Estoy seguro que todo el que se dedica a esto de escribir sobre música habrá pasado en los últimos años muchos momentos en los que uno acaba preguntándose si hablar de estos temas viendo lo que está sucediendo no es frívolo, superficial e, incluso, intrascendente. Ya antes de esta crisis podíamos pensarlo, puesto que entonces tampoco este mundo era un lugar del que sentirse orgulloso, pero quizá ahora somos más conscientes y estamos muchos más informados de los entresijos del poder y cómo se articulan las políticas e ideologías para poner en práctica su propia forma de concebir el mundo.
Casi a diario debemos escribir sobre un disco, hacer una crónica o transcribir una entrevista mientras las noticias nos inundan con nuevas pérdidas de derechos sociales y nos muestran un futuro cada vez más tenebroso haciendo especial hincapié en conseguir un estado de miedo y desánimo general que ayude a digerir mejor el robo del que estamos siendo víctimas. La situación es la misma para cualquier otro colectivo profesional, claro, pero en el caso de la música y toda la farándula que la rodea habitualmente el abismo entre su mundo y este otro de la crisis parece más grande. No hay más que ver las abultadas cifras del caché de muchos artistas, porque no es difícil encontrar unos cuantos que rondan el millón de euros, mientras se reducen de forma alarmante los presupuestos destinados a sanidad, educación o I+D, por mencionar sólo algunos.
Pero la música también puede -y debe- formar parte de la formación de otro porvenir diferente al que nos plantean y que con tanto ahínco nos están imponiendo a toda prisa. La música es un poderoso motor de cambio, como bien nos demostraron los jóvenes americanos de los 60. Partidos políticos, regiones y estados tienen sus propios himnos a modo de jingle o cuña que aderece y nos haga digerir y relacionar mejor el mensaje con la ideología. La teoría se transforma en emoción a través de la música y la influencia en el desarrollo de las mentes es bien conocida desde hace mucho.
Nada nuevo por supuesto. Los conservadores norteamericanos han luchado en sus particulares cruzadas en numerosas ocasiones: contra el rock & roll en sus inicios, en los 80 atacando duramente al heavy con los casos de Twisted Sister y Ozzy Osbourne entre otros. Más recientemente, en España Soziedad Alkohólika fue atacada brutalmente por ciertos medios de comunicación y lo ocurrido con Javier Krahe también es una buena muestra de cómo desde ciertos sectores se lucha con fuerza para acallar y silenciar mensajes e ideas que no concuerdan con los suyos. Muy parecido por cierto a lo que ocurrió en la Alemania de Hitler, que excluyó de los repertorios oficiales a compositores como Mendelssohn, Mahler o Schönberg por judíos y a otros como Krenek o Berg por no adecuarse “como dios manda” a los postulados del régimen nacionalsocialista. Y también durante la transición española la música jugó un papel importante (no por casualidad muchos cantautores pusieron música a la obra de poetas represaliados por el franquismo) y, algunos años más tarde, en la apertura cultural del país al exterior durante los años 80.
A finales del siglo XVIII el emperador Francisco II necesitaba y deseaba una obra que pudiera dar la réplica austríaca a La Marsellesa francesa y con este objetivo Franz J. Haydn compuso el himno Gott Erhalte Franz Der Kaiser. Este es un caso paradigmático y ampliamente estudiado de cómo el poder toma la iniciativa de imponer un canto popular y colectivo en clara contraposición a otros que surgieron del pueblo primero para convertirse después en símbolos de todo un estado. Y en el siglo seguimos teniendo ocasión de observar el interés del poder en la música cuando el régimen nazi intentó aprovechar el auge del jazz en los años 30 para plantear su propia visión del género a favor de su ideología. Y son sólo unos pocos ejemplos de las curiosas a veces, y siempre aterradoras, relaciones entre la música y los resortes del poder.
Como ciudadanos y periodistas musicales debemos implicarnos en el tiempo presente y, mediante nuestro trabajo transmitir y divulgar no nuestras ideas, sino las de aquellos artistas de los que hablamos. Tenemos que prestar más atención a las letras y comentar también aquellas que tienen un mensaje político. No es posible hablar de músicos como Tom Waits, bandas como Rush o Def Con Dos e, incluso, géneros como el soul, el jazz o el blues sin hablar de sus ideas y de su compromiso y cercanía con la realidad en que viven o se desarrollaron, porque precisamente la música es el medio que ellos usan para contar sus historias y plasmar sus ideas. Pero también por omisión podemos tomar partido: podemos no hablar de quienes propagan un modelo o unas ideas con las que no estamos de acuerdo. Y tenemos para elegir, porque en los últimos años no son pocos los músicos que han decidido dejar más o menos claras sus preferencias ideológicas. No podemos mirar hacia otra parte y pensar que no tenemos nada que ver con todo esto, porque desde nuestra pequeña parcela también podemos hacer algo —por nimio que sea- y eludir esta responsabilidad nos haría partícipes por inacción de la farsa y el delito que muchos estados están cometiendo contra sus ciudadanos.
Texto: Juan Manuel Vilches
Opinión — Hablar de música en tiempos de crisis3 thoughts on “”
No puedo estar más de acuerdo con esta reflexión!!!
Muy buen ejemplo el del jazz en los años posteriores al crack del 29. Al fin y al cabo la música forma parte de la sociedad…
¡Muchas gracias Manu! Me ha costado enfocar el tema y aún sigo sin estar muy seguro de haberme explicado bien XD pero me alegro que te haya gustado. Y lo del uso del jazz por el régimen nazi en los años 30 daría para un artículo entero…