The Mayan Factor nunca sonó en la radio. Tampoco fue un grupo que saliera en las revistas de Rock. Sus videoclips jamás fueron emitidos en televisión. No tuvieron ni discográfica, ni merchandising, ni página web, ni publicidad, ni nada. Nada salvo música grabada de forma autoproducida y absolutamente independiente en dos discos, llamados In Lake’ Ch y 44, imposibles de encontrar en ninguna tienda. Siempre ligados a Baltimore, la ciudad que les vio nacer, apenas giraron por Estados Unidos y jamás traspasaron sus fronteras para llevar más allá su música en directo. De su cuello cuelga una medalla de San Judas, patrón de las causas perdidas. Porque ellos siempre fueron la antítesis del reconocimiento, de lo comercial y lo mediático.
Sólo hay algo que les ayudó a despegar y fue Internet. El instrumento que los falsos artistas, aquellos que se vinculan a un nombre que no les pertenece, desprecian con ignorancia. Gracias a la posibilidad de conseguir su música de forma gratuita se produjo un trueque multitudinario: a cambio de sus canciones, chicos y chicas de todos los rincones del mundo, les entregaron su corazón.
El pasado 8 de febrero, la humilde luz de The Mayan Factor se apagó para siempre. Su cantante y guitarrista, Ray, truncó su vida de forma trágica. El único comunicado, un discreto comentario por parte de la banda en su muro de Facebook, que dice “descansa en paz, Ray. Quizá tu alma al final esté en paz del mismo modo que tu música siempre vivirá”. Los fantasmas finalmente ganaron la batalla y todas las canciones que llevábamos tanto tiempo esperando escuchar, se quedaron en un bello boceto dibujado con lápiz. No habrá homenajes postumos, no habrá placas conmemorativas, no habrá páginas que cuenten lo sucedido, ni tan siquiera en el único medio que les dio amparo.
El único consuelo que nos queda es la inmortalidad de aquellos paisajes que The Mayan Factor, tan magistralmente, eran capaces de trazar, así como los recuerdos que nos vinculan a su historia. El mío es estar en un tren subterráneo, como subterránea es su carrera, con la chica con la que hoy recordaré a Ray y su grupo de Baltimore. Ella me habló de una canción increible. Después introdujo un disco grabado en su viejo discman y juntos compartimos los auriculares. Y así sonaba la canción:
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