Boquiabiertos. Un joven de Getxo, que responde al nombre como grupo de Mobydick, puede desintegrar, con su portentosa voz, a todo un rebaño de ovejas baladoras que corren sin norte en un farragoso panorama musical español. Junto con Ainara LeGardon (que se conoce bien la sala), dejaron sin aliento y mudos, -cosa que agradeció con devota sinceridad la artista al finalizar su concierto-, a todos aquellos que se acercaron, sorprendidos, a escuchar a ambos grupos. Ofrecieron, a su manera, dos conciertos sensacionales. Que aquí nadie gritaba sin razón. Los gritos provenían del presente y el futuro del mejor rock que se puede presentar a un público; dejémonos de música independiente, sino de música que una persona interesada pueda acercarse a disfrutar. En el caso de Mobydick menos es más (él solito frente al público); en el de Ainara (en grupo), más fue todavía mucho más.
Eneko, presentando su notable ep “And then she became God’s friend” y sin apenas esfuerzo palpable, posee la enorme capacidad de hacer sombra en el recuerdo de aquel que haya escuchado, por poner algún ejemplo, álbumes excelentes de artistas próximos a su esquema musical. Que no se asusten aquellos que vean nacer un nuevo Bill Callahan en nuestras tierras porque Mobydick no es una nueva promesa sino un torbellino de fuerza vocal (guitarra en mano, no le hace falta más) que nadie debe dejar escapar. Si “Flesh’n bones” y “And then she became God’s friend” son grandes en el soporte musical, se engrandecen hasta límites insospechados, desarmando su sencillez hasta convertirla en ardiente melodía en vivo. Su media hora larga de concierto fue una obra maestra de folk contemporáneo. Desde el primer segundo que pronunció una letra hasta su última sílaba. Llega a acercarse Kristin Hersh por allí y le pide matrimonio en menos que canta un gallo. Doug Paisley, Kurt Vile y muchos otros deberían hacer cola para tocar con él. Y si no, que se vengan Dolorean y presenten su joya “The unfazed” junto a este chico. Verán lo que es bueno. Pasan los días y el recuerdo de esa voz se pega en el cerebro, como las canciones de su disco. Soberbio es decir poco. Que sorprendió es decir mucho menos aún. Que le persigamos de ahora en adelante es tarea obligatoria. Anari, tienes a otro compañero de reparto.
Si quedaba algo por quemar, esas astillas nos las arrojó, directamente a las entrañas, una Ainara LeGardon en su mejor y más portentoso estado de forma. Con su fulgurante “We once wished“, disparó el muro de guitarras enmudeciendo hasta la última alma que ocupaba la sala. Incluso ella se sorprendió, a dos canciones de empezar, de lo que estaba mostrando: las ganas de sacar la diferencia que emana de sus dos últimos discos, más la templanza de canciones pretéritas. Suma y sigue. Esa continencia de sus dos primeros discos, más la sobriedad del tercero, desaparece en el vigor de su último trabajo. Y lo muestra sin trampa, con tres músicos a su izquierda, para que las guitarras y su voz no sean el centro de la composición sino la suma de todas sus partes. Y esa contundencia se notaba en canciones como “Thirsty“, “Before waking up” o la canción que da título al disco. Nada de ¡por fin! y ¡este es su momento!. Ainara LeGardon llevaba haciendo grandes discos y presentando con acierto sus canciones en vivo. La diferencia es que ahora arroja sus composiciones con mayor desgarro.
Y en la sala no se escuchaba un comentario, un ruido de un vaso ni una voz más alta que otra. Nos dejó mudos pero no ciegos. Porque al finalizar ambos conciertos la luz del pasado y presente de estas tierras tiene en el rock varios artistas con los cuales sentirse orgulloso. Mobydick y Ainara LeGardon, de un tijeretazo, acaban de cortar la tela que rodeará los mejores conciertos de este año. Y muchos otros, con la que sobraba, nos envolvimos un regalo esa noche. Para todo este año.
Texto: Ángel Del Olmo. Fotografías: Kristina Espina Aparicio