Era una de esas noches cerradas en Madrid, de esas en las que la Luna fleta un vuelo para sus colegas las estrellas y abandonan el cielo hacia un lugar más tranquilo, al menos, por unas horas. Allí arriba le llaman; “las vacaciones de los astros”. No pintaba nada bien la noche por las calles mojadas de un Madrid lleno de obras, agujeros, arena y vallas pero allí, al final del camino que seguíamos como almas sin destino, apareció majestuoso el Buho Real.
Los aventureros que nos atrevimos a salir esa noche del miércoles 7 de Octubre teníamos una corazonada, de las de verdad, de las que no tienen que competir contra nadie. Estábamos ansiosos de escuchar buena música y sabíamos que el Buho era el lugar idóneo para hacerle un regalo a nuestros oídos. Ese lugar en el que escuchar música en directo, cada noche, no es una utopía sino una realidad, una apuesta por aquellos que, como el Buho que le da nombre, viven de noche para poder llegar a la meta de sus sueños.
Franqueamos sus puertas para escapar del frío y de la lluvia que nos acompañaba y nos adentramos en el calor de la sala, uniéndonos a las personas que esperaban tranquilas y en buena compañía que ese cálido y acogedor escenario fuese ocupado, con el permiso de los presentes, por Raúl Rojas, cantante de Santa Coloma de Gramenet (Barcelona) que estaba dispuesto a emocionar no sólo los oídos y la mente de los presentes sino que, también, hacer disfrutar nuestra alma.
Tocó el reloj de alguna Iglesia perdida que no estaba invitada y la sencillez se hizo persona. Rojas, vestido de negro y ocultando la posible timidez bajo una gorra, se lanzó a por todas comenzando, como suele ser habitual, con un popurrí de algunas de sus canciones. Los acordes sonaron a la perfección, amoldando cada nota al sonido de una voz rasgada que, más que letras, cantaban sentimientos, historias sencillas que calaban el alma.
Poco a poco la noche se hizo más cálida tras esas cuatro paredes y Rojas nos deleitó con sus canciones. Una mezcla de pop y rock en versión acústica que no dejaba indiferente a nadie. Está demostrado que la maestría y las tablas de un artista se demuestran sobre el escenario y, sin ánimo de desmerecer el sonido perfecto en sus discos, lo cierto es que a guitarra y voz Rojas puede ser mucho más grande.
“Antes de que el corazón se pierda“, “lloró debajo del agua“, y le contó al “aire, que ya iré” en sólo “4 segundos“, “la historia del hombre mudo“. Tuvo tiempo de hablarnos de “Heidi” y de “la habitación“, nos habló de los que son poquita cosa, y ya saben; “a mí no me tosan“. Y, por “si no sientes nada“, nos habló de “los escaparates de la luna“, esa Luna maldita que esa noche no formaba parte de su auditorio. Como diría Rojas; se había disfrazado, con uno de sus múltiples disfraces.
Los aplausos cambiaron de tonalidad para convertirse en palmas (acompasadas a ratos) que hicieron de acompañamiento en varias canciones. Hubo quien, animado por los sonidos flamenquitos de la guitarra se lanzó a mover los pies en un ritmo desapercibido, las parejas disfrutaban abrazadas en cada momento y el público respondió, aunque a destiempo, con un sonoro; Otra, otra!!!, cuando Rojas descendió del escenario. Y, a partir de ahí, vuelta a empezar… Fue una hora y media de corazones abiertos, de sonidos plagados de dulzura y valentía, de letras cantadas y contadas en el lenguaje de los maestros, historias de a pie, de esas que te hacen pensar por un momento.
La noche llegó a su fin y el maestro, aquel que se hace grande al subirse al escenario, se convirtió en algo pequeño. Un igual que, sin ánimo de nada, se paseó por el Buho saludando y recibiendo los piropos y aplausos de su público, ese que salía de la Sala con la sonrisa pintada en la boca.
Por unas horas los problemas desaparecieron y la música volvió a ser el revulsivo de los cuerpos. Madrid ya tenía la banda sonora de esa noche, una música que sonaba a talento, a sencillez, a calidad, a humildad, a sentimientos.
Tras una breve conversación con Rojas, la que escribe, se despidió del Buho que presidía la sala y salió a la calle para enfrentarse al viento. Y fue entonces cuando, al cruzar una esquina vio a la Luna, a lo lejos, sonriendo…
Texto y Fotos: Toñy Espada