Los que llevábamos en el festival desde la primera jornada llegamos al último día cansados por todo lo que llevábamos encima. Pero no hay nada como una buena ración de tralla para reponer energías y alcanzar la “resurrección” que da nombre al festi.
Llegué al recinto justo cuando terminaba la actuación de los mexicanos Here Comes the Kraken, todavía no eran las 5 de la tarde y ya había tenido tiempo de perderme el concierto de G.A.S. Drummers. Un cartel con semejante volumen de grupos a veces impone unos horarios difíciles de seguir. Pero ya con más calma pude ver a The Eyes, que dieron un concierto tristemente especial, ya que anunciaron que iba a ser el último de su carrera. Y se despidieron sin más celebraciones, repartiendo el metalcore al que nos han acostumbrado en los últimos años.
Al terminar nos topamos con un acústico de Tim Vantol en el pequeño escenario Arnette. Este estaba destinado conciertos de pequeñas bandas, aunque se colaron algunas sorpresas, como la actuación el concierto acústico de Anti Flag o el showcase que dio Gorka Urbizu de Berri Txarrak. En cualquier caso todo daba una impresión de cierta improvisación, sobre todo por un sonido un tanto precario que además quedaba sepultado por el estruendo de los escenarios grandes, así que esto quedó como algo anecdótico, como una buena idea que habrá que pulir en próximas ediciones.
Angelus Apatrida son el grupo español de metal del momento, por su discografía, por tener contrato con una compañía potente y por sus posibilidades de proyección internacional. Y si su directo sirve para medir la validez del status del que gozan hay que decir que están donde están por méritos propios: suenan sólidos y potentes, y mejoran los méritos de sus discos. Tan solo se les puede achacar el excesivo mimetismo con sus maestros: el comentario de “suenan igual que Megadeth” que tanto escuché a mi alrededor durante el concierto puede ser tanto un elogio como una crítica.
The Black Dahlia Murder dieron el concierto más bruto del festival, con permiso de lo que habían hecho el jueves Nasum. Una hora completa de deathcore a dolor, blast beats, voces guturales y riffs asesinos a volumen brutal, con un derroche físico por parte de sus componentes digno de diploma olímpico. Claro que en la tarde del tercer día de festival entre el público muchos andaban ya resacosos y huyeron del estruendo para tirarse por la campa, que con la banda sonora de TBDM de fondo terminó pareciendo un campo de batalla sembrado de cadáveres.
Nunca consideré que Good Ridance estuvieran entre las más destacadas de las bandas de hardcore melódico californiano de los noventa, así que me pilló de sorpresa que su concierto resultara tan enérgico y divertido. Lo cierto es que la mayor parte de los grupos punk que actuaron en el Resu hicieron un gran papel y dejaron bien alto el pabellón. Por otro lado, este fue el primer concierto del festival en el que se recordó a Tony Sly de No Use For A Name, banda muy cercana a GR, fallecido apenas unos días antes.
A lo largo de la tarde hubo un par de amagos de tormenta pero el cielo decidió respetar y la cosa no fue a más. El clima agradable es una de las bazas del resu frente a otros grandes eventos de caña que se celebran en zonas más meridionales: lo de vivir tres días de agosto sin cocerse de calor por el día ni vivir las noches al borde de la hipotermia, en un sitio donde incluso la acampada gratuita está en un parque totalmente cubierto de árboles y al borde de la playa… son cosas que no se pagan con dinero.
Berri Txarrak tenían 50 minutos, y no pudieron aprovecharlos mejor. Salieron a fuego, encarrilando tema tras tema sin apenas pausas; se nota el pulmón extra que ha supuesto la entrada a la batería de ese animal que es Galder Izaguirre. Ahora suenan más versátiles y contundentes que nunca. Me sorprendió ver cómo la mayoría de la gente a mi alrededor coreaba los estribillos pese a que los berri cantan en lengua bárbara y que no pertenecen estrictamente a la escena hardcore ni al circuito del metal extremo, que teóricamente son las dos columnas vertebrales del festival. Si Berri Txarrak gozan del favor del público es por algo. Y es que no debe haber miedo a decir que los navarros dieron uno de los mejores directos del festival.
Anti Flag tomaron el testigo y dieron otro enorme concierto de punk desgañitado. Puestos a buscar pegas se les podría acusar de haber tirado de algunos recursos un tanto populistas (recordatorio a Tony Sly, arengas políticas —aunque también es llamativo que en un festival como este fueran tan pocos los artistas que hicieron mención a la situación actual-, versión de The Clash —y no podía haber otra más obvia que “Should I Stay or Should I Go“-…). En cualquier caso nada de esto debería empañar lo que fue un concierto de punk modélico, rabioso y revolucionario.
Y cuando todo el mundo estaba en pleno éxtasis llegaron los Dead Kennedys y chafaron la fiesta. Vale que Jello Biafra es insustituible (y también que su sustituto no está a la altura del genio), pero es que tampoco el resto de la banda parecía preocuparse por dar una imagen digna de la historia del grupo. En fin, no merece la pena entrar en más detalles sobre el que fue uno de los conciertos más bochornosos de todo el festival.
Aunque los seguidores de At the Gates no lleven una parafernalia tan visible como la que puedan exhibir los fans de Suicidal Tendencies, los suecos son uno de los grupos que han ejercido una influencia más notable sobre el sector más metálico de las bandas que han actuado en el Resurrection. Y como ya hicieran Suicidal la noche anterior, At the Gates pusieron las cosas en su sitio y demostraron por qué “Slaughter of the Soul” es uno de los discos de cabecera de toda una generación. Dieron un conciertazo de pura tiza, como si tuvieran veinte años menos, y pusieron a sus pies a todo el público.
Y a continuación Hatebreed. Reconozco que no tengo demasiado cariño por el estilo de este grupo, cuya música parece creada exclusivamente para que tíos muy machos repartan buenas hostias, cuando yo seguía enternecido con las historias que cantaron el viernes Against Me! Pero también tengo que reconocer que me resulta difícil pensar en una banda más apropiada que Hatebreed para terminar un Resurrection. Sonaron letales, bien broncos, y pusieron la ambientación perfecta para que todo el público pudiera consumir en el pit final las últimas energías que quedaban después de este maratón de tres días de conciertos.
Y llegado el momento de hacer balance, uno vuelve a casa con la sensación de haber visto un buen puñado de grandes conciertos. Hay que felicitar a la organización por haber conseguido un cartel como este con los medios que contaban. Si nada falla, en agosto del año que viene volveremos a vernos en Viveiro.
Enlaces:
Resurrection 2012: jueves 2
Resurrection 2012: viernes 3
Texto: Carlos Caneda
Fotos: archivo