Dicen que quien avisa no es traidor, pero también es cierto que uno ha escuchado tantas veces aquello de ‘que viene el lobo’ que al final, cuando este aparece de verdad, siempre te pilla a traición porque ya has dejado de creer en la amenaza. Éste fue el caso de la recogida de acreditaciones de prensa en la presente edición de uno de los festivales internacionales más importantes que tenemos en nuestro Estado. Acostumbrado a la mecánica de las ediciones anteriores, uno se presenta a recoger su pase de prensa con el tiempo justo y se encuentra con una cola que ni las de Port Aventura. Primer indicador para comprender que nos encontramos ante una de las ediciones más importantes del Primavera Sound. Dicen que son malos tiempos para la lírica, aunque viendo la afluencia de público y medios uno duda de que realmente sea así, y que tal vez los malos tiempos sean para la forma vetusta de entender el negocio de la lírica, y no para la misma como tal.
Pasando ya al terreno puramente musical, la oferta musical del Primavera se repartía en ocho escenarios principales diversificados a lo largo de todo el emplazamiento. Una de las características principales del PS es la superficie que lo aloja, siendo sin duda el mejor rendimiento que se le ha sacado a un lugar acondicionado especialmente para un Forum de las culturas que resultó tan efímero como discutido.
Abarcar todos y cada uno de los directos ofrecidos resulta una quimera frustrante, así que uno ha de procurarse una selección previa que evite desánimos y devaneos insustanciales. El primer objetivo seleccionado para la realización de nuestra crónica se centró en Triángulo de Amor Bizarro; ‘Bon appetit!’ que dirían los franceses. Así que lo degustamos con placer, aunque con la mente cavilando en que quizá un horario de madrugado hubiese sido mucho más recomendable para una formación que ha argumentado en su segundo álbum melodías mucho más bailables que distorsionantes. Casi sin tiempo para digerir el directo y el sudor, cambio de escenario hacia el Pitchfork donde Blank Dogs nos ofreció un concierto más que correcto, teletrasportándonos hasta unos años ochentas en los que la música podía resultar electrónicamente divertida y oscura a la vez.
Tiempo de P.I.L.: Cuando ví a John Lyndon sobre el escenario no pude evitar que mi mente viajase hacia el pasado. Mismo lugar, tiempos lejanos… Mucho más creíble con Public Image Limited que con la memoria de un Johnny Rotten y unos Sex Pistols despolitizados (sí es que alguna vez estuvieron con), el vocalista fue amo y señor del escenario Llevant, que regaló a los asistentes un “This is not a love song” mucho antes de su previsible programación final.
Y, de nuevo, a correr distancias imposibles hacia el escenario principal, donde Grinderman calentaba motores tras el escenario, ajenos a la presencia de otros directos que, como Oneohtrix Point Never, se ofrecían en otras ubicaciones. Entrada repleta de fiereza y decibelios, con un Nick Cave exhibiendo la seguridad de aquel que sabe como se hacen y deben hacerse las cosas. Explosión de speed musical en la que, presa de ese éxtasis, Mr. Cave lanzó al suelo sin miramientos a Warren Ellis cuando este ofrecía su espectáculo de Voodoo’s Maracas.
Fue entonces cuando llegó el momento para la historia musical moderna, y para el recuerdo del mítico CBGB’s. Con la leyenda transformada en años, Alana Vega y Martin Rev, se posicionaron sobre el escenario Ray-Ban (el mejor acústicamente y a nivel público, gracias a su naturaleza de anfiteatro) dedicando un espectáculo musical que oscilaba entre la contundencia auditiva y el padecimiento visual. Directo de contrastes el de Suicide performing first LP, en el que quedó patente la debilidad de las masas por las leyendas vivientes y el respeto de las nuevas generaciones por los pilares de la oferta musical actual.
Despedida y cierre de Musicopolis de la jornada del jueves con la esperada actuación de Flaming Lips, auténticos héroes del primer día. Nada sorprendentes dentro de su sempiterna juerga visual, los de Oklahoma se mostraron más contundentes de lo habitual en su escenografía multimedia, conteniendo a sus ‘extras’ en los laterales del escenario mientras fusionaban música con cañones de serpentina y pelotas de aire. A pesar de ello, Wayne Coyne ejerció de perfecto maestro de ceremonias, recreando(se) su imagen con la cámara que tenía situada de forma paralela a su micrófono.
Hubo más y hubo fin de fiesta, pero la necesidad de disfrutar e informar de un par de días más de festival nos impidió disfrutar de los directos de Suuns, Factory Floor, Baths, John Talabot y Girl Talk.
Fotos: Señora Candy Killer
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