Si bien es cierto que decir MICHAEL SCHENKER es hablar de una de las leyendas vivas de la guitarra del Rock y el Heavy Metal, también es cierto que todo lo que rodea a este hombre ha estado siempre bañado de polémica. Su paso por alguna de las mejores formaciones de la historia (Scorpions, UFO…) ha dejado tras de sí un enorme reguero de disputas, luchas de ego y salidas de tono. Incomprendido, genial e incapaz de mantener una formación estable que le soportara, ha escrito, tal vez como consecuencia de todo ello, alguna de las páginas más brillantes de un género pródigo en virtuosos. Treinta años después de la formación de su grupo MSG, banda a su medida, imagen y semejanza cuyo único miembro constante fuera él mismo, regresaba a los escenarios en una intensa gira con el prometedor nombre de “30 Anniversary Celebration Tour“. Traía consigo, además, al que fuera primer y más recordado cantante del grupo, Gary Barden. La velada, como se ve, se prometía intensa.
Genio y figura: nada más comenzar el concierto con una descafeinadísima “Armed and Ready“, el guitarrista paró el concierto, salió de escena, y no regresó hasta que todo estuvo a su gusto. Si al menos hubiera conseguido que el sonido en la sala Heineken mejorara aunque sólo fuera levemente y para variar, aquello no hubiera tenido mayor trascendencia que una anécdota más a añadir al surtido haber del germano, pero dadas las circunstancias y la absoluta desgana con la que enfrentó la velada, no fue sino el reflejo de la brutal falta de respeto que el instrumentista siente hacia sus compañeros, su público y el mundo en general. Tal vez conscientes de lo falso del paripé, el resto del grupo cumplió con lo estipulado pero sin que se pudiera percibir ni el menor atisbo de alma en la interpretación, correcta en el caso de los músicos acompañantes, bastante mediocre en el caso de Gary Barden, quien no parece atravesar su mejor momento a las voces.
Por desgracia, junto con el auge y la época dorada que a decir de muchos atraviesa ahora la música en directo, y que nos regala nuevas y magníficas formaciones a la vez que nos devuelve auténticas joyas del pasado, se está dando con demasiada frecuencia el regreso de viejas glorias que de su esplendor sólo conservan el nombre y cuyas actuaciones no son sino, lisa y llanamente, tomaduras de pelo. El nombre de Schenker y el recuerdo de pasadas y brillantísimas actuaciones son ahora mismo sólo un eco, siempre a tenor de lo que mostró el pasado día 23 en la sala Heineken de Madrid: temas clásicos destrozados sin piedad por la cada vez más rota garganta de Barden, sin embargo coreados por un público ya entrado en años para el que fueron auténticos himnos en su momento y que estaba más que dispuesto a disfrutar con ellos aún a costa de cerrar oídos a la masacre que se estaba produciendo.
Tal vez haciendo alarde de su fama de maniático, con interrupciones, cambios de guitarra en mitad de algún tema y otras extravagancias de las habituales en él, Schenker reinó en el escenario con una inusitada actividad. Tan frío y distante como desde un comienzo en la interpretación, en la que, como queda dicho, faltó alma y entusiasmo a cambio de una ejecución por su parte, eso sí, absolutamente impecable, obsequió sin embargo al público madrileño con algún que otro ligero acercamiento e incluso con un par de amagos de sonrisa, todo un exceso en el caso de habitualmente pétreo germano, que fue recibido con alborozo por un público más que agradecido que aplaudió pero no bailó ni apenas mostró movimiento salvo el de las consabidas dos primeras filas. Excepciones a esta general apatía se dieron, como es lógico, en los temas más esperados: “Cry for the Nation” casi al principio o las canciones de UFO “Lights Out“, que Barden destrozó sin miramientos, “Rock Bottom” y “Doctor Doctor” con la que cerrarían el segundo bis.
Que Michael Schenker ha sido uno de los grandes, es algo indiscutible para cualquiera que tenga un mínimo conocimiento de la historia del Heavy y el Rock en general. Pero, a día de hoy, su nombre no es más que un reclamo publicitario. Eso sí, por si a alguien le quedó ganas de continuar con la farsa, o no acababa de tener esto presente, a la salida del recinto se indicaba al respetable que, previo pago de veinte eurillos de nada, el guitarrista accedería a firmar un autógrafo. Un tipo con clase.
Texto y fotos: Almudena Eced
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