Perdido entre la dificultad que representa el aventurarse a entrar en un hotel de la magnitud y la modernidad del Puerta América (sus puertas se abren a los visitantes como si se tratara de una nave de Strak Trek, sólo que sus recepcionistas no tienen las orejas en punta y visten de negro, pero juraría que pulsan botones de colorines), que uno entra con cara entre minimalista y acobardado entre tal turbadora visión de innovación, la prestigiosa firma de alta cosmética Givenchy y el medio impreso Yo Dona, invitaban a los cerca de 150 excepcionales convocados en el acogedor ático del colorista hotel al concierto del trío pop-folk Russian Red. Se aprovechó la ocasión para presentar una nueva fragancia masculina de la firma (“Play“), cuya imagen es Justin Timberlake con cara de guapetón hombre de negocios en su publicidad. Si los organizadores del evento, además de a los medios, hubiesen invitado a sus 80 mejores amigos, más de uno se hubiera dedicado a charlar en buena compañía viendo las excelsas vistas de la M-30 y el Pirulí a lo lejos, vanagloriándose de haber visitado esas alturas a través de un ascensor que sube en picado como si fuera una lanzadera de un parque de atracciones. Pero avispados, dichos organizadores hicieron a bien en invitar a los amigos justos.
Russian Red es un grupo que ha estirado convenientemente su primer trabajo; éxito que muchos han considerado insólito, dado que existen grupos y solistas de similares características y menores resultados de éxito popular. Pero se lo han ganado a fuerza de sus trabajados directos y el valor que poseen sus deleitosas canciones.
Considerando que quizá el ambiente no era el más adecuado para un concierto de estas características, los invitados (sentados en algo así como setas enanas que simulaban ser asientos “supercómodosdelamuerte“), que miraban al escenario a la vez que degustaban las delicias en miniatura del genial catering, charlaban de lo más “cool” a la vez que Russian Red cumplía con su cometido. E hizo mucho más que lo que se podría estimar como correcto. Porque Lourdes Hernández, apretada en un volumen demasiado elevado para las dimensiones del recinto, llegaba a los tonos altos de su repertorio con mucha pericia; a saber, es un disco que tienen muy rodado y no se deberían apreciar torpezas en este sentido. Pero Russian Red no se limitó a exponer sus canciones intentando cumplir con el tiempo para meter prisa en lo que podía haber sido una “deliciosa velada” a modo de un Scott Fitzgerald metiendo con calzador sonrisas, sushi y amores infundados. Más bien, parecían querer constatar que lo suyo no ha sido un éxito de un solo trabajo; labor que se reconoce en el vigor de la solidez comercial de “I love your glasses“, a sabiendas que muchos esperan con impaciencia su segundo trabajo de estudio.
Y, así, el grupo tocó sus candorosas canciones con mucho acierto, queriendo hacer presente de lo mucho y bueno que han aprendido y del futuro prometedor que les espera por delante. Porque siempre que no encaminen sus canciones por los derroteros peligrosos de cargarlas con demasiado maquillaje neo-folk y se arrimen peligrosamente a los estribillos manidos, Lourdes Hernández podrá hacer frente a nuevos temas y, si es capaz de arriesgarse, dar fuerza a la potencia de su voz con mayor amplitud.
De esta manera, igual que se atreve con The Ronettes y su “Be my baby“, para saltar desde 1963 hasta los ochenta y llevar a su terreno de la sencillez a Cindy Lauper, puede dar rienda suelta a mucha más variedad de melodías sin caer en lo monótono. Quedamos a la espera de su próximo trabajo. Los seguidores ya los tienen en el bolsillo. Sólo hace falta mimarlos con canciones que brillen con el mismo o mayor esplendor que las que muchos conocen ya de memoria.
Texto: Ángel Del Olmo