Resulta curioso ver cómo los conciertos se llenan de público disfrazado de los artistas que van a ver, formando una conexión que va más allá de lo puramente musical. Entre chaquetas de cuero y gorras, Mike Kerr y Ben Thatcher salían a matar en La Riviera madrileña con actitud de estrellas de rock. Una banda de dos integrantes, sin músicos de apoyo en directo, con solo un disco, sin guitarras, teloneros de Arctic Monkeys, apadrinados por Dave Grohl y aplaudidos por iconos como Jimmy Page: si lo de Royal Blood no estaba ya predestinado por las leyes de petarlo, se sumaba la cancelación de sus dos directos en España el pasado noviembre. El mito de los ingleses crece como la espuma, y los hemos pillado en el momento justo para poder presumir dentro de unos meses: “Yo vi a Royal Blood antes del baño de masas de Wembley en junio de 2015.” Lo mismo podrán hacer los que alucinaron con ellos en la última edición del Dcode.
Agresivos, chulos, con actitud de llevar tocando más años de los que tienen y con un espectáculo aparentemente sobrio que acaba explotando en efectista. Los de Matt Bellamy y su épica de arena han plantado bien esa semilla en las bandas emergentes, y mientras desgranaban su debut homónimo, los paneles luminosos volvían loco el sold out de la sala. “Me flipan los músicos que consiguen hacer chillar un bajo”, decía alguien a mi lado. Lo que hace Mike Kerr con su tapping desquiciado, sus distorsiones y escalas duplicadas es digno de disfrutar en directo. Sobre las tablas, Thatcher toca los platos prácticamente de pie, bebe mucha cerveza y hasta coge la muleta de un chico del público y finge dispararnos a todos con ella.
Suenan pesados, potentes y adictivos. La fórmula que manejan combina rock, blues, garage y rock con melodías vocales más blandas e incluso poperas. Aptos para oídos masivos y una gozada para los ojos como dúo que sabe cómo ejecutar un show que es un caramelo, aunque les falten tablas. A ratos Muse, a ratos Queens of the Stone Age, a ratos Tool, a ratos con toque Jack White; “Come On Over”, “Careless”, “Better Strangers” o “Figure It Out” se suceden entre jaleos y meneos de cabeza, “Ten Tonne Skeleton” es para mí la joya de la velada, una animalada que podría ser de los primeros Mastodon, y el mal rollo de “Out of the Black” cierra los escasos setenta minutos de actuación con un pequeño encore para echar los últimos vítores. Se olvidan de versiones para rellenar y se centran en ese estilo que tan bien pulido tienen, trallazo tras trallazo y sin necesidad de la balada de turno.
Los británicos siguen su carrera meteórica consagrándose con una propuesta enérgica y, dentro de muy poco, masiva; subiéndose a los bafles y sujetando ese bajo infernal por encima de sus cabezas. Barcelona y Madrid ya se han caído a su paso.