Bien entrado en el setlist, Ricardo Vicente cantaba hace unos días en Madrid aquello de “…el que esté más triste gana…”, una frase de “El Palacio de los Gansos” que se fija en el cerebro a la primera y ya nunca sale de ahí. Una frase que habla de un hipotético concurso que el artista más bien conocido como Richi habría perdido de haberse celebrado el 19 de febrero en la presentación madrileña de su segundo trabajo, Hotel Florida.
Con “Muriendo de frío” arrancó Richi la apertura no del Florida, sino de su particular hotel y refugio. El maño se disponía a abrirse de par en par ante un honorable que llenó el local y que también habría perdido esa competición desde el principio, cuando disfrutó casi sin pestañear del encadenamiento de “Nôtre Dame” y “Reactor nº4“, un rápido primer vistazo a sus aventuras con Francisco Nixon.
Curtido en los escenarios pero siempre en grupo, Richi lleva dos años entrenándose como centro de los focos, puliendo un directo que ya se bastaba en formato dúo, ya fuera con las baquetas de Enrique Moreno o las fieles cuerdas de Nahúm García. Este año el proyecto da un paso más y este hotel itinerante cuenta con cuatro huéspedes fijos (contando al bajista Guillermo García) que esa noche se autodenominaron “Richi y las Maracas de Fuego”. Resultaba este un nombre adecuado dado el acelerado ritmo con el que recibieron al personal, y fue el propio anfitrión quien acabó presionando el botón de pausa con “Langostas en el Nilo“, una de las joyas de ¿Qué haces tan lejos de casa? (2013).
Solucionados los problemas de sonido iniciales que impedían escuchar bien a Richi y entrados todos en calor, pronto el cantante dio rienda suelta a su cadera al ritmo de “El Milagro de Milán“, una de sus composiciones más pegadizas y coreadas. Y es que en ese proceso de pulido, ha desarrollado un personalísimo estilo de baile o colección de actos reflejos que sus cuentos necesitan para ser narrados. “Aviso que voy”, decía el maño, mientras le echaba miradas de complicidad a Nahúm. Iba a por todas, y la rotura de una cuerda del bajo (que en 15 años no lo había visto ni él ni muchos de los presentes) no le iba a frenar. “Seguimos, con dos cojones”, sentenció. Y ensimismado y dejándose llevar ante el karaoke provocado por “A Joni Mitchell con todo mi amor“, siguió.
Sin perder nunca la sonrisa, aparentemente Richi empezó a pasearse por las distintas habitaciones de su hotel sin seguir el orden previamente establecido. En cualquier caso, el encadenamiento de tres incursiones muy diferentes entre sí en terreno floridense dio cuenta de la versatilidad de Vicente y de su habilidad para invitar al honorable a memorizar sus historias tristes. Le acompañaron las palmas a la irresistible acústica de “Como que sale el sol“, sacó su lado más eléctrico con “Roméo Dallaire” y el más melancólico con su ojito derecho, “Trampa 22“. A esta última se enfrentó él solo, si bien acabó apareciendo el resto de la banda… y un integrante más.
“Quien tiene un amigo, tiene un tesoro”. ¿Que se rompe la cuerda de un bajo? El bueno de Luis (Rodríguez, de León Benavente) deja el pollo Kung Pao que se estaba preparando en su casa para venir y solucionarlo. Eso dice mucho de Richi, y huelga decir que a su favor. Y a su favor estuvo el destino, que quiso que la voz femenina con la que arranca su último trabajo estuviera en Madrid esa noche. De este modo el honorable pudo presenciar una escena tan tierna como pimpinelesca con la inesperada huésped, Zahara, para la delicada “Belleza y Miedo“. Richi soltó la guitarra para unirse a la ubetense en un discreto baile e intercambio de sonrisas y miradas cargadas de amor (fraternal, claro) o quizás fuera admiración. O las dos cosas.
Después de transportar a los presentes a su institución cultural favorita, el nixoniano “Museo Británico“, Richi se dejó del paripé habitual y anunció con todo naturalidad: “Me voy a pensar en mis cosas y ahora vuelvo”. Seguramente necesitase recargar las pilas emocionales para enfrentarse a un “Todos tu caballos de carreras” (su mejor aportación a El Problema de los Tres Cuerpos) que apenas le dejaron cantar, llevarnos a ver su particular “Estatua del Jardín de Botánico” de Radio Futura y finalmente cerrar el círculo con “Belleza y Tiempo“.
El risueño director daba así fin a hora y media de letras sinceras y cuidados y ya característicos rasgueos de guitarra que resonaron por los pasillos de su hotel de corresponsales, en el que cada uno escribió su propia crónica, como esta. Una estancia de categoría que no daba a lugar a pedir el libro de reclamaciones, salvo para hacer una pequeña petición: que Ricardo Vicente no deje nunca de escribir.
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