Dicen que Valencia es la playa de Madrid, y durante esta pasada semana santa lo fue más que nunca, no sólamente para las habituales excursiones familiares de sombrilla, tortilla, cubito y pala, sino también para unos cuantos miles de festivaleros, llegados desde todos los puntos de la península, para disfrutar de cuatro días de música y baile desenfrenado. Antes de centrarnos en los aspectos musicales -y por si es lo único que te interesa- revelaremos que los must del postureo en el autoproclamado primer festival del verano fueron las diademas florales, los piercings narigudos y los hashtags iger extendidos hasta el infinito, ya sea para hacer público que #sansitoestábueno o para proclamar #enamoradodelachicadelosredbull
Pasemos a las guitarras y las corcheas, en un festival que apuesta por el indie nacional (decididamente también más baratos de contratar que los grandes nombres foráneos) el primer día nos topamos con el éxito sin paliativos de Sidonie, con un sonido inmejorable, limpio, con teclas majestuosas y unas guitarras que se distinguían perfectamente. Su frontman Marc Ros, a medio camino entre Serge Gainsbourg y Paul Weller, destila elegancia y canallesca a partes iguales, ya sea cantando ‘Un día de mierda’ sobre el público o presentando al resto de la banda. En una escena donde prima la repetición y la copia -por no mencionar la desafinación-, el carisma, la autenticidad y la frescura de los catalanes es un valor que sigue en alza.
Unas hora antes habíamos enfrentado el directo de Nacho Vegas con el de Nancys Rubias. El asturiano es un artista antifestival, con canciones íntimas que invitan al recogimiento y un estilo monocorde que pondera más la calidad de sus letras o los arreglos sutiles. Saldó la papeleta con canciones como ‘Actores poco memorables’, ‘Nuevos planes, idénticas estrategias’ o ‘Cómo hacer crac’, pero un escenario a las siete de la tarde nunca será para autores de su pelaje. Por otro lado, Mario Vaquerizo y sus acólitos le dieron al play y ejecutaron su repertorio enlatado, guitarras a lo Rob Zombie, estribillos Nikis y versiones cerveceras de Ramones o Undertones para alegría de los no pocos drogadictos televisivos presentes.
Un día más tarde los músicos de Nacho Vegas volvieron a asaltar el escenario principal en su encarnación como León Benavente, donde no tardaron en prender la mecha con los temas de su disco homónimo, aderezado con versiones como ‘Cuesta Abajo’ de su amiga Lorena Álvarez. El éxito les ha llegado gracias a ese single arrasador que es ‘Ser Brigada’, pero dada su calidad en letras, composiciones y ejecución, ver miles de personas coreando sus estribillos es todo un acto de justicia.
Esa jornada comenzó con la energía infinita y contagiosa de Sexy Zebras, sucesión de pildorazos de riffs afilados y reminiscencias británicas, ya sea por coros Kasabianeros, guitarras propias de Blur o trepidantes ritmos marca Muse. Ideales para empezar una jornada que tuvo otro “enfrentamiento” sonoro entre Maika Makowski y Dorian. Los de Barcelona celebraron su aniversario con una apuesta por sus canciones, en un formato que incluía cuerdas y bajada general de vúmetros. Sus muchos fans no estarán de acuerdo, pero sus temas “desnudos” hacían aguas por todas partes. Lo contrario que Makowski, que a pesar de que no pudo hacer el repertorio que quiso -hubo constantes quejas de los artistas del segundo escenario, invadidos por el ruido del primero- tiró de sonrisa y Les Skeletas para sacar adelante con nota un bolo muy complicado.
Tercer día y sorpresón. Enfrentarse a Ángel Stanich es hacerlo con tus prejuicios, para llamar la atención se alimentó la leyenda de que era un ermitaño que vivía en una cueva -hay quién aún se lo cree- y que por ello no ofrecía entrevistas. Para colmo, su primer disco parece una parodia -no, una copia no, una parodia- de Quique González. Cualquiera imaginaría un directo equiparable a las Nancys Rubias, pero no, sobre el escenario consigue eliminar todo los recelos, Stanich canta con sentimiento y sin fingida impostación, y está rodeado de una banda compacta que sabe dejarse espacio en beneficio de las canciones. Teniendo en cuenta que todo el público coreó los temas y que todavía tienen margen de mejora queremos, desde aquí, mandar un saludo a su manager, que sabe de qué va este negocio.
Durante todo el día las mejores actuaciones se sucedieron en el escenario secundario, la improvisación de la banda de Jero Romero, el bolazo de Arizona Baby donde no cabía un alfiler o el merecido éxito de Mucho (con ‘Más feliz sin televisión’, nos acordamos de Mario Vaquerizo). En el principal los Elefantes sonaron sin ganas, aunque siempre apetece irse de cañas con Shuarma, lo del Lori Meyers DJ show no tiene nombre, ridículo, y descubrimos que los noruegos Kakkmaddafakka, sin los coristas que les han acompañado en otras ocasiones, pueden resultar hasta aburridos. Salvemos de la quema de ese escenario a Second, los murcianos se dieron un baño de masas, cumplieron con creces y contaron con las colaboraciones de Varry Brava y el batería de Izal.
Último día de festival, algunos han vuelto a sus casas y se presenta el día más rockero y más mestizo. El maestro Kiko Veneno canta ‘Volando voy’ mientras Sansito juega y baila con los hijos de los que se saben el estribillo. Los Enemigos llegan con bajista sustituto -Fino ha tenido que ser operado- y aunque todos los rockeros “nos estemos dejando frente”, en el rock guitarrero estatal todavía no hay banda que consiga empatarles. Corizonas continuó el éxito de la otra banda de Javier Vielba, siempre con su impactante americana morada y su sólido discurso musical. La alegría del día corre a cargo de Mi Capitán, una nueva formación con miembros que proceden de varias bandas consolidadas (Standstill, Egon Soda y Love of Lesbian) y que demostraron tablas y calidad para poder emanciparse y “hacer un León Benavente”.
Destacamos también el flamenco fusión de Miguel Campello y la invitación obligada a la diversión de La Pegatina, con su fórmula sencilla pero imbatible y la inestimable colaboración del titán Sansito. Así fue esta segunda edición del SanSan Festival, con más de 10.000 asistentes de media por día, donde el único punto negativo destacable fueron las dificultades de los artistas del segundo escenario mientras sonaba el principal, desluciendo bastantes actuaciones. Como puntos positivos el resto: espacios bien pensados en un recinto perfecto para estos eventos, sin masificaciones ni largas colas en ningún momento y horarios cumplidos a rajatabla por una organización modélica. Acabó la fiesta, recuperemos fuerzas y, como dijo Sean Frutos, ¡nos vemos en La Riviera!
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