Hace poco nos preguntábamos por qué desde hace un tiempo parecen interesar menos las reseñas de música y si ahí ya apuntamos algunas posibles causas, ahora debemos también mirarnos a nosotros mismos, a quienes nos dedicamos a esto de escribir y opinar sobre las obras de otros. Muchos nos hemos preguntado en más de una ocasión al leer un texto para quien habrá escrito el redactor: ¿para el artista o el sello quizá?, ¿para él mismo o para los compañeros de profesión?, ¿tal vez incluso para su jefe de redacción?
La industria musical, como cualquier otra, tiene la facultad de fagocitar cualquier cosa que se mueva a su alrededor y la prensa especializada no está exenta de esto. Pero en muchos casos no es la presión de una discográfica o una promotora la que consigue influir en una crítica, sino que es el propio redactor quien se pliega a ellos. No es necesaria una presión previa porque el negocio de la música ya dejó bien claro hace mucho que ciertas puertas sólo están abiertas para quienes jueguen bajo sus estrictas reglas. Un pase de prensa, una copia promocional, una entrevista más larga de lo habitual o un adulador comentario bastan demasiadas veces para conseguir una buena crítica. El intercambio de favores es viejo y el clientelismo siempre esconde la falta de ética que subyace bajo la mayor parte de sus formas.
Pensar en el artista al enfrentarse a una crítica es quizá una de las formas más dañinas, puesto que ahí el redactor olvida por completo cualquier intento de objetividad posible, cualquier análisis de la obra está condenado a la futilidad. Si bien el músico tiene siempre varias opciones y hay quienes leen las críticas, quienes las rehuyen o quienes directamente las ignoran; el crítico siempre está obligado a tomar un único camino y este es no dejarse nunca influir por la opinión de quien va a ser objeto de su análisis.
También hay quienes parecen ser competitivos por naturaleza y encaran su trabajo como parte de una eterna carrera por llegar el primero. Y entre ellos están quienes compiten consigo mismos y cada texto supone una vuelta de tuerca más con respecto al anterior; y quienes escriben pensando en sus compañeros de profesión. Estos últimos son quizá los menos interesantes para el lector, puesto que su enfoque siempre estará destinado a superar a sus “competidores“, sin espacio alguno que albergue cualquier interés para el aficionado.
Para el final me dejo un último personaje realmente curioso y afortunadamente poco frecuente: el crítico que desea pasar a la historia. Y aquí, señores, con su permiso, me voy a permitir decir que alguien que aspira a pasar a la historia por escribir de música no puede ser de fiar y esconde una neurosis incipiente cuanto menos. Esto va de divulgación, información y entretenimiento, así que quitémosle algo de hierro al asunto por favor.
Pero cualquiera de estos estereotipos tienen siempre algo en común y es un trabajo cuyo resultado deja al margen al lector y poco o ningún valor acaba por aportarle. Porque el redactor debe tener muy claro cada vez que se sienta delante de la pantalla en blanco tiene una misión muy clara: contarle algo a los lectores y aportarles un análisis y una valoración que pueda servirles de algo, ya sea como mero entretenimiento, como información o como guía para indagar en su afición. El público es inteligente, pero no necesariamente tiene por qué ser especializado, así que por favor dediquemos unos minutos a releer los textos antes de publicarlos para cercionarnos de que no tratamos a nuestros lectores como imbéciles, pero tampoco les hablamos como si debieran saberlo todo.
Y ya que estamos, digámonos a nosotros mismos cada día que no lo sabemos todo. Un crítico musical puede desconocer —y por supuesto desconoce- cientos y miles de músicos. El texto no es un púlpito desde el que evangelizar al pueblo ni una mesa desde la que el profesor enseña a sus alumnos. No estamos aquí para demostrar a nadie nada y eso de aparecer en fotos con cientos de discos detrás o apresurarse a escribir de un músico cuando éste se ha puesto de moda para decir “¡yo ya lo conocía antes!” son detalles -por ser benévolo- francamente ridículos.
Sin embargo quienes mejor podrían responder a la pregunta que titula este texto son los lectores, puesto que ellos son los que mejor saben para quién escriben los críticos musicales de nuestro país, porque a fin de cuentas nada de esto tendría sentido si no hubiera alguien al otro lado del papel o la pantalla que dedique unos minutos de su tiempo a leer nuestras líneas.
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Texto: Juan Manuel Vilches
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