Nuevo año y nueva edición del festival de Roskilde, uno de los más importantes del mundo que, con la música como centro, es toda una fiesta continua de baile, diversión, gastronomía, concienciación social, activismo, arte y cultura. La variedad estilística es abrumadora, así como la calidad de la propuesta en todas las vertientes, ya sea en calidad de sonido, trato al público, reacción ante imprevistos, etc… comencemos con lo que dio de sí la edición de 2018.
Miércoles 4
El primer día con el recinto completo abierto decidimos comenzar con el power dúo Slaves, su batería toca en primera fila de pie y tanto él como el guitarrista parecen tan locos como las portadas de sus discos, energía a tope para inaugurar los festejos. Nada más finalizar los ingleses cogían el testigo los americanos Clutch, con su inconfundible groove no exento de potencia, como se demuestra en su bailable tema Electric Worry o el destrozacuellos Spacegrass.
Cambio de tercio con St Vincent, que ya nos había impresionado en la edición de 2015, y que volvía al escenario Arena respaldada por el gran éxito de su último plástico MASSEDUCTION, con canciones que ya suenan a clásicos como New York y algunas incursiones al pasado como Cruel. Tema éste festivo y a la vez inquietante, dualidad siempre presente en la de Oklahoma, que salpica toda su actuación de teatralidad y surrealismo.
Primera visita a la cultura de un continente muy apreciado en Roskilde: Debo Band viven en Boston pero muchos de sus integrantes provienen de Etiopía, y aunque han tomado cosas de su país de adopción, África gana en la mezcla, resultando pop etíope con disonancias y patrones pregunta-respuesta. El nuevo juego de luces del escenario Pavilion se reveló impresionante con los suecos Dark Tranquillity, que también disfrutaron de algo habitual por estos lares: un sonido perfecto. Porque, amigos que asistís a otros festivales, sonar bien o sonar potente no tiene nada que ver con subir el volumen al 11.
Primera visita de Eminem a Dinamarca y un llenazo en la gran explanada del escenario Orange que no veíamos desde la visita de Paul McCartney en 2015. La organización hasta dispuso pantallas adicionales en los laterales y Marshall Mathers soltó todos los hits que le han aupado a lo más alto del hip-hop: Lose Yourself, Stan, My Name Is… En algunos temas se aprecian más los acercamiento al pop mainstream (Love the Way you Lie), mientras en otros el norteamericano suelta complejas rimas de manera infatigable (Rap God), en todos los casos el empaque con la banda es absoluto y justifica la enorme expectación creada.
Pasamos al pop de Charlotte Gainsbourg, que nos subió a una nave espacial con una escenografía de rectángulos de luz que cambiaban al ritmo de la música y unas canciones oníricas con pinceladas electrónicas. Con momentos como Deadly Valentine, la hijísima de Serge y Jane Birkin dio uno de los mejores shows del día.
No muy lejos, los sudafricanos BCUC la estaban liando parda: un bajista, un cantante y cinco percusionistas marcando un ritmo que no paró de hacer bailar a un público en trance. Para terminar la jornada con el puño en alto acudimos a la llamada de Trent Reznor. Nunca se sabe si será la última gira de Nine Inch Nails, así que conviene no olvidarse de Copy of A, The Hand That Feeds o el mítico final con Hurt, que se convierte en la guinda perfecta de la primera etapa.
Jueves 5
Black Star son el dúo de raperos formado por Mos Def y Talib Kweli, hicieron un disco hace 20 años y ahora giran juntos alternando canciones de ese plástico con sus composiciones en solitario, hip-hop old-school con toques reggae y souleros. Si lo que quieren Tune-Yards es desconcertar al público lo consiguen con un mejunje que nunca termina de cuajar, demasiado moderno hasta para los modernos.
Las hermanas Söderberg o, lo que es lo mismo, First Aid Kit han sido de las mejores noticias de 2018 con su disco Ruins, folk en apariencia sencillo pero con poso y cuidadas armonías. Por calidad y popularidad pertenecen al escenario Orange, aunque fue evidente que su espectáculo se hubiera adaptado mejor a otro más modesto. Una nueva banda de esas que parecen un experimento sociológico son Superorganism, un octeto liderado por una japonesa que podría ser una de las niñas que va de la mano de sus padres por el festival, las canciones son lo de menos con sus chubasqueros de colores, gafas 3D, problemas de afinación y coreografías. Por lo menos pudimos disfrutar del nuevo escenario Gloria y su experiencia 270.
Hasta hace 6 años era profesora, entonces grabó un disco y todo cambió para Dona Onete, una brasileña de 79 años -de madre indígena y padre africano- que se ha proclamado reina del Carimbó, la música del amazonas. Gran fiesta en un concierto donde la inmensa felicidad de la artista rivalizaba con la del público. El momento mainstream del día llegó de la mano de Bruno Mars, que presenta el funk y el blaxploitation para los que no saben quiénes fueron Prince o Michael Jackson, aunque desde una óptica muy masticable, con amable sección de viento, bajista que siempre clona el estribillo y riffs coreables de guitarra. Desde luego es un experto en los escenarios grandes, la banda no para de moverse para formar fotogénicas agrupaciones mientras ejecutan coreografías resultonas y todo acaba con más fuegos artificiales que en unas fiestas de pueblo.
