Tras el jueves, la segunda jornada oficial del festival, que no oficiosa, arrancó con una jornada profesional más que interesante. Entre todas las conferencias, charlas y seminarios que se ofrecieron dentro de las diferentes salas del hotel Zero, dos destacaron por lo ferviente de su actualidad. La primera, Cómo hacer negocios en España más allá de los festivales, nos dejó la visión de lo complicado que es promover la música en nuestro país gracias a la experiencia y visiones realistas de personalidades de la industria, dentro de proyectos y marcas tan interesantes como Deezer, Producciones Animadas o Red Bull. El otro gran pilar de la jornada profesional fue la presentación de EAR: Una nueva iniciativa para clubs y salas de conciertos, concepto que prevé crear una red europea de salas y de clubs y que cuenta, entre su organización, con la participación de Alberto Guijarro, director de la Sala Apolo y miembro de la organización del Primavera Sound.
Una vez finalizada la parte más técnica de esta última edición del festival, el ocio musical pasó a convertirse en único dueño y señor de lo que quedaba de semana. Pony Bravo fue nuestra elección para dar el pistoletazo de salida a la maratón de conciertos del viernes. Los de Sevilla, cada vez más sueltos y cercanos sobre un escenario, centraron gran porcentaje de su actuación en la promoción de su último álbum; una actuación tan divertida como bien construida y que sigue encumbrando a una de las formaciones con más talento dentro de la escena independiente nacional. Tras ellos, prisas y colas ante la puerta del Auditorio Rockdelux para comprobar como un Daniel Johnston cada vez más afectado físicamente concentraba a más curiosos que seguidores. A nivel musical, el concierto fue difícil de digerir, con un público más pendiente de la excentricidad y leyenda del artista que de la calidad musical ofrecida. Emotivo a ratos pero difícil de digerir en la mayoría de ellos, el directo de uno de los iconos del indie actual se convirtió en un sufrimiento continuo ante ese duelo de angustia y disfrute que padece el artista sobre un escenario.
Por su parte, Nick Waterhouse reivindicaba la new wave que está viviendo el rhythm & blues caucásico mientras que Solange no reivindicaba nada, simplemente revolucionaba la jornada del viernes con su actuación sobre el escenario Pitchfork. Con el permiso de Blur y la aceptación de The Jesus and Mary Chain, la artista que lucha contra la extensísima sombra de su hermana se tomó la actuación como una auténtica rock’n’roll star divirtiendo a la crítica más comercial, la prensa menos especializada y a todo aquel que apostó por su directo. ¿Valió la pena? Todo en su justa medida: ni el lobo es tan feroz como no lo quieren pintar ni es tan dócil como deseamos creer. El tiempo y un buen asesoramiento de imagen y música pueden nivelar la balanza a su favor. Pero esa ya seré otra historia.
The Breeders celebraron el 20 aniversario de su Last Splash sobre el escenario Primavera . Suyo fue el Poder y la Gloria, pese al viento y al frío; unos elementos contra los que también tuvieron que combatir unos artistas de esos que llevan la etiqueta de Cabeza de cartel, los citados anteriormente The Jesus and Mary Chain. Los escoceses vinieron con los deberes hechos en casa: todo su repertorio de hits y un guión de sobras preparado. Aun así, a estos sí que les pudo el frío o, mejor dicho, la frigidez de quien ha perdido la pasión o la dibuja en las cortezas de los árboles con la misma pluma con la que se extienden los cheques que recibe. Una pena… aunque una pena disfrutada, al fin y al cabo.
Recogimos velas con el directo de Blur, una banda que pese a los ritmos pop de sus melodías siempre antepone una actitud propia de otros géneros más agresivos. Buena forma física (y vocal) la que mostró Damon Albarn, tan divertido y elegante como siempre. Barcelona sonó esa noche a “Parklife“, a “Song2” y a “Coffe and TV“. Existieron mucho más sonidos esa misma noche, pero estos ya fueron recogidos por el mar.