No es la primera vez que nos planteamos y reflexionamos en este espacio sobre diversas cuestiones en torno al trabajo del periodista musical, y probablemente esta no será la última. Pero no porque la profesión —o casi mejor, el oficio- necesite de pautas o consejos ni porque se encuentre en una situación particularmente mala. La cuestión es que cualquier disciplina y trabajo requiere de una constante vigilancia que desemboque en un proceso de introspección crítica con el objetivo de buscar siempre una mejora. Y hacia ahí es donde queremos ir.
Uno de los aspectos fundamentales del periodista musical debe ser la honestidad. Es decir, comprometerse con ciertos valores, como la verdad o la justicia, y actuar en consecuencia. Esa integridad en el oficio no es difícil de encontrar, pero tampoco es frecuente. En demasiadas ocasiones una crónica acaba prestando más atención al componente social que al propio espectáculo. Y es que la farándula, como en otros campos, ha devorado en muchos casos al periodista musical, que se ha visto debajo de los mismos focos que el artista. Esa falsa impresión y la mentira de la fama puede conseguir que un crítico acabe pensando —y lo que es peor, mostrando- que es más artista que el propio artista al que debe analizar.
Pero esto no es una cuestión única del campo de la música, sino que es desde hace tiempo es un grave defecto del periodismo en general. La manida y rancia expresión “cuarto poder” ha hecho creer a algunos que tienen más importancia e influencia de la que realmente tienen. Y en la crítica musical esto se ha plasmado en señores que destrozan o ensalzan de forma exagerada el trabajo de otros, como si en esas pocas líneas estuviera encerrada toda la verdad del mundo. Pero la realidad es que esas líneas guardan más a menudo rencores y afinidades personales…
Hay que diferenciar entre la ineludible parcialidad del crítico y el hecho de que en su trabajo se plasmen cuestiones personales tales como las simpatías o desavenencias que haya podido tener con uno u otro músico. Por supuesto el crítico tampoco puede trabajar para engordar la vanidad del músico (algunos dirían que esa es la función de los fans) ni optar por posiciones populistas más propias de políticos de tercera que de un profesional serio. Incluso hay quien afirma que la labor del crítico es mantener y divulgar la buena música, lo que nos deja una buena muestra de cómo el ego puede traicionarnos a veces. El crítico debe servir al aficionado: informarle, entretenerle y aportarle una valoración que pueda servirle de guía.
Unos pequeños apuntes o propuestas nos pueden servir para delimitar mejor nuestro trabajo con el objetivo marcado:
Bernard Shaw, que durante algunos años fue crítico musical bajo el pseudónimo de Corno di Basetto, decía que “una crítica escrita sin pasión personal no vale nada“. Pero también una crítica, al tener ese componente valorativo como elemento diferenciador, precisa de una honestidad intachable que desemboque en un análisis responsable de la obra. Y ahí caben muchas cosas, como el humor o la subjetividad del autor, pero nunca debería estar presente la animadversión, un ánimo destructor o el halago fácil.
Texto: Juan Manuel Vilches
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Es un debate que, desde mi lado, me resulta familiar... la pretendida objetividad de la historia y el historiador como alguien que ha de ser "neutral" ante los "hechos", como si el historiador fuera un mero portavoz de dichos "hechos" o los "hechos" se definieran y explicaran por sí mismos. El periodista, como el historiador, es alguien con su idiosincrasia, ideología, opinión, gusto... una cosa es que no funcionen como único filtro a la hora de hacer una crítica y otra que sea deseable, necesario o siquiera posible desprenderse de ellos a la hora de enfrentarse a un trabajo musical. Comentar o valorar una obra supone implicarse intelectual y emocionalmente con ella. Otra cosa es que sean intereses espurios los que intervengan.
Gracias por un artículo tan interesante y lamento haberme enrollado tanto.