De la luz del funk a la oscuridad de Heilung, música vikinga con cuernos y pieles, himnos para la batalla de una banda con una fiel legión de seguidores y, quién lo diría, un amplio puesto de merchandising. Andamos 200 metros y la procedencia de la música se ha modificado 5500 kilómetros al sur, escuchamos la música tradicional de Cabo Verde de la mano del acordeón de Bitori, y es que a última hora del día siempre hay baile tradicional en Roskilde. Antes de volver al camping recibimos una sesión de shoegaze denso y sin descanso de la mano de My Bloody Valentine, con un repertorio basado principalmente en su disco Loveless, clásico del género.
Viernes 6
Tras una vuelta por las posibilidades gastronómicas del festival (desde comida tradicional sueca hasta ramen, pasando por hamburguesas con topping de larvas, zumos con grillos, una carpa en pleno camping para hacer tu propio masterchef o los más que legendarios spaghetti que tantas vidas han salvado) empezamos a bajar lo ingerido dando saltos con Descendents, viejas glorias del punk que demuestran estar más en forma que muchas formaciones actuales, exudando energía desde el primer minuto.
Viajamos al centro de Mongolia escuchando a Anda Union, sonidos guturales, muchísima cuerda y trajes tradicionales, volvemos a atravesar el océano pacífico para escuchar el indie-folk de Fleet Foxes, con sus cadencias amables y sus armonías vocales. Stefflon Don ha seguido el camino de Nicki Minaj a la hora de crearse un personaje mainstream y, como pudimos atestiguar, ya tiene un buen número de seguidores.
Peregrinamos al escenario principal para que Nick Cave oficie la liturgia, hay que verle en directo para notar la fuerza expresiva de la que hace gala en sus temas, siempre con in crescendos infinitos que finalizan con salvajes demandas al cielo. Por destacar algunos temas históricos nos quedamos con Do You Love Me?, From Her to Eternity o Loverman. Tablas infinitas del australiano que caminó entre el público como un mesías.
Descansamos un rato con David Byrne, que en esta gira prácticamente ha creado un musical: escenografía, vestuario, bailes y ambientación de 10 para el ex Talking Head. Massive Attack no tuvieron ningún problema en tocar en el escenario Orange de Roskilde, y aprovecharon la breve noche danesa para que las luces ambientaran Angel, Inertia Creeps o el final con Unfinished Sympathy.
Sábado 7
Comienza el último día con una de esas geniales locuras que hacen que el viaje a Dinamarca merezca siempre la pena: Operap, raperos y cantantes de ópera juntos, versiones histriónicas de clásicos como Va Pensiero de Nabucco o el aria de Papageno de la flauta mágica con hip-hoperos y clásicos alternándose al micro.
La sorpresa agradable de este año fueron los ingleses Yonaka, una coctelera de rock del siglo XXI donde la frontwoman Theresa Jarvis podría ser Lady Gaga rockeando. Ritmos inapelables, estribillos coreables y hechuras de rock de estadio. Prueben a escuchar F.W.T.B., o, lo que es lo mismo, Fucking with the boss, e imaginen su fuerza en directo. Dicen que Kali Uchis va a ser la próxima estrella mainstream, aunque la cierto es que nos dejó muy fríos y preferimos dar una vuelta hasta el inicio de Danny Brown, un rapero atípico, que hace tirarse de los pelos -tanto por su música como por su estética- a muchos puristas del género. Con su indumentaria indistinguible de un pijama rimó sobre todas sus adicciones tan abiertamente que parecía un grito de auxilio, como en la espídica Ain’t It Funny.
La actuación africana del día son KOKOKO! de Congo, contienen sin duda los ritmos de su país, aunque su enfoque se base en querer ser la nueva música africana de este siglo. Dua Lipa es la nueva gran diva en versión modesta, no compra los excesos estéticos de muchos artistas de su generación y se reivindica con sus canciones, como IDGAF o New Rules. En Roskilde triunfó a lo grande con su carisma en bruto, sin que tenga que estar enterrado en producciones excesivas o estéticas extraterrestres.
Scour es la nueva banda de Phil Anselmo, y lo mejor de su actuación fueron las dos versiones de Pantera con las que finalizaron: Slaughtered y Strength Beyond Strength. Los hardcoretas Madball revivieron a un público -ya muy cansado- con la energía de su nuevo disco y sus clásicos de los 90. La actuación final del escenario Orange fue para el asiduo Damon Albarn, en esta ocasión con Gorillaz, un proyecto sin medias tintas, amado y odiado por igual. En mi opinión son soporíferos, y sólo quedó la anécdota de la espectacular caída final al foso -sin consecuencias graves- de uno de sus invitados en la última canción. Las incursiones al escenario Pavilion nunca defraudan, y nos esperaba un excelente final con los ingleses Slydigs, unos rockeros que combinaban la elegancia de los mods con la chulería de unos Jet.
De nuevo más de 100.000 personas disfrutamos -casi- sin descanso de todas las atracciones de Roskilde, un festival muy cómodo donde comes bien, nunca hay colas excesivas ni agobios innecesarios, los voluntarios cuidan del público y los horarios se cumplen. Vi vender tilbage, tak Roskilde.