El metal progresivo está entrando en una nueva fase, o al menos no parece una simple coincidencia que algunos de los principales exponentes del género, como Opeth, Pain of Salvation o Steven Wilson, estén volviendo más que nunca a los sonidos de finales de los sesenta y principios de los setenta. En esas décadas pretéritas han encontrado la inspiración, pero lejos de la copia, han sabido crear algo nuevo, con esa actitud tan propiamente progresiva que les empuja a la experimentación constante. Y el sábado Madrid asistió con Opeth y Pain of Salvation a unos atisbos de lo que esta supuesta nueva era puede llegar a ser, en una noche magistral para la música pero bastante agobiante e incómoda para todo aquel público que se apretaba en una sobrepoblada sala Penélope.
A las ocho y cuarto, quince minutos después de la apertura y todavía con más de la mitad del público en la calle, Pain of Salvation salió al escenario, primero con una bizarra intro y después ya con el “Road Salt Theme” que abre su reciente disco. “Softly She Cries” no pudo disfrutarse lo suficiente, porque la gente seguía entrando y el sonido todavía no estaba completamente ajustado, y “Ashes”, el único tema fuera de los Road Salt que tocaron, habría quedado mejor más cerca del final del concierto. Pero cuando verdaderamente se animó el asunto fue con la rockera “Conditioned”, que puso a saltar a gran parte del público —cuando todavía tenía espacio para moverse—.
La de Daniel Gildenlöw es una actitud ejemplar sobre las tablas, pero lo que sobre todo lo hace único es su gran talento como vocalista, esa capacidad que tiene para mezclar las estrofas más rabiosas con las melodías más suaves. Como valor añadido, estos suecos saben como nadie hacer en directo las abundantes armonías vocales de sus discos, gracias a las voces de su guitarrista Johan Hallgren y su batería Léo Margarit. Así quedó demostrado en “To The Shoreline”. Había gente que no se callaba y durante las partes más tranquilas de “Linoleum”, Daniel tuvo que pedir onomatopéyicamente silencio, como ya había hecho antes en la balada “1979”. La Penélope no había sonado tan bien en mucho tiempo, decían algunos, y así fue tanto con Opeth como con Pain of Salvation, pero el volumen estaba demasiado bajo y el murmullo de charlas ajenas persistió durante la noche.
“No Way” —comentario freak: en su versión extendida— cerró una muy buena actuación de Pain of Salvation, aunque para verlos en mejores condiciones habrá que esperar a febrero: el 20 tocarán en Madrid y el 21 en Barcelona. Pues fue vergonzoso que ese sábado tanta gente se perdiera varias canciones de los suecos. Y vergonzoso fue también que sólo le dieran media hora a un grupo de la talla de Pain of Salvation, cuando a pocos minutos de allí Leprous tocaba durante 45 minutos, antes del concierto de Amorphis y después de la media hora de los alicantinos NahemaH. Así se despidieron de Madrid Johan Hallgren y el teclista Fredrik Hermansson, que dejarán la banda cuando terminen la gira.
Puede que muchos quedaran decepcionados con lo que oyeron de Pain of Salvation, que apenas tocaran temas clásicos, y lo mismo pensarían los que se acercaron esperando escuchar a Opeth haciendo guturales y death metal. Es comprensible que se quejaran quienes no hubieran visto antes a Mikael Ã…kerfeldt y compañía, pero para los que ya hubieran estado en conciertos anteriores era una oportunidad muy buena para ver el lado más suave y progresivo de Opeth. Porque, como ya estaba previsto, no hubo ningún gutural esa noche.
Era momento de presentar Heritage y por eso su actuación comenzó con “The Devil’s Orchard”, que el público recibió con una gran ovación desde que sonaron las primeras notas de su riff. En poco tiempo muchas voces ya cantaban ese “god is dead” tan pegadizo de la canción. Siguieron con “I Feel the Dark”, primero con unos arpegios de guitarra pero luego con unas partes más contundentes que demostraron que este nuevo Opeth no es sólo una versión suave de lo que solía ser. Mikael Ã…kerfeldt pasó la prueba a la que esa noche se enfrentaba: probó que sólo con sus voces limpias es capaz de no perder un ápice de carisma, ni tampoco de calidad ni protagonismo. Y entre canción y canción Mikael, bautizado como Miguelito por un público entusiasmado y sus palmas, siguió tan cómico como siempre.
