Tras disolverse la banda escocesa Rainbow (no confundir con la agrupación creada por el guitarrista Ritchie Blackmore tras su salida de Deep Purple), y dejando atrás algunos cambios en las filas del proyecto, Pallas se ponen en marcha como banda en 1977. Un año después vería la luz el conocido como The Pallas EP, trabajo que contenía cuatro temas (‘Reds Under The Beds‘, ‘Thought Police‘, ‘C.U.U.K.‘ y ‘Wilmot (Dovehouse)‘) y del que únicamente se publicó una tirada limitada de mil copias. El conjunto estaba formado en aquellos momentos por Craig Anderson (voz), Derek Forman (batería), Dave Holt (guitarra), Graeme Murray (bajo y voz) y Mike Stobbie (teclados), aunque a lo largo del año sufriría algunas deserciones que traerían como resultado la entrada de dos de las piezas clave en la historia de Pallas: Niall Mathewson y Euan Lowson toman el testigo de Holt y Anderson. Un año después, y tras la salida del teclista Mike Stobbie, Ronnie Brown pasa a formar parte de la casa Pallas.
En 2010, bajo el sello Mascot Records, y con un Paul Mackie que se estrena cual sustitución de Alan Reed —vocal que tomó el relevo de Lowson a mediados de la década ochentas—, Pallas ofrece una vuelta de tuerca inesperada a su sonido, aunque con ella quiera representar en lo conceptual una segunda parte de su LP clásico The Sentinel (1984). Lo cierto es que su primer movimiento sobre el tablero no ha obtenido los resultados positivos que toda novedad espera por parte de sus creadores. ‘Monster‘, el sencillo avanzadilla, se ha golpeado la testa contra una barrera de incomprensión más que lógica. Han escogido la creación del álbum que menos representa el espíritu de un conjunto que maravilló con su forma de entender lo sinfónico. Resultado: lluvia de quejas desde la parroquia de seguidores que anhela cada nueva grabación del combo como maná.
Ahora bien, el grueso de la obra, aunque desconcertante, supera al single y demuestra visión. Como Marillion en su día, Pallas cambian de chaqueta pero desde una perspectiva más lógica. No olvidemos que en The Wedge, su segundo larga duración, ya existían devaneos con el pop digestivo o el art rock —ese ‘Throwing Stones At The Wind‘ que estaba a la altura de los Saga más cercanos y listos para devorar las emisoras radiofónicas abiertas a nuevas experiencias—. XXV trae una liberación de encorsetamientos todavía en un estadio más evolucionado. Esto no quiere decir que se apunten a las nuevas formas de entender el progresivo, pero sí que los medios tiempos se puedan abrazar a atmósferas asfixiantes, caminando luego por pasajes totalmente complicados para a la postre recurrir a esos puentes reconocibles por los crecidos con la vieja guardia. ‘The Alien Messiah‘, por ejemplo, es uno de sus mayores aciertos, uno de sus sueños conseguidos; otro podría ser ‘Violet Sky‘ que, sin llegar a su clásico ‘Paris Is Burning‘, extrae un buen resultado de las cuidadas entonaciones de Mackie.
No alcanza al vinilo del que quiere ser segunda parte, pero XXV ostenta el galardón de uno de los trabajos más originales que un proyecto de neo-prog editase en el ya finiquitado 2010. Además, y para tranquilidad de todos aquellos que preferían la voz de Alan Reed a la de Lowson —lo siento, yo soy de los de Euan—, Paul Mackie no pretende implantar personalidades rompiendo la baraja y tirando por registros alejados a los de su antecesor ante el micrófono. Pallas sigue adelante.
Sergio Guillén