Jeffrey Hyman, Tommy Erdelyi, John Cummings y Douglas Colvin no eran más que unos chavales amantes del pop-rock inglés cuando se conocieron. A todos les había dejado huella la British Invasion y eso caló fuertemente en sus gustos musicales. En su adolescencia, el mismo Jeffrey se sentía realmente unido al sonido de bandas como The Beatles o The Who. Poco tardaron sus cuatro cabezas en ponerse a maquinar un plan que les llevara a emular a sus ídolos, así que decidieron dar vida a su propio conjunto.
A la hora de elegir el nombre no lo dudaron mucho, serían los Ramones, en homenaje al apellido que se puso el mismo Paul McCartney durante una de las etapas de The Beatles, y con el que firmarían algunas colaboraciones paralelas para otros artistas (Paul Ramón). También tenían que buscar unos nombres que les dieran un aire de rock and roll stars, que tuvieran pegada, así terminarían viendo la luz Joey, Dee Dee, Johnny y Tommy (el único que se mantuvo). Para terminar dándole al asunto el toque de gracia, rematan sus nombres con el apellido Ramone.
En aquellos primeros días Tommy era en miembro que actuaba como mánager y consiguió los primeros conciertos para la agrupación. Eran años en los que se centraban en las versiones, como el ‘Sheila‘ de Tommy Roe, aunque también habían compuesto ya sus primeras tonadas (‘I Don´t Wanna Be Loved‘). Es curioso ya que, aunque posteriormente desarrollarían algo más sus títulos, al principio todas las canciones que creaban solían iniciarse con ‘I wanna…‘ o ‘I don´t wanna…‘. Pues bien, para empezar a entender la fama de estos músicos tenemos que poner nuestra mirada sobre dos locales como son el Max’s Kansas City y CBGBs. Allí, en pleno estallido de la nueva ola que venía a remolque de gente como Iggy & The Stooges o MC5, muchas agrupaciones se empezaban a labrar su porvenir ante un público que ya no se sorprendía con los golpes de efecto clásicos.
Aunque si esto ya les empezaba a dar unas tablas importantes, no sería nada con la oportunidad que se les ofrece en junio de 1975. Ese mes se les cita para que abran un show del mismísimo Johnny Winter en el Palace Theatre de Waterbury. Aquí empiezan a ser observados por algunos oteadores discográficos, al mismo tiempo que terminarán entrando en contacto con su futuro manager, el avispado Danny Fields. El siguiente paso fue grabar las primeras maquetas, hecho al que llegaron llevados de la mano por Craig Leon y Marty Thau; figuras con las que se entendieron a la perfección y en las que pensaron a la hora de grabar su primer álbum de estudio un año después (de hecho, Craig Leon aparecerá como productor de aquel Ramones).
Y bien, por fin aterrizamos en su disco homónimo, una obra que compila todas las ideas que realmente hacían de los Ramones una banda fuera de lo común; sobre todo debido a que la temática de sus canciones era de lo más variopinta: jóvenes que se marchan a San Francisco a unirse a la S.L.A (‘Judy Is A Punk‘), masacres con sierras eléctricas (‘Chain Saw‘), parlamentos nihilistas de adictos al pegamento (‘Now I Wanna Sniff Some Glue‘) y algunos alardes de romanticismo callejero (‘I Wanna Be Your Boyfriend‘ y ‘Listen To My Heart‘). Si a esto le añadimos condimentos como el de guitarras directas, sencillas y realmente marchosas, estribillos fáciles de recordar por su simpleza y composiciones que no exceden los tres minutos de duración, tenemos una música nueva y que muchos no se atrevían a catalogar… Había nacido el punk.
Y aunque en un principio los precursores antes nombrados, Iggy Pop y MC5, ya habían mostrado las primeras marcas de esa evolución agresiva del viejo rock and roll de los 50, fueron los Ramones los que llevaron el movimiento hasta sus últimas consecuencias. Luego vendría el éxito de The Dictators, Sex Pistols, The Clash y demás abanderados que mantendrían la llama encendida (y hasta algunos recogerían más gloria que los mismos Ramones, como es el caso de Sex Pistols).
En definitiva, se acercaba el final de la década de los 70 y muchos oyentes estaban empezando a cansarse de los manierismos y pomposidades de las canciones progresivas, de las tonadas de más de cinco minutos y de unos desarrollos que a veces perdían la esencia de lo que aquellos primeros rockeros como Eddie Cochran habían querido imponer en su día. Pero con los Ramones llegaba la nueva oportunidad.
Sergio Guillén
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