Lo bueno de esta gira era que iban a tocar algunos temas poco habituales en su repertorio, como hicieron con “Face of Melinda”, que hasta este verano llevaban tiempo sin tocar, mientras Martin Axenrot creaba la atmósfera idónea para la canción a golpe de escobilla y Mikael y Fredrik Akesson arpegiaban y punteaban en sus guitarras. También era la primera vez que tocaban “Porcelain Heart”, de su anterior álbum, pero un excesivamente largo solo de batería rompió la emoción de la canción. Pues mientras Pain of Salvation había incluido un solo de batería integrado en “No Way”, Opeth dejó a Martin Axenrot solo en el escenario demasiado tiempo.
Pero además de nuevas canciones, los suecos también presentaban a Joakim Svalberg, el nuevo teclista que sustituye a Per Wiberg. Su labor es impresionante, tanto a las teclas como haciéndole a Mikael las armonías vocales y los coros. Gracias a él y al bajo de Martín Méndez, la parte instrumental de “Nepenthe” sonó con mucho groove, mientras Fredrik despuntaba con sus solos. La gran virtud de Joakim es lo bien que interactúa con lo que le rodea: una banda en la que parece haberse integrado perfectamente y, sobre todo, un completísimo equipo de teclados formado por un órgano Hammond, dos mellotrones, un Nord y un sintetizador Moog.
A continuación, Mikael y Fredrik tomaron asiento para interpretar tres temas en acústico. “Throat of Winter” fue el primero de ellos, esa canción que compusieron para el videojuego God of War, con una sección a bongos y maracas, en la que no habrían desentonado las palmeras de la Riviera, y un punteo final bastante cercano al flamenco. Para la segunda echaron la vista atrás a su tercer disco, My Arms, Your Hearse, del que rescataron “Credence”. Desde que se supo que el concierto no tendría guturales, la primera idea fue que tocarían mucho del Damnation, pero sorprendemente sólo interpretaron un tema del álbum: la psicodélica “Closure”, la última en acústico, que el público coreó como ninguna otra ante un Mikael muy agradecido.
En la última parte del concierto, salió una de las nuevas facetas de Opeth con su homenaje a Ronnie James Dio en “Slither”, un tema hard rockero y directo en el que el Hammond no sonó con el protagonismo que debía, a pesar de la gran presencia que otros teclados, como los mellotrones, estaban teniendo esa noche. Con “A Fair Judgement” y “Hex Omega” se despidieron, pero volvieron al rato para interpretar un último tema de Heritage, una forma de demostrar su fuerte apuesta por el último disco. “Folklore” fue una canción muy buena para cerrar. Unas melodías de teclado en los últimos minutos del tema dieron paso al ritmo de bajo y batería sobre los que se apoya la guitarra solista de Fredrik y las pegadizas voces de Mikael. Y así cesó la buena música esa noche.
Luego sólo quedó abrirse paso entre tanta gente, de camino a la salida. Quienes estuvieron allí el sábado saben lo agobiante que fue y quienes no, probablemente no puedan llegar a hacerse una idea. Minutos después del final, ya había varias reclamaciones puestas contra la organización, que presuntamente vendió más entradas de las que el aforo permitía. Incluso hubo varios desmayos dentro. Pero —sólo— por lo que a la música respecta, el concierto fue excepcional y ambas bandas, dentro de sus nuevos estilos, probaron que se encuentran en muy buena forma. Bien es cierto que se echaron en falta algunas canciones de Opeth, como “Benighted”, “Harvest”, “In My Time of Need” o “The Lines In My Hand”, pero eso no es más que una buena señal, porque demuestra que, si Opeth sigue por este camino, todavía tiene mucho que ofrecer. El tiempo lo dirá.
Texto: Miguel E. Rebagliato