeron ‘The Love You Save‘. Las primeras letras ideadas hablaban sobre seguridad vial, aunque la necesidad de adaptar su contenido al toque pícaro de los hermanos Jackson les llevó a reescribir casi el cien por cien de la composición, que a la postre se editaría en 1970. Únicamente se salva la estrofa que dice aquello de «cariño, mira a ambos lados cuando te cruces conmigo».

Tercer recorte: Un Moonwalker playero

El filme Moonwalker se estrenó el 22 de diciembre del 88 en Madrid, película que no vería hasta el verano siguiente en un cine al aire libre de El Campello, Alicante, disfrutando de unas calurosas vacaciones. Recuerdo el suelo lleno de cáscaras de pipas —siempre es así, algo recurrente en aquellas mezclas de terrazo y asfalto—, el ruido de la circulación colándose por la parte superior abierta de la sala y todo el mundo atónito mirando a la pantalla. Había chascarrillos y pequeñas charlas, pero sólo para comentar este baile, aquel movimiento, la virguería visual de más allá. La trama era totalmente insustancial en su ciencia ficción para párvulos, pero Michael, las coreografías y unos vídeoclips de infarto valían el precio de la entrada y más, mucho más.

El “muñegote” de ‘Speed Demon‘, la impagable puesta en escena entre “retro-futuro” y el Chicago de los hampones desplegada para ‘Smooth Criminal‘ —pletórico homenaje le hicieron al single de marras los alternativos Alien Ant Farm en 2001, acompañado por un clip tributando toda la artillería escénica que puso de moda Jacko; no se lo pierda—, ¡ese ‘Bad‘ versión niños macarras! —’Badder‘— o la aparición de los Ladysmith Black Mambazo en los créditos finales, pocos años antes acompañando a Paul Simon en su superventas Graceland.

Cuarto encuadre: La conexión McCartney/Jackson

Mi Beatle favorito siempre ha sido Paul, tal vez por su forma de entender el pop, por esas canciones, por sus ideas dentro de la espina dorsal rítmica de The Fab Four o por su manera de modular la voz. Seguramente por lo que significó en su momento, y ya en solitario, un disco como Flowers In The Dirt. Aun así, no creo que exista mejor sitio para Macca y su talento que retrotrayéndonos a sus días como miembro del combo de Liverpool más planetario. Pero aquello terminó en ruptura y el imperio de las segundas oportunidades que significaron los Wings sale al estrado, tras el que se permitiría extraños cócteles artísticos para cuajar con las modas. ¿Quién no recuerda el peliculero vídeo de ‘Say, Say, Say‘, con su historia entre el mundo del vodevil y los charlatanes timadores de pueblo, en el que Paul metió con calzador a Linda y Michael hizo lo propio con su hermana La Toya?

Jacko siempre reconoció su fervor por The Beatles y McCartney era el componente más expuesto en los ochenta a la cara comercial del negocio. El show business, ya le digo, aunque ellos habían entrado en contacto años antes. Paul compartió ideas y estudios de grabación con diversos artistas reconocidos, pero entre el cantante de los Jacksons y el compositor de ‘Band On The Run‘ parecía que existía algo así como un respeto mayor, un ensimismamiento casi de pupilo a mentor —aunque Michael Jackson no necesitaba precisamente de ayudas una vez que Quincy Jones se alió con él para reinventar el funk-pop-disco—. Resumámoslo en que fue un buen acuerdo para ambos, una amistad que duró lo que duró, terminando en enfado monumental —todo la historia de los derechos económicos americanos de The Beatles pertenecientes a Paul que en una artimaña ofreció vender al joven de Gary, Indiana, para hallar el británico desasosiego durante cierto juicio en los días de demandas y papeleos, derechos que no volvió a oler tras la etapa de “compañeros inseparables”—.

Todavía les estoy viendo en esa foto —seguramente preparada para dar un toque de hermandad casera— en la que ambos aparecen en una inocente pose, uno fregando los platos de la comida y el otro secándolos con un trapo. Paul cedería su ‘Girlfriend‘ del LP London Town para que Jackson lo pudiese grabar dentro de Off The Wall. Los duetos llegarían un poco después, ya con los álbumes Thriller (en el disco del 82 Paul se acerca al redondo de Jacko para capear juntos la empalagosa ‘The Girl Is Mine‘) y ‘Pipes Of Peace‘ (Michael y Paul dale que dale con ese ‘Say, Say, Say‘ radiado hasta la extenuación en 1983)

Quinto retrato: The Jacksons, el LP

Los Jackson 5 resultaron en la primera mitad de los 70 pendón de marcha en las filas de los artistas polluelos, niños prodigio que sirvieron a la Motown para alzarse como auténticos cazadores de talentos en bruto (Joseph Jackson, padre de la camada, ya se encargaba de pulirlos en casa siguiendo aquello de “la letra con sangre entra”). Pareciesen inicialmente simples enchufados en el hogar de Berry Gordy, Jr., incluso su debut se titula Diana Ross Presents The Jackson 5; la diva de The Supremes ejerciendo de cicerone dentro de la industria —como entrar en la Cienciología con una carta de recomendación firmada por Tom Cruise—.

Cuando tras Dancing Machine (1975) descendieron al ramplón Moving Violation (1976), un cambio se impone. Terminan en manos de Philadelphia International/CBS Records, lugar en el que el tándem Gamble y Huff les espera para remodelarlos de cara a cumplir con los estatutos del Philadelphia soul. Kenny Gamble y Leon Huff representan a la pareja creativa más importante de reclamado en aquella década Sonido de Filadelfia; aquel estilo en el que priman las producciones y los compositores o arreglistas, usando al artista como mero vehículo, da un refrigerado sentido al soul de amor funky con el que pretendían potenciarse los ya talluditos hermanos Jackson tras sencillos como ‘Dancing Machine‘ o ‘Whatever You Got, I Want‘. Dirigidos por esas dos cabezas pensantes de los ritmos bailables de la Norteamérica negra aflora The Jacksons (76).

Enjoy Yourself‘ endulza aires funk tamizados con la alegría de unos The O’Jays pletóricos cantando ‘Love Train‘. Think Happy retiene pinceladas de Patti LaBelle, adelantándose algunos años a las hechuras de Anita Ward en ‘Ring My Bell‘. ‘Good Times‘ de atmósfera sensual alla Billy Paul pero más romanticona, mientras que ‘Show You The Way To Go‘ es la quintaesencia del sweet Philly. ‘Living Together‘ ejemplifica la banda sonora idónea para cualquiera de los garitos que disfrutaba Carlito Brigante (Al Pacino) en Atrapado Por Su Pasado. Y para los más barriales dejan ‘Keep On Dancing‘, totalmente urbana y machacona en su postura instrumental. Una reinvención a tiempo, un LP extraño y diferente cuando estaban a dos años de comérselo todo con el ‘Blame It On The Boogie‘ contenido dentro del redondo Destiny.


Michael Jackson
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sguillen

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