Quien no haya escuchado este estribillo todavía, al menos de refilón, es que no vive en este planeta. Resulta increíble ver cómo Pablo Alborán ha pasado, de la noche a la mañana, de grabar sus canciones y colgarlas en youtube, a grabar su primer disco y colocarse, en tan sólo una semana, como líder de ventas en nuestro país.
Podríamos pensar que tanto éxito le ha cambiado pero, nada más lejos de la realidad. Este malagueño sigue siendo el mismo chaval tímido de siempre, ese amigo de toda la vida al que no te cansarías de abrazar, ese tipo sencillo y alegre que, desde hace unos meses, no da crédito a lo que está viviendo.
Y es lógico pues, en pocos meses, se ha convertido en un fenómeno de masas llegando incluso a agotar entradas a la media hora de ponerlas en venta, de hacer que su disco desaparezca de las estanterías de los grandes almacenes a las pocas horas de que los dependientes los hayan repuesto.
Por él lloran, ríen, viajan y tararean sus canciones cientos de fans dispuestos a hacer lo que sea por ver a su ídolo. Tanto es el cariño que le tienen que el pasado martes, 8 de febrero, se veía a los primeros fans apostados a las puertas de la sala Galileo, hasta dos horas antes de la apertura de puertas. Había nervios por verle en directo, por conseguir colocarse en la primera fila para poder verle mejor e intentar que una de sus miradas se posara en ellas.
En este punto diré que, gracias a la gente de EMI Music, tuve la suerte de poder colarme en la prueba de sonido. Y allí, una vez más, pude dar fe de la sencillez de este cantante que, con los nervios a flor de piel (no es poca cosa llenar Galileo) se dejaba “asesorar” y “guiar” por “su gente”, como él mismo dice, en las diferentes grabaciones promocionales y eventos futuros.
Con ese buen sabor de boca en los labios me preparé (junto al club de fans) a recibir al goteo incesante de público que, como dije antes, entraron deseosos de ocupar los primeros puestos. Por momentos, y no exagero, desee estar en un concierto de funky, hardcore o rock (al menos allí vas preparada para los empujones) y es que en un momento, el espacio a mi alrededor se redujo de tal manera que mover un dedo, era misión imposible.
Intentando acomodar el cuerpo (en una postura idónea para aguantar todo el concierto) me hallaba cuando las luces de la sala se apagaron y, de repente, se iluminó el escenario mostrándonos a un Pablo emocionado, nervioso y, sobre todo y ante todo, con ganas de agradar a su público de Madrid.
A partir de ahí y tras agradecer al público su apoyo, su cariño y su asistencia, empezaron a sonar una a una todas las canciones de su disco, de ese disco del que todos los medios hablan y que todo el mundo escucha.
Canciones frescas, sencillas, con una mezcla de tristeza y romanticismo, con pequeñas dosis de amor y grandes pinceladas de desamor, de desencuentro. Canciones que mueven sentimientos, que invitan a ponerte en la piel de quien las escribe y hacerlas tuyas.
Y así, con un sonido perfecto (hay que ver el juego que dan dos guitarras, un bajo y algo de percusión), la voz dulce y marcada de Pablo, los coros de los fans que tararearon todos los temas de principio a fin y, cómo no, la entrega de un club de fans que ya quisieran muchos, Galileo sonó a Alborán más que nunca.
Miedo, Vuelve conmigo, Caramelo, Volver a empezar, Me colé por la puerta de atrás, Desencuentro, Perdóname, Ladrona de mi piel, Loco de atar y Solamente tú, se convirtieron en la banda sonora de un martes que amaneció siendo un día cualquiera y que terminó convirtiéndose en un día muy especial para todos los presentes.
Y es que no nos extraña que los promotores se lo rifen, que “pete” las firmas de discos, que sus fans se cuenten por miles… La sencillez se hizo música gracias a los dedos y las cuerdas vocales de Pablo Alborán.
Un placer para los oídos y, para qué negarlo, una tentación para la vista.
Texto y Fotos: Toñy Espada